Diego Pablo Simeone abrazando el talento

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“(…) los jugadores no están sufriendo, desengáñense. Los jugadores están pensando: ‘venceremos, nadie nos puede ganar’ (…)”.

Tiago Cardoso Mendes

Hubo un momento, que fue el primero y duró muchísimo, donde Diego Pablo Simeone pudo, debió ser y fue tanto el todo como la suma de las partes en el Atlético de Madrid. Su misión, vamos a llamarla así aunque en principio no lo fuera como algo encomendado, fue reinventar un club que no existía, a base de liderazgo, energía, determinación, sentimiento, sabiduría y trucos. Fue el todo porque no había nada, y así armó su particular oportunidad para diseñar y construir un imperio; y fue también la suma de sus partes porque todas aquellas personas que caminaron junto a él fueron mejores si se supeditaban a un concepto común, que iba desde lo espiritual a lo futbolístico, hasta el punto de que, en lugar de cuestionarse si lo que hacían -competir muchas veces desde la inferioridad- les llenaba, confirmaron ser mucho más grandes llevando juntos esa idea hasta la última consecuencia.

Este proyecto, tan personificado en su figura y ascendencia, ha dejado asentadas algunas de las claves de su paradigma como entrenador, no sólo en lo táctico y lo emocional, también en los códigos de grupo, manejo de los estados de ánimo, palancas motivacionales, lealtades o estímulos y atajos para generar más competitividad. Una serie de postulados innegociables que dotaron de vida y sostenibilidad cada plantilla, con los consabidos cambios veraniegos necesarios para agitar las jerarquías y potenciar el talento de un proyecto que iba sumando años. Por el camino, el núcleo más importante de jugadores, el que sufrió mayor transformación, envejeció, y Simeone fue dándose cuenta de algunas cosas: o voy girando hacia otros lugares o el tiempo terminará cobrándose revancha consumiendo o adelantando el final. Si un entrenador permanece tanto tiempo en un mismo lugar, muchas de las cosas de su alrededor, incluidas las convicciones del propio líder, deberán ser las que cambien.

En ese periodo, que tuvo altibajos dentro de su increíble estabilidad, Simeone y su equipo técnico habían logrado dar rienda suelta, con alguna excepción negativa, a su capacidad para crear sistemas tácticos y futbolísticos sin perder sus pilares competitivos ni sus fundamentos principales. En todos sus años como entrenador, a excepción de la temporada 2018-2019, donde se quedó en tierra de nadie, el ‘Cholo’ ideó un equipo donde la mayoría de sus jugadores ofrecieron sus mejores virtudes complementándose con las de sus compañeros. Además lo hizo siempre de forma más creativa de lo que se dice, por más que su forma de competir en momentos de la verdad llevara implícito reagruparse y esperar. Las plantillas fueron siendo de mayor calidad pero las jerarquías construidas, tanto por nivel de talento como por la personalidad de los futbolistas, eran sostenibles. Simeone, de alguna forma y año tras año, convertía plantillas en equipos.

Cumplir con ello mientras se intentaba matizar la propuesta colectiva no era nada sencillo, incluyendo un título de Liga alcanzado con preceptos nada familiares: tres centrales, un triángulo en el centro del campo formado por jugadores mucho más fluidos que consistentes y un núcleo de futbolistas completamente diferente al de sus inicios, con una media de edad mucho menor y habiendo perdido por el camino grandes referencias para el vestuario. Simeone seguía siendo el todo pero no tanto la suma de sus partes. Los jugadores eran diferentes, de países muy diversos, que le ayudaban de otra forma. Hasta la llegada del verano de 2021.

En esos meses, el Atlético de Madrid y Diego Simeone terminaron, puede que sobrepasando la línea de frenada, de virar hacia un lugar buscado de forma paulatina: aumentar el talento bruto de cada jugador para abrir nuevas vías de competitividad y que los logros no dependieran tanto de la perspectiva de su prelado. Renovarse o morir, mirando todo desde otro ángulo. Quizás, el ‘Cholo’ aprendió algo de la temporada posterior al título de Liga de 2014 y consideró necesario anticiparse al estancamiento, tratando de no depender tanto de una pegada absolutamente extraordinaria generada por Llorente y Suárez tras comprobar el desgaste de la segunda vuelta. Así, Simeone buscó dotar al equipo de una cantidad de recursos tan variada que ayudara a componer todo de forma más versátil y frecuente, no tan dependiente de la efectividad rematadora. ¿Estaría el equipo tan acertado ante el remate, con ese nivel de determinación y confianza, dos años consecutivos?

El caso es que la suma de jugadores con tanto talento y singularidad como Cunha, Griezmann y De Paul, sobre todo los dos últimos, ha terminado por congestionar el tráfico de minutos y restar importancia a jugadores habituados a necesitarla, así como espacio para intervenir, a cambio de invalidar las sinergias que se habían construido previamente. Estos factores han desembocado en la formación de una plantilla que vuelca los partidos en las segundas partes cuando tiene problemas, por puro talento y variantes ofensivas, pero que carece de un plan estable de inicio para creárselos al contrario, al perder las rutas ya creadas y cambiar de once inicial con demasiada frecuencia, cediendo terreno en conceptos clave como la profundidad, el trabajo táctico complementario a la hora de crear y ocupar espacios o tambalear la propia confianza del jugador.

Como añadido, la personalidad de algunos jugadores ofensivos, muchos de ellos con el suficiente talento como para solucionar las cosas desde su intervención individual y no tanto desde un cometido común y más grande, que puede sumarse como cambio a valorar, y que se encuentran en diferentes momentos profesionales, entre la juventud y la veteranía. Puede que no todos sientan, escuchen y se comprometan, bien a elevar su estándar de concentración, bien a compartir minutos y titularidades o bien a construir nuevas sinergias y relaciones que requieren un trabajo más oscuro y colectivo. En definitiva, una interferencia en ciertos códigos.

Un problema de difícil solución que llevaría, como está ocurriendo, a devolver a roles secundarios -Llorente lateral, Correa suplente- a jugadores que habían despertado al equipo en lo anímico y táctico hasta ganar esa jerarquía, como si a un trabajador que entra con plan de carrera en una empresa se le relevara de repente a un rango inferior. Si resumimos, por tanto, puede decirse que Diego Simeone ha ido matizándose, fruto de su reflexión como líder y técnico, acercándose y abrazando el talento más puro y no tanto el subordinado, pero llegando a un punto donde la plantilla es más grande que el equipo y confeccionarla alrededor de la idea del sistema que potencia talentos complementarios, como así fue siempre, se ha vuelto mucho más complicado y, por tanto, algo más cara la factura a pagar.

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Alejandro Arroyo
Analista táctico, scout profesional y periodista. Mano que escribe en Revista Panenka

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