Vitinha: la pieza que rompe el tablero

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Una de las analogías más recurrentes, y a la vez equívocas, en el ideario moderno es la del ajedrez con el fútbol: «¡Vaya clase táctica de estos dos entrenadores! ¡Parece ajedrez!». No existe mayor falta de respeto para ambos. Y, sobre todo, para los verdaderos protagonistas. Entender el fútbol como la mera ocupación de los espacios seguramente corresponda al mordisco de un gusano sobre la manzana más grande del mundo.

¿Dónde queda la experiencia, la emoción, la imaginación, la autonomía del jugador? ¿Dónde quedan las relaciones? ¿En qué punto queda el jugador? ¿Qué significado cobra la palabra “talento” bajo esta realidad? El fútbol tiene mucho más que esto y poco menos de aquello. No es álgebra, son ideas. Y las grandes ideas, libres y creativas, son las que ganan partidos y campeonatos.

Como el fútbol tiene más de esto que de aquello, con la entrada del nuevo milenio nació en Portugal uno de los talentos más estimulantes del continente europeo. Pudo hacerlo en todas partes, como ese peón que nace todos los días en miles de ciudades por todo el mundo, y que luego sobre el tablero cobra la misma importancia que el resto de peones. Pero no, lo hizo en Faro, en febrero del 2000, recibiendo el nombre de Vítor Ferreira, ‘Vitinha’.

Mandón y diferente, tanto por lo distintas que son sus acciones como por lo diferencial que es respecto al resto, es un centrocampista rápido de movimientos y con gestos que saben a vals, además de poseer una técnica e intelecto propia del amigo abusón que sabe jugar y lo demuestra cada fin de semana con los suyos. Los tres aspectos más atractivos del fútbol son, desde siempre y por esencia, la variabilidad, la incertidumbre y la capacidad de coordinación. Vitinha rompe los moldes en todos los campos. Por eso el portugués nunca entendió nada de jugar al ajedrez, pero sí todo de jugar a fútbol.

Ante todo, Vitinha es un centrocampista a quien poder darle las llaves del juego colectivo. Como magnífico medio de primera altura, el luso es una delicia tanto a nivel visual como productivo, sobre todo en campo contrario. Su primer control orientado tiende a ser excelso, tanto por su apreciación previa del entorno como por la finura y teatralidad de sus gestos. En este sentido, por tramos, su tensión corporal en momentos con balón llega a recordar, grosso modo, a la de Jack Grealish (sobre todo cuando se deja ver por izquierda). Baja a recibir, se relaciona en corto, disfruta de la relación con el compañero… Manda en el juego.

También conduce si es necesario, algo poco valorado en el medio centro moderno, llegando incluso a batir líneas en momentos puntuales si el escenario lo exige. Pero, sobre todo, Vitinha define el concepto de velocidad en fútbol. ¿Un equipo es rápido porque sus jugadores corren con velocidad, o lo es porque hace rodar la pelota con dinamismo y verticalidad? Por si restara franqueza: ¿en la portería rival ha de entrar la pelota o el jugador?

Ahora bien, ¿cómo canaliza Vitinha esa velocidad con la que operan su cabeza y sus piernas? A nivel posicional, el luso es un jugador que desde la zona de medio centro tiende a recargar siempre el lado con balón. Su instinto mandón le invita a estar siempre cerca de la pelota, a ser él quien cambie el juego o quien permita la progresión. Pero esto, que pudiera ser algo beneficioso en ciertos contextos, también llega a ser perjudicial en otros tantos: no es un futbolista excesivamente paciente, que llegue a asumir la importancia de mantener una marca para liberar al compañero.

Tampoco es un jugador que sienta la necesidad de alejarse de la base, algo importante a la hora de restar un efectivo rival en la presión y generar nuevos espacios para la salida, o de simplemente esperar a espaldas de la primera línea de presión rival. Es un futbolista que ansía la pelota tanto como Gollum el anillo, algo que no supone un gran problema debido a su fantástico nivel técnico, pero que sí deja de explotar todo el potencial que atesoran sus piernas. Aun así, el techo del luso es altísimo. No solo como ‘mediocentro’ o ‘interior de base’, sino visto también desde un plano general: como ‘centrocampista’ o ‘jugador de fútbol’.

A nivel visual, es un escaparate poderoso que atrae miradas, pero además no es el clásico futbolista moderno condenado a ocupar una misma posición o espacio desde el arranque hasta el fin de su carrera. El contexto será quien dicte (o no) la transformación del jugador: los compañeros, el equipo, la competición, los entrenadores… Incluso él mismo. Serán las necesidades del escenario que lo acompañen las que den sentido a su escandaloso nivel técnico: ¿mediapunta? ¿enganche? ¿interior de segunda altura? ¿mediocentro? Preguntas que solo se entienden asumiendo la increíble cantidad de perfiles que existen en el fútbol, lo cual no deja de ser uno de los centenares de aspectos que impiden la poco acertada analogía entre fútbol y ajedrez.

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Manu Escuder
Periodista, analista y scout. Formando y formándome. También escribo en Revista Panenka.

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