Existe mucha poesía en una tanda de penaltis. Es uno de esos momentos donde la vida te da la impresión de estar representándose a sí misma. Centímetros que separan la gloria del fracaso, las dudas ante la presión, la inmortalidad en tus piernas…Presente, pasado y futuro convergen en unos segundos donde el significado de tiempo pierde trascendencia y los momentos se convierten en recuerdos al tiempo que se viven. Instantes que duran para siempre.
De nuevo, en una final copera, Liverpool y Chelsea se jugaron su destino desde los once metros. Como en la EFL Cup, hace unos meses, 120 minutos no bastaron para definir un ganador. Tampoco los encuentros entre ellos en la Premier League nos aclaran quien es superior al otro; dos partidos, dos empates. La definición de igualdad era esta. Sin Kepa ni Kelleher, pero con Mendy y Alisson bajo palos, reds y blues se jugaron su última carta en la tanda y de nuevo el as le salió a Jürgen Klopp. Tsimikas batió al guardameta senegalés para darle el segundo título de la temporada al Liverpool, el sexto de la era Klopp y la primera FA Cup en 16 años. Fue uno de esos momentos que parecen esculpidos en nieve.
El inicio, perteneció al Liverpool. Y más concretamente, a Luis Díaz. El extremo colombiano fue una apisonadora a la espalda de Chalobah en esos primeros minutos, con los de Klopp fluyendo con el balón, moviendo al rival y generando situaciones de remate. Los de Tuchel, buscando salidas directas para evitar riesgos ante la presión, se chocaron ante un muro. Nada más duro para un delantero que está recuperando la confianza en sí mismo que enfrentarse a Virgil van Dijk, y eso es lo que le ocurrió a Romelu Lukaku en la tarde londinense. Sin el belga oxigenando a los suyos, el campo era unidireccional. Thiago filtraba y encontraba a Keita en zonas intermedias, Mané sumaba en apoyo y sacaba a Thiago Silva de zona, Alexander-Arnold se inventaba pases imposibles y Díaz se imponía en cada duelo a su par. El Liverpool golpeó repetidamente, pero el Chelsea no se inmutó. Pocos bloques resisten los golpes como ellos.
Pasado ese primer asalto, turno para recomponerse y pensar en los siguientes movimientos. Empezaron a hacer daño los blues optando por salir en corto, atrayendo a un bloque rival que emparejaba a los tres de arriba con los centrales y a interiores con Jorginho y Kovacic. Con carrileros bajos atrayendo saltos de laterales rivales y optando constantemente por el uso de la pared como método de avance, escapando de acosos y girando de esa forma, los de Tuchel lograron salidas. Tres nombres destacados en este panorama: Jorginho aguantando ante acoso y filtrando, Marcos Alonso llegando constantemente en profundidad y tomando buenas decisiones con balón, y Christian Pulisic siendo incisivo al espacio, moviéndose bien atacando la espalda de Alexander-Arnold. Titubeó el Liverpool, pero el marcador no se movió.
En la otra área, tras un inicio donde el Chelsea optó por no ser especialmente agresivo en primeros pases del rival y que, cuando lo eran, les giraban con relativa facilidad, Tuchel ajustó y lograron complicar al rival. Tras la corrección, Lukaku y Mount sobre centrales, con Pulisic pendiente de Henderson, Kovacic saltando con Thiago y Jorginho pendiente de Keita, con carrileros saltando a laterales. En estas situaciones, echó en falta el Liverpool la presencia de Fabinho en el mediocentro. Aunque cuando uno se imagina cómo la ausencia del brasileño puede afectar a los de Merseyside se imagina situaciones de presión tras pérdida donde no se llega a tiempo a cerrar la contrapresión, no fue ahí donde le echaron en falta, pues Henderson estuvo fantástico, pero sí en situaciones de salida y juego a un toque. Sin ser Fabinho un jugador creativo ni mucho menos, aporta una tranquilidad ante situaciones de acoso y pases a un toque para agilizar que el capitán inglés no logró igualar.
El inicio de segunda parte le perteneció, esta vez, al Chelsea. Robando arriba, encadenando ataques y con Mount y Pulisic agilizando por dentro con toques rápidos y movimientos profundos, los de Londres olieron el gol. Entre un gran Alisson achicando, la resistencia de Konaté – Van Dijk y el fantástico partido de Alexander-Arnold apareciendo para corregir con tackles, llegando como último y estando súper atento en todo momento, el marcador no se movió.
Reaccionaron los de Klopp, que fueron recuperando el mando del partido hasta acabar el tiempo reglamentario pasando por encima de su oponente. Funcionó muy bien la entrada de James Milner, que dando constantes movimientos profundos sin balón y cayendo fuera, se complementó con Trent y con Jota (que jugó a un gran nivel tras un mes donde venía de bajón), estiró el bloque rival, lo hundió y dio varios metros a su equipo. Con Thiago dirigiendo y filtrando y Luis Díaz sembrando el pánico con sus cambios de ritmo, el partido estaba donde ellos querían. El palo les negó el premio del gol hasta en dos ocasiones.
La prórroga apenas funcionó como una calma tensa previa a la tormenta. Sin energías en el tanque, el Chelsea estuvo ligeramente mejor, aunque no le funcionó al equipo ese experimento con Ruben Loftus-Cheek de 9, muy desconectado y sin lograr ejercer de nexo. Se echó en falta la presencia de Timo Werner, pues su hiperactividad se mostraba como un activo valiosísimo en esos minutos donde las piernas ya no responden a la velocidad de la mente. En el Liverpool, tampoco entró del todo bien Roberto Firmino, falto de ritmo tras regresar de una lesión que le ha tenido un mes fuera. Con el brasileño desacertado y Jota-Mané sin fuerzas para una última cabalgada, la opción de los penaltis se presentó como la más viable.
Allí, se volvieron a imponer los de Klopp. Al igual que en la EFL Cup. Al igual que en la Supercopa de Europa ante el propio Chelsea hace tres años. Sexto título para la colección del alemán de Anfield, habiendo conquistado ya todo gran trofeo posible. Mientras Roy Batty, el replicante de la maravillosa película Blade Runner, dedicaba sus últimas palabras a realizar una alegoría en la que su existencia y sus recuerdos se perderían en el tiempo como lágrimas en la lluvia, podemos decir que el proyecto de Klopp en Anfield representa exactamente lo contrario. Es una obra eterna, imperecedera e inmortal. Llena de momentos que se recordarán siempre, quedando grabados como lágrimas en la nieve.