Después de derrotar a Países Bajos en Amsterdam, México sacó un empate ante una competitiva y dura Argelia, que planteó un contexto diferente en cuanto a la altura e intensidad de la presión. Y es que, en el cotejo ante los europeos, el equipo de Gerardo Martino recibía un acoso medio, lo que le obligaba a tener conductas distintas a las que ahora enfrentó ante el cuadro de Mahrez, Brahimi, Bennacer y Mandi.
El Tri, como lo demostró desde los inicios de esta gestión, se siente cómodo ante presiones altas. Inclusive, podríamos decir que las necesita para poder correr y atacar espacios. Esta es una selección que no disfruta ocupar zonas altas, sino llegar a ellas y que los rivales los busquen tan cerca de propia portería le viene bien.
Volvimos a ver el uso del pase hacia atrás para atraer rivales, el descenso de jugadores próximos para arrastrar rivales hacia propia portería y, con ello , crear espacios más adelante para un Raúl Jiménez que sigue sumamente fino y resolutivo entre líneas y jugando de espaldas. Y es que, una vez que el de los Wolves aparecía como “segundo hombre” y activaba a un “tercero”, quien quedaba de cara al arco contrario, es decir, en «ventaja – superioridad» posicional, aceleraba el juego y corría. Atacaba espacios.
Asimismo, pudimos ver un matiz que puede ser relacionado más a la auto-organización del equipo en esos momentos, en esa situación y con la información disponible, que a algo propiciado por el Tata Martino y su cuerpo técnico: dos mediocentros entre los centrales. Ante Holanda, sucedió con Héctor Herrera y Edson Álvarez entre César Montes y Héctor Moreno, mientras que ante el equipo Africano, fueron Luis Romo (de manera permanente para hacer un «3 vs 2» en salida ante la presión alta argelina) y, de nuevo, Héctor Herrera.