En la otra cara de la moneda, se halla una vertiente de dirección de campo más conservadora. En la mayor parte de los casos, se corresponde con equipos técnicamente limitados o quienes dieron un salto competitivo con una fórmula que priorizase el orden defensivo, no necesariamente en un repliegue bajo, sobre la flexibilidad posicional en su fase ofensiva. Dos buenos ejemplos de esta segunda corriente son el Atlético de Madrid o el Getafe; equipos que, sin embargo, han comenzado el otoño con importantes novedades en lo táctico. Simeone con su 4-4-2 asimétrico que por momentos fue más 4-3-3 frente al Salzburg o la última probatura de Bordalás alternando el mismo 4-4-2 con una sorprendente variante en ataque a 3-4-1-2 con el Valencia como adversario. Dos entrenadores muy criticados a pesar de que sacaron en su momento el máximo jugo de sus jugadores, porque muchos aficionados entienden que, a día de hoy, la plantilla ha crecido cualitativamente mientras el plan de juego sigue –todavía es pronto para decir «seguía»– anclado en una clonación de los planteamientos semana tras semana.
El tiempo será quien dictamine si Pep o Julian, sin terminar ningún libro, necesitaban leer cada día un capítulo diferente de sus extensas bibliotecas para llegar con la lección aprendida a los meses clave de la 20/21. Aunque, tal vez, ellos ya estén afrontando la hora de la verdad sin necesidad de esperar a la primavera. Lo que está claro, por ahora, es que Simeone y Bordalás se están dando cuenta de que tan malo es abrumar al jugador a través de la constante innovación sin concretar un plan A, como no tener un plan B que dificulte la labor de los encargados de estudiar los patrones de juego sobre el rival antes de cada jornada. O, dicho de otro modo, a casi todos nos gusta la pizza y la tortilla. Pero, aunque solo sea para anhelar ese momento y no convertirlo en rutina, debemos comer de vez en cuando espinacas.