Escapar de los cánones y salir de la zona de confort

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Con o sin piña, a casi todos nos gusta la pizza. Y, con o sin cebolla, a casi todos nos gusta la tortilla. Sin embargo, en ambos casos muchos son quienes catalogan la primera opción como una aberración culinaria, mientras que los segundos tienden a no ser tan categóricos. Algo parecido ocurre en el fútbol, donde los técnicos más propositivos suelen desprestigiar a aquellos que siguen una línea más reactiva, bien sea a través del contragolpe o de la presión alta. Los segundos también acostumbran a ir acompañados por un cartel de villanos y, aun así, de vez en cuando les gusta cambiar de bando, aunque sepan que desde el otro lado les van a acabar dando palos. Los polos opuestos se necesitan y, quien no lo admita, es tan testarudo como los que repudian a la Tropical. Y no, a mí no me gusta la piña en la pizza, pero sí me gusta la tolerancia hacia el Getafe de Bordalás.
 
En un fútbol tan mecanizado como el de hoy en día, donde los rivales se estudian al detalle, lo más lógico es pensar que la fórmula ganadora ha de residir en no tener un solo plan, sino varios que impidan volverse previsible. Y, en cierto modo, es así. Pero siempre y cuando sea posible preservar una identidad que impida ir dando bandazos hasta desnaturalizar a los futbolistas. Quizá ese sea uno de los mayores problemas que se han encontrado Pep Guardiola o Julian Nagelsmann, dos genios que dejan boquiabierto al espectador una decena de veces por temporada, pero quienes también atraviesan tramos donde su innovación  –necesaria para después anonadar– se convierte en un sudoku de máxima dificultad para sus jugadores, que conviene recordar que no son matemáticos.

En la otra cara de la moneda, se halla una vertiente de dirección de campo más conservadora. En la mayor parte de los casos, se corresponde con equipos técnicamente limitados o quienes dieron un salto competitivo con una fórmula que priorizase el orden defensivo, no necesariamente en un repliegue bajo, sobre la flexibilidad posicional en su fase ofensiva. Dos buenos ejemplos de esta segunda corriente son el Atlético de Madrid o el Getafe; equipos que, sin embargo, han comenzado el otoño con importantes novedades en lo táctico. Simeone con su 4-4-2 asimétrico que por momentos fue más 4-3-3 frente al Salzburg o la última probatura de Bordalás alternando el mismo 4-4-2 con una sorprendente variante en ataque a 3-4-1-2 con el Valencia como adversario. Dos entrenadores muy criticados a pesar de que sacaron en su momento el máximo jugo de sus jugadores, porque muchos aficionados entienden que, a día de hoy, la plantilla ha crecido cualitativamente mientras el plan de juego sigue –todavía es pronto para decir «seguía»– anclado en una clonación de los planteamientos semana tras semana. 

El tiempo será quien dictamine si Pep o Julian, sin terminar ningún libro, necesitaban leer cada día un capítulo diferente de sus extensas bibliotecas para llegar con la lección aprendida a los meses clave de la 20/21. Aunque, tal vez, ellos ya estén afrontando la hora de la verdad sin necesidad de esperar a la primavera. Lo que está claro, por ahora, es que Simeone y Bordalás se están dando cuenta de que tan malo es abrumar al jugador a través de la constante innovación sin concretar un plan A, como no tener un plan B que dificulte la labor de los encargados de estudiar los patrones de juego sobre el rival antes de cada jornada. O, dicho de otro modo, a casi todos nos gusta la pizza y la tortilla. Pero, aunque solo sea para anhelar ese momento y no convertirlo en rutina, debemos comer de vez en cuando espinacas.

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Iñaki María Avial
Periodista · 1997 · España | Kaká me enseñó desde San Siro que en el fútbol la magia importa, Gerrard se fue a Estambul a confirmarme que la mentalidad prevalece. También soy `Chiellinista´. Delante de un micrófono, como dijo Michael Robinson, "estoy muy ocupado, pero no siento que esté trabajando".

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