Los aficionados del Celta de Vigo han iniciado una campaña en favor del anonimato. Recelosos de tanta exposición, proclaman que su equipo no sea televisado. No quieren que su Celta salga en los telediarios ni en las redes sociales. Tampoco formar parte de ninguna tertulia, ni siquiera en privado, cuando se reúnen a comer con familiares o amigos. De su Celta no puede saberse nada en el exterior, ni siquiera del color celeste, prohibido fuera de los límites de Vigo, tono que atrae a los que intentan saber lo que se quiere silenciar. Incluso han instalado campanas de alerta que el socio número 1 dobla cuando algún foráneo quiere ver los partidos en Balaídos. El motivo, proteger lo que no puede ser descubierto; salvaguardar el secreto que dice que una suerte de Superman ha hecho de Vigo la nueva Smalville. Pero llega demasiado tarde.
Y es que el fútbol español se agita con la aparición de un futbolista que rara vez ha producido. Hoy, 15 años después de la aparición de un jovencísimo Sergio Canales, aquel molde vino sin descendencia. El cántabro revolucionó su presente porque, sin apenas experiencia, redujo desde el talento y el físico todas las distancias y pocas posibilidades que había y siempre habrá en un equipo de la parte baja de la tabla, con una frescura, cambio de ritmo y naturaleza impropia de su entorno. Las mejores jugadas de Canales le recuerdan acercándose al balón para después alejarse de sus compañeros, algo no muy habitual para un centrocampista. A base de galopadas, mezclaba todo aquello con una verticalidad en el pase y dotes de mando para jugar donde y como le diera la gana pasados los años. Pero más allá de eso, pensar que emergiera un jugador español como la viva imagen de Kaká, por citar al futbolista más similar de entre sus coetáneos, era poco menos que una osadía.
En Vigo, precisamente por estar presenciando algo tan anómalo, andan renegando irónicamente del que quizás sea el mejor talento bruto que han producido nunca. Gabriel Veiga ha removido La Liga y no tiene pinta de frenar, porque precisamente, trasladando el símil al terreno de juego, de eso va su forma de expresarse. No tanto por nivel, porque talentos precoces y omnipotentes, españoles o extranjeros, los ha habido a puñados en España, sino por el sentido que da a su fútbol cada vez que coge la pelota. Para mayor acierto e impulso de su imparable despegue futbolístico, el Celta ha visto claro dónde debe situarle para que inicie y finalice las jugadas, pudiendo explorar y descubrir permanentemente todas sus capacidades. La ecuación, entre talento y adecuación, tratándose de Veiga, ha descubierto un futbolista impresionante a nivel ofensivo.
Por continuar la comparación, acertada en lo formal, fue Kaká, un fenómeno que se apagó demasiado pronto, quien llegó al Milan para refundar, de algún modo, el tipo de perfil de centrocampista que no vive del pase, sino de la arrancada; que se crea sus propios espacios para después recorrerlos, justo lo que está haciendo Gabri en Vigo. El brasileño, en un Milan donde era el jugador y no una idea el que articulaba el juego, bajaba a su propio campo para ver de frente 50 metros de campo que explotar. Para qué esperar arriba y rodeado cuando su zancada y su conducción inventaban goles con una facilidad única. Veiga, en pos del homenaje al genio sudamericano, está crujiendo el campeonato español haciendo exactamente lo mismo. Y como, además, ahora se presiona más que en aquellos años, más espacios tiene para desvelar el secreto. El cóctel, tan mezclado como agitado.
Por describir de forma directa sus primeros pasos en la élite, hay que mencionar sus piernas. Éstas le permiten encadenar choques y salir de ellos con más ventaja que trompicón, así que si baja a su propio campo -está jugando como acompañante de Fran Beltrán o el mediocentro de turno, rara vez como mediapunta-, muy probablemente le siga y le acose un centrocampista, lo que origina un espacio potencial que parte en dos al rival. Por contra, si partiera recostado sobre una banda, su par sería un lateral o un extremo, lo que no otorgaría tanta ventaja en lo referente a la estructura del oponente. Así, por dentro, aguanta cualquier embestida, por dura y contundente que sea, para dividirlo en dos bloques y lanzarse a correr. Después, cuando recibe de cara y le vienen de frente, dispone de un primer toque hacia delante esplendoroso, determinante, de enorme personalidad, que no encuentra defensa posible si no es con falta o ayuda, acción que está convirtiendo en marca personal, cambiándole el paso defensivo a su marca con una suficiencia excesiva. Si a su marca se le ocurre alcanzar ese primer toque, no cambia mucho el asunto, en la disputa directa es como una viñeta de cómic. Una vez se suceden una de estas dos situaciones, Veiga ya se ha creado una autopista para meter a su equipo en la frontal, un desenlace que comparte con los llamados cracks mundiales, los que borran las pizarras, intercambiando lo que necesitarían hacer varios compañeros por una sola acción técnica y física individual donde sólo interviene él.
Al jugar de centrocampista, logra desplegarse numerosas veces por encuentro en situaciones de defensa por pares o antes presiones adelantadas. Y como Kaká, más que como Canales, cuando despunta por velocidad, acompaña la ventaja creada con otra de mayor valor a la hora de ver portería. Alarde y don de atacante Champions, mezcla un olfato para acompañar las jugadas, un oportunismo goleador formidable, con un disparo seco y duro, ajustado a los palos, que lo están colocando en el cajón de los futbolistas inmerecidos y arbitrarios, de los que sacan gol de la nada. Lo primero, su oportunismo, es su principal truco para brillar si el rival cierra filas y la pelota progresa por fuera mientras no le vigila nadie, pues le faltan aún recursos técnicos y finura para combinar con precisión cuando está rodeado en ataques de once contra once. Lo segundo, su disparo, es la respuesta atronadora que lamentablemente está poniendo Balaídos y Vigo en boca de todo el mundo. Veiga, ese jugador del montón para el vigués más pícaro que busca desvirtuar lo que ya es un secreto a voces, es el hijo del pueblo que nadie quiere ver emigrar. Ha nacido una estrella que no tiene techo.