A un pequeño romboide en el “sur“ de la Ciudad de México (un sur ficticio que solo comprende las zonas mas turísticas, estéticas y brillantes de la ciudad y que nunca toma en cuenta los miles de kilómetros que son en verdad el sur del antiguo valle) se le conoce como colonia Nochebuena. Ahí, en los limites de los terrenos de lo que alguna vez fue la Compañía Ladrillera de la Noche Buena, se estableció hace ocho décadas un proyecto fallido de super complejo polideportivo que nunca se completó. La Monumental Plaza de Toros México y el Estadio Ciudad de los Deportes se erigen ahora como el único vestigio de la idea. El Estadio Azul, como le llamaremos a partir de ahora en este escrito, es la casa a la que en este 2024 vuelve Cruz Azul, un equipo, también constante proyecto fallido, que desde su nacimiento impulsado por la cementera del mismo nombre, a muchos kilómetros de la ciudad, se ha convertido en uno de los clubes más ganadores, perdedores, pasionales y sentimentales de toda la liga mexicana de fútbol.
“Es una final”, me decía mi amigo, quien me había regalado el boleto para ver a Cruz Azul jugando de nuevo en la que toda una generación considera su casa, mientras los dos girábamos la cabeza como búhos para poder grabar en la mente todo ese hervidero de emociones que estaba emanando el estadio entero. No solo la cabecera local, donde los aficionados mas entregados se congregan cada quince días, sino también las zonas generales, más familiares, o las de abonados, regularmente más mesurados, o incluso las de palcos, generalmente más distraídos y desentendidos. Y es que Cruz Azul ha vuelto a encender, ya no solo la mecha de la pasión en su afición, sino la conexión entre lo que sucede en el terreno de juego y lo que percibe la grada.
Es un equipo incansable en esfuerzo físico, pero sobre todo en el apartado mental; con los 11 jugadores siempre pendientes de los estímulos que van a lanzar su tan elogiada presión alta, la afición no se puede permitir desconectar ni medio minuto. El ritmo es alto, tan alto, que en cualquier momento puede ocurrir la acción diferencial. Apoyados en una estructura trampa, que para la mente humana llamaremos 3-5-2, Cruz Azul ya se puede reconocer en sí mismo. Esta organización espacial, que pide a los hombres de su carril central -el refuerzo en la portería Kevin Mier (Colombia, 2000) y los mediocampistas mexicanos Erik Lira (2000), Carlos Rodríguez (1997) más algún hombre extra- ir subiendo y bajando su posición sobre el campo como si de bloques de Tetris habláramos. Mientras, dos hombres dan la máxima anchura posible al equipo y esperan el momento en que la creatividad para el pase corto y el lanzamiento en largo de los argentinos Gonzalo Piovi (1994) y Lorenzo Faravelli (1993) active el cambio de ritmo de la jugada. Todo esto ha logrado darle sentido al juego de un equipo que hasta hace unos meses era Arrakis en cuanto a intenciones, ideas y rutas para llegar a portería contraria. Han caído de pie los creadores de este espectáculo: el cuerpo técnico de Martín Anselmi.
Sangolquí, Ecuador. Diciembre 2023
Exactamente una semana antes de la Nochebuena, Martín Anselmi (Argentina, 1985), hasta entonces primer entrenador del club Independiente del Valle, hizo las maletas rumbo al siguiente destino en su carrera. Había trabajado como segundo al mando en la siempre caótica pirámide de la liga argentina, en las playas de Brasil y en la misma capital ecuatoriana, había experimentado las mieles, amargas como lo puede corroborar cualquier entrenador profesional, de ser primero en jefe en la llanura chilena y la vida lo había traído de vuelta a la zona metropolitana de Quito para ganar una Copa Sudamericana, Copa de y Supercopa de Ecuador y una Recopa Sudamericana en menos de un año. Por la noche, su equipo jugó la final del Campeonato Ecuatoriano de Fútbol 2023. La perdió. Al terminar el partido, visiblemente afectado, quizá incluso mas por la despedida de su “casa, el Ecuador, IDV” que por la dolorosa derrota, anunció que era el fin del camino; quince horas después aterrizó en el oriente de la Ciudad de México.
Al equipo de Martín Anselmi no le han faltado obstáculos en los primeros 60 días al mando. Los primeros fueron de opinión publica: ni sus títulos en Sudamérica, ni su estilo de juego, ni su elocuencia al hablar salvaron al nuevo entrenador argentino de una larga pasarela de desacreditaciones en todos los programas de televisión tan pronto pisaba México. El segundo problema no ayudó a mejorar esto, pues el capitán y emblema del club al que llegaba se rebelaba en contra de sus primeras decisiones y entre dimes y diretes terminó por salir del equipo. Los primeros partidos, aunque ya había pequeñas muestras de lo que intentaba, no hicieron mas que alimentar las dudas: una derrota, un empate y cero goles.
La vuelta a la moneda se fue dando progresivamente, sobre todo de la mano de los refuerzos llegados en el excelente mercado de invierno. Iván Alonso, el también recién llegado director deportivo, hizo un gran trabajo. Desde Mier, portero contemporáneo que da seguridad y superioridad con el balón en los pies y Piovi, marcador zurdo que marca diferencias por su conducción y lanzamiento, hasta el cerebro Faravelli, pedido expreso de Anselmi tras haber trabajado con él en el punto medio del mundo, o el adaptable centro delantero Gabriel Fernández (Uruguay, 1994), que se aleja del área en pro de ser un elemento continuista de la jugada, todos han aportado de inmediato a la nueva forma de respirar de los “cementeros”. Precisamente la baja de este último, con una rotura de ligamento cruzado que lo apartará de las canchas durante meses, parecía ser el golpe más fuerte para el ritmo de competitividad que comenzaba a tomar el equipo.
Siguiente partido, la primera prueba ante un candidato al título. Primera prueba, primera demostración de que el equipo que ha creado el cuerpo técnico es más que la aportación de los jugadores de forma individual. Lanzaron a Alexis Gutiérrez (México, 2000), mediocampista que ha sufrido para asentarse en primera división, como una especie de mediapunta flotante, fantasma, raumdeuter (buscador de espacios, en un guiño directo a la auto definición de Thomas Müller bajo las órdenes de Pep Guardiola en el Bayern Múnich) -se le llamó de muchas formas en Twitter esa noche-, en lugar de Fernández, y este, sin posición fija, generando superioridades en mediocampo pero apareciendo muchas veces en el área, la bordo totalmente. No era improvisado, ya lo habían trabajado durante pocos minutos desde cada jornada desde la uno. Ahora funcionaba y con un autogol en el segundo tiempo el equipo triunfaba. Prueba superada.
En el futbol todo cambia muy rápido y no se sabe cómo se va a contar la historia completa del Cruz Azul de Anselmi. Esta misma columna puede quedar obsoleta y hasta hecha meme en apenas unas semanas. Dudé en escribirlo y luego en publicarlo, pero me pareció que tenía vida propia y que podía existir aunque apenas hayan pasado dos meses del nacimiento del proyecto. Por más que los “expertos”, esos de los que nunca sabemos en qué lo son, quieran simplificar el deporte a la mínima expresión de ganar, ¿no es acaso un equipo que sepa a lo que juega, que cree sinergia e identificación con la afición y que compita cada tres o cinco días contra quien se ponga en frente lo que cada uno de nosotros siempre ha querido?
“Al final, los títulos son solamente la frutilla del postre”. Lo dijo Martín apenas perder la final de la liga ecuatoriana en diciembre en la entrevista post partido. Agradecimiento extra por ayudarme a terminar esto a mitad de lo que también fue una buena noche.
Aunque lo parecía, ese partido al que asistí de rebote y en tiempo de compensación, no era una final, solo era ese partido de jornada 7 que a nadie le hubiera cambiado la vida nunca, porqué a nadie nunca le habría interesado de esa manera, la que sentían los aficionados para cantar desaforadamente como si estuvieran disputando el trofeo o la que me hizo escribir estas palabras. Pero lo importante en el fútbol, y en realidad en la vida, a veces no es lo que se es, sino lo que se siente. Así han ganado y perdido cientos de equipos y se han hecho grandes o pequeños miles de jugadores. Así quiere creerse Cruz Azul más de lo que en realidad es -va a pasos acelerados para ser proyecto nuevo y tiene una plantilla corta con claras deficiencias- y aspirar, no a jugar una final, sino a parecer que juega una cada quince días en su muy particular noche buena