Auge, esplendor y estancamiento de la liga italiana durante la era Gasperini

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Está en el imaginario colectivo de todos los aficionados al fútbol el relacionar a Italia con el catenaccio, con un juego defensivo, rácano en su propuesta y tirando a lo simplista con balón, fruto de los trabajos (ganadores y de mucho mérito) de Nereo Rocco o Helenio Herrera y de la forma de ganar que ha tenido, generalmente, la selección italiana. El campeonato del Mundo en 2006, un torneo basado en la solidez defensiva y que tuvo en en el defensa central Fabio Cannavaro al máximo exponente del triunfo, vino a reivindicar esta propuesta y forma de jugar.

Paralelamente a ese triunfo de Italia en Alemania, el grandioso Milan de Silvio Berlusconi iba tocando a su fin, poniendo el punto final no solo a esa dinastía, sino a la etapa de gloria del fútbol italiano que alcanzó su plenitud en la década de los 90. Después de ese Milan, el Inter de José Mourinho volvió a poner al país transalpino en el primer ojo mediático con su triplete en 2010, pero tan solo fue un espejismo en lo que empezaba a ser la decadencia de la Serie A. En los años posteriores, únicamente la Juventus de Massimiliano Allegri, entregada a genios argentinos como Carlos Tevez o Paulo Dybala, tirana en el campeonato nacional, se volvió a acercar a la gloria europea, aunque sin el premio final.

Necesitaba el fútbol italiano una revolución, y no hay mayor prueba de esto que la deriva que había cogido la selección nacional en los últimos años. Eliminada en la fase de grupos en los Mundiales de 2010 y 2014, la no clasificación a la cita de Rusia en 2018, con esas emblemáticas imágenes de Daniele De Rossi recriminando al seleccionador, Gian Piero Ventura, que no metiera en el campo a Lorenzo Insigne cuando el país estaba cayendo eliminado en la repesca, fueron la gota que colmó el vaso. El fútbol italiano necesitaba una revolución, un cambio en sus raíces. Y es aquí donde entra en juego nuestro protagonista, Gian Piero Gasperini.

Procedente de equipos de menor categoría, como Crotone, Palermo y Genoa, además de una brevísima y nada exitosa etapa en el Inter de Milán, Gasperini llegó a la Atalanta en junio de 2016, heredando un equipo que convivía en su día a día con las luchas por evitar el descenso. Nada más aterrizar en esa localidad del norte del país. Gian Piero iba a revolucionar el equipo, buscando cambiar la metodología y apostando por una forma de jugar valiente, atrevida y entregada a sus mejores jugadores. El éxito que llegó, el que todavía sigue llegando, ponen al ya veterano entrenador como una de las personas más importantes en la historia de la entidad y como el gran revolucionario de la última década en el fútbol italiano.

Presiones altísimas y constantes, yendo hombre a hombre por todo el campo, no negociando ni un milímetro, fueron la marca de la casa del proyecto. Con balón, dinámicas atrevidas a partir de su habitual 3-4-2-1, permitiendo a centrales exteriores incorporarse al ataque, concentrando juego en un sector y entregándose a los hombres con talento, como atestiguan las versiones que sacaron a relucir Alejandro Papu Gómez y Josip Ilicic en Bérgamo. Ese proyecto alcanzó su cima en 2020, cuando finalizaron terceros en liga, a solo cinco puntos del campeón (una Juventus que apuraba su dinastía) y se quedaron a escasos minutos de entrar en las semifinales de la Champions League, privados únicamente de ese mérito por la que seguramente sea la mejor actuación en la carrera de Neymar Junior.

Como todo lo que gana, el éxito de Gasperini le creó discípulos. Surgieron entrenadores con metodologías muy similares, que de nuevo apostaban por sistemas de tres centrales, presiones altas con marcas al hombre y una búsqueda por cortarle el ritmo al rival en sus posesiones. Ivan Juric, en Crotone, Genoa (igual que Gasperini), Hellas Verona y actualmente en el Torino; o Igor Tudor, en Udinese, Hellas Verona y recientemente nombrado nuevo entrenador de la Lazio, pueden ser sus seguidores que más éxitos han cosechado.

Paralelamente a todo esto, a esta escuela de entrenadores que seguía las instrucciones de Gasperini, surgió otra, opuesta, buscando como enfrentarles. Si los equipos de Gasperini (o de Tudor o Juric) buscaban presiones altas con marcas al hombre, se necesitaban equipos con salidas de balón muy trabajadas, mecanismos muy estudiados, que las pudieran enfrentar y superar.

Roberto De Zerbi, Antonio Conte (y Simone Inzaghi como su heredero en el Inter), Maurizio Sarri, Luciano Spalletti, Vincenzo Italiano, Stefano Pioli o Thiago Motta en la actualidad son todos entrenadores que han surgido y se han perfeccionado en base a la idea de poder superar bloques rivales como el de la Atalanta. Partiendo de muy diferentes mecanismos, de ideas muy variadas, aunque generalmente con la misma base de fondo: si el rival me va a saltar a presionar hasta arriba, voy a forzar todo lo posible, buscar atraerle muy abajo, provocar que su bloque salte mucho y encontrar espacios, de esta manera, en campo rival.

Este choque, este enfrentamiento entre las dos escuelas, nos regaló el renacer del fútbol italiano y una etapa de esplendor que devolvió al país a la élite, situándose seguramente en ese trienio que va de 2019 a 2021 como la segunda mejor liga del planeta, únicamente por detrás de una Premier League inalcanzable debido al dinero de los derechos televisivos que le permite firmar a los mejores jugadores y los mejores entrenadores.

Nada ejemplifica mejor este resurgimiento del fútbol italiano que su selección que, tras quedarse fuera de la cita mundialista en 2018, regresó por todo lo alto ganando la Eurocopa en 2021, venciendo la final a Inglaterra en su casa. Un triunfo basado en una forma de jugar adaptada a los nuevos tiempos, con Marco Verratti como mejor jugador del torneo y con un entrenador, Roberto Mancini, amoldado a lo que demandaba el fútbol actual y cogiendo lo mejor de las dos escuelas que dominaban la liga, siendo esa selección italiana una que presionaba arriba la salida de balón del contrario, pero que a su vez poseía mecanismos e ideas brillantes para progresar si, por el contrario, eran ellos los presionados y no los presionantes.

Sin embargo, estando ahí, en lo alto, Italia se conformó y pecó de inmovilismo. No ha cambiado nada en los últimos tres años en la liga italiana, pero esto, lejos de ser un elogio, habla mal de ellos debido a la rapidez con la que se mueve el fútbol hoy en día. Los duelos entre presiones altas y salidas de balón imaginativas alcanzaron su cúspide, y ahora solo queda repetir esa batalla todas las veces que se enfrenten, pero sin innovaciones por ninguno de los dos lados. Cualquiera con un mínimo de conocimiento de base que se siente a ver fútbol italiano hoy en día ya se sabe lo que se va a encontrar, conoce exactamente lo que le van a ofrecer los equipos. La Serie A se ha convertido en un día de la marmota en el que se repiten semanalmente el mismo tipo de partidos.

Mientras la Bundesliga, por poner un ejemplo, no se detiene jamás, ansiosa por descubrir los nuevos límites del fútbol con bloques presionantes en intermedias, equipos con segundas jugadas muy trabajadas, o métodos con balón de juntarse descaradamente por un mismo sector, en la liga italiana parece que el desarrollo se ha detenido, contentos con lo que ya tienen.

De nuevo, no hay nada mejor para ejemplificar el estado actual del fútbol italiano que su selección nacional. Tras el éxito de la Eurocopa, vino el desastre quedándose fuera de la cita mundialista de 2022, la segunda consecutiva, cuando fueron incapaces de darle una vuelta de tuerca al equipo que había alcanzado su cima en ese mes de junio de 2021.

Incluso, y aunque jugar con los resultados de los equipos en competiciones europeas siempre es un poco trampa (sin ir más lejos, el año pasado Italia mete a tres equipos en las distintas finales europeas), este año no habrá ningún representante del país transalpino en los cuartos de final de la Champions.

El fútbol va rapidísimo, no espera a nadie. Y si bien la liga italiana supo adaptarse a los nuevos tiempos, cambiando desde los cimientos su forma de jugar, se necesita ahora una nueva revolución para no quedarse estancados. Gasperini fue el héroe que cambió, en el pasado, el presente del fútbol italiano. Ahora, la creencia es que, para que no se queden atrás respecto al resto de Europa, respecto al nuevo fútbol, necesitan otro entrenador que les cambie el futuro.

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Hugo Marugan
Fútbol. Para disfrutarlo, para aprender y para contarlo.

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