Conviene ponerlo en perspectiva. El FC Barcelona de Xavi Hernández, con sus fortalezas y debilidades, tenía su mayor problema estructural en la altura y coordinación de su última línea defensiva. Los perfiles escogidos por los integrantes de la misma, las distancias de relación entre ellos y respecto a otras líneas, su capacidad para moverse al unísono… Era un problema evidente que se personificó, más que en ningún otro, en la figura de Ronald Araújo. El central uruguayo, exuberante a campo abierto y con un físico privilegiado, parecía querer compensar su falta de lectura con sus capacidades físicas. Sus descoordinaciones tirando la línea y defendiendo a campo abierto le acabaron costando la temporada al equipo, con aquella fatídica eliminatoria ante el Paris Saint-Germain.
Apenas unos meses después, bajo el mando de Hans-Dieter Flick, el Barcelona es referencia mundial en lo que a tirar la línea del fuera de juego se refiere. Una forma de jugar que ha alcanzado la gloria en una semana donde han reducido al mínimo al Bayern Múnich y el Real Madrid, dos de los equipos, teóricamente, más preparados para castigar ese tipo de planteamientos. Pero el conjunto culé no titubeó. Ni siquiera cuando, con apenas un minuto en el reloj, Kylian Mbappé se plantó en solitario ante Iñaki Peña en una situación que, posteriormente sabríamos, estaba invalidada por fuera de juego. La introducción del VAR obliga a los asistentes a levantar el banderín tan solo en aquellos casos donde la infracción es muy evidente, lo que causa quejas debido a la cantidad de esfuerzos físicos que se les podría ahorrar a los jugadores. Pero existe una segunda lectura de esta situación. Y es que, más que físicamente, la decisión de no señalar el fuera de juego puede afectar mentalmente al equipo defensor. Porque les obliga a seguir la acción y afrontar una situación de peligro cuando la jugada estaba bien defendida desde el principio, lo que puede causar inseguridad y temor si la idea matriz es tirar la última a 50 metros de tu portería.
Pero el Barça nunca dudó.
Carlo Ancelotti, tras haber visto la victoria culé ante el Bayern entre semana, sabía lo que se iba a encontrar en el Bernabéu. Por eso sorprende que alguien con una mente tan privilegiada como la del italiano mostrara tan poca resistencia a los acontecimientos en el césped. Su plan, lanzar constantemente y amenazar esa defensa adelantada con los desmarques de Mbappé y Vinicius, tenía todo el sentido del mundo. Pero fue en las formas donde los blancos se perdieron.
La suplencia de Luka Modric, y su capacidad para juntar desde el pase y la retención, en un equipo todavía preso de la ausencia de Toni Kroos, fue crucial para que el equipo viviera en un estado de nervios permanente, donde todo era caos y precipitación. En segundo lugar, la ausencia de una mayor variación en los desmarques facilitó enormemente la tarea a la adelantadísima defensa culé. Y es que, ante planteamientos así, no basta con mirar lejos a los jugadores más rápidos, sino que se tienen que proponer diferentes alternativas para confundir y engañar a la línea rival. Rupturas que vienen desde segunda línea, desmarques cruzados, movimientos de arrastre… Tan solo se vio en una jugada durante todo el partido, cuando Jude Bellingham, desde la derecha, atacó el lado ciego de Pau Cubarsí, central diestro, solo para acabar en… fuera de juego.
De todos modos, si la primera mitad fue igualada, o incluso ligeramente inclinada hacia la balanza local, fue porque el Barça se contagió. Flick repitió el equipo del Bayern pero, en un partido donde el ritmo alto lo imprimía todo, no tuvieron a quien agarrarse para bajar revoluciones y templar los ánimos. La presencia de un perfil como Fermín López en zonas intermedias invitaba a la aceleración, y el encuentro fue un constante ida y vuelta donde nadie agarraba el volante.
«El Real Madrid quiere y no puede presionar con Mbappé, y quiere y no puede defender en bloque medio con Valverde y Bellingham en funciones de centrocampistas»
Entonces, llegado el ecuador del choque, el entrenador alemán decidió intervenir. Frenkie de Jong dentro, para compartir la base con Marc Casadó, y Pedri unos metros por delante. Y, entonces sí, el balón se puso a rodar.
Fueron apenas un par de minutos, unos segundos, los que les bastaron para derribar todas las creencias y el orgullo del templo blanco. Los que tardaron en empezar a juntar pases abajo, rodar de un lado a otro y enfrentar al Real Madrid con su mayor paradoja de esta temporada: son un equipo que quiere y no puede presionar con Mbappé, y quiere y no puede defender en bloque medio con Valverde y Bellingham en funciones de centrocampistas. Casadó recibió detrás de la primera línea de presión, los centrales blancos, confundidos, saltaron lejísimos para referenciar a sus marcas, los laterales, sorprendidos, se quedaron enganchados junto a las suyas, y, en ese enorme vacío que se formó, Robert Lewandowski recibió en una pradera y convirtió el primero de la tarde.
Sin tiempo para pensar en lo sucedido, una nueva salida elaborada desde atrás encuentra a Alejandro Balde en situación de giro de juego y el lateral, sin oposición, centra para un Lewandowski que se impone ante el apagón mental de Rüdiger y Militao, pilares hasta entonces, especialmente el brasileño, de una resistencia que dejó de ser posible cuando el Barça aprendió que para generar espacios tenía que pensar antes que correr.
El precedente estaba ahí, Apenas unos días antes, esa misma ventaja, en ese mismo lugar, había sido vapuleada y retorcida hasta la saciedad. Pero si Sahin dudó y apartó a Julian Brandt, el hombre que estaba poniendo al resto a correr, de la zona del balón, Flick iba a redoblar su apuesta con la introducción de Dani Olmo. La entrada del exjugador del RB Leipzig ejerce de apagón, y el Barça monta un rondo infinito donde el Real Madrid sigue con la misma respuesta que al inicio: correr. Y ahí, Iñaki Peña iba a aprovechar para coronar su mejor día como profesional. No fue, ni mucho menos, una exhibición paradora del guardameta canterano, pero sí una en el único apartado donde supone una ventaja real respecto a Marc André Ter Stegen: el control de la profundidad. Con él haciendo el campo corto y compacto, el Real Madrid se iba a dar de bruces con la realidad.
Los goles de Lamine Yamal y Raphinha, aprovechando la desconexión de un Real Madrid confundido en todas las fases del juego, culminan una remontada que reconecta al Barça con los recuerdos del pasado y con una generación, ya lejana en el tiempo, que se atrevió a pronunciar ante el Real Madrid un imposible que solo en ellos albergaba sentido: «yo soy más grande». Y el Real Madrid, aunque sabe que no es verdad, no logra demostrar lo contrario.