Ganar aumenta el efecto burbuja. Cuando se gana se genera un ambiente precioso, pero falso, pues en la victoria entras en una especie de estado de ensoñación que embriaga tus sentidos. Te anestesia. Crees que aquello será así para siempre. Admitir lo contrario aniquilaría toda la belleza que hay en la victoria, la dejaría como un cuenco vacío, un objeto absurdo en un terreno hostil. Ganar es, normalmente, el preludio de algo terrible. Pero nunca lo vemos así.
El Real Madrid de Zinedine Zidane no ha asumido aún su nuevo status social. Y es completamente normal. Tras años absurdos de ganar en Europa de forma sostenida, se han topado con el canto de un objeto enorme, abarrotado de realidad. Que ganar, más que al escudo o a la mística, respondía a algo tan sencillo como la comunión de cuatro, cinco talentos mayúsculos en el mejor momento de sus vidas. La marcha de Cristiano fue el momento simbólico y sobre todo físico que evidenció la caída de la Máscara. Detrás quedaba un equipo que seguía creyéndose el mejor, repleto de jugadores enormes pero con demasiada distancia, una sideral y astronómica, respecto a los futbolistas que aparecían detrás de la escena. Con Cristiano el Real Madrid fue incapaz de bajar de la ruleta a la que se había montado y su vida pasó a ser un Show de Truman en el que todos los espectadores parecían gritar a la pantalla que Cristiano se había ido, que ya no estaba y el Real Madrid, inmerso en una resaca demasiado profunda, no respondió. Siguió viviendo como si ganar fuera lo normal. Y no lo era.
Marco Asensio llegó al Real Madrid en plena vorágine europea. En verano de 2016 aterrizó, con apenas 20 años, en el equipo de Benzema, Cristiano Ronaldo y Gareth Bale que venía de proclamarse campeón de Europa, reconstruido por Zidane, insuflado de una convicción en el talento disponible, estandarte del fútbol que se mostraría después. «La táctica es un estado de ánimo«, dijo Zidane. Y es ahí, en ese estado perpetuo de concentración, donde el fútbol de Asensio echó raíces. El Madrid de aquella temporada se erigió alrededor de dos equipos, el ‘A’ y el ‘B’, un equipo que era a la vez otros tantos, sin ataduras tácticas y con muchísimos atajos hacia el gol. La calidad de Isco, la contundencia de Morata, la brutal zurda de James, el nivelón de Nacho o Lucas. Fue en ese cóctel paranormal donde Marco encontró acomodo, demostrándose como un jugador de enorme pegada, conducción portentosa y buena técnica, perfecto para entrar en partidos donde el Madrid necesitaba piernas, siempre puntual de cara a su cita con el gol. Fue decisivo en cuartos de final ante el Bayern, en ambos partidos, y apareció, puntual, en la final para marcar. El año soñado de cualquier niño que asoma la cabeza.
Si bien su segunda temporada empezó como un tiro, Asensio ha demostrado algo hasta la fecha que solo el tiempo dirá si es o no casualidad: su mejor rendimiento ha ido ligado a un contexto favorable, balsámico, en el que la responsabilidad no era suya, y él, como buen actor de reparto, aparecía siempre que se le necesitaba. Sus cualidades (golpeo estratosférico, potencia, conducción) dibujaron un jugador en nuestras cabezas que nos hizo salivar, y más viendo aquel inicio de la 17/18, cuando tras destrozar al FC Barcelona, remontó él solo el partido ante el Valencia con un doblete. El fútbol está formado por pequeños momentos que ejercen una fuerza anormal en la memoria y las expectativas. Pequeñas balas que lo deforman. Asensio, con sus goles, deformó las expectativas, las agrandó con goles bellísimos, disparos secos que mostraban una contundencia propia de los elegidos. Pero, una vez se fue Cristiano, Asensio fue preso de una sensación de pesadumbre, como si sus cualidades, ahora que se ponían bajo el foco exigente del Bernabéu, ya no sirviesen. ¿Servían? ¿Podía ser un Asensio titular el que habíamos visto de suplente, en un escenario distinto?
Tras su lesión, que lo tuvo meses apartado, estamos viendo a un Marco Asensio distinto, pero igual. En cierta manera, él y Vinícius Jr están demostrando ser dos jugadores cortados por un patrón parecido, aunque difiere en cuanto a la forma que toma. Mientras Marco se hizo fuerte en el mejor Real Madrid, uno donde las luces no lo quemaban, sino que lo acompañaban dócilmente, el brasileño lo hizo en el peor equipo de los últimos años, con los jerarcas en horas bajas, sin certezas competitivas y con unos focos con hambre de una figura. Ambos están encontrando dificultades cuando el guion se gira. En Asensio se puede apuntar algo mental, como si le hubieran movido de época y sitio y lo que antes le hacía especial, ya no existiera. Más que déficits técnicos, a Marco le pesó la exigencia de verse en el escaparate futbolístico del Real Madrid en medio de la vorágine enfermiza de las Cuatro Copas de Europa en cinco años. Con un equipo que seguía intacto pero sin Cristiano, que es como decir que sigues vivo pero sin respirar, a Asensio se le vieron costuras que las victorias tapaban.
Ahí entramos en el pantanoso terreno futbolístico, donde es muy difícil dibujar a un jugador que en 2017 era percibido de una forma tan distinta a la que lo es ahora, tres años después. Asensio sigue siendo joven (24) pero el tiempo parece haber retorcido su figura, como si fuera un juguete roto y ya nadie supiera qué era antes, cuando el Madrid vivía en un estado de felicidad irreal, suspendido en el aire. El suelo, de polvo y barro, es un sitio donde no todos pueden sobrevivir. Asensio siempre me pareció un jugador con dos cualidades muy bestias, de un gran impacto visual y, sobre todo, con capacidad real para incidir en el marcador: golpeo y conducción. De una zurda terrorífica, su capacidad para eliminar rivales desde la conducción iba mucho más ligada a la potencia que a la técnica, siendo ahí bastante bueno. Sin ser imaginativo, sí tenía veneno. Pero lo que era en 2017 estuvo marcado por su absurda puntualidad en las noches grandes, algo que hizo que sus virtudes pasaran a valer el doble; sus defectos, invisibles.
Cuando los focos le apuntaron, empezó a notar la presión asfixiante de tener que ser Asensio -el de las grandes noches- cada día. Cada partido. Y su fútbol es intermitente, siempre lo fue. Sucedía que se activaba siempre que el Real Madrid jugaba un partido gordo. Pero sin Cristiano, con Bale irrecuperable y un Benzema que venía estando cuestionado, su fútbol no pudo encontrar acomodo en la repetición, sino en un semáforo que pasaba del rojo al verde de forma intermitente, evitando así un despegue que quizás nunca se debió dar. Ya su última temporada sano dejó 1 gol en 1780 minutos en La Liga, una cifra que chocaba con lo anunciado anteriormente. Sin tiempo para saber si se trataba de algo propio de la edad, de la readaptación a exigencias renovadas, se rompió.
Esta temporada Marco parece haber perdido todo aquello que atesoraba y le hacía especial, dejando al aire libre a un jugador distinto, soso y sin atisbo de peligro. De hecho, si miramos sus cifras, no solo sorprende sus 0 goles, sino que en Liga promedia 0,3 disparos por partido. No es ya que no marque, es que no está cerca de poder hacerlo. Y ahí, creo, entramos en una cuestión compleja que envuelve a equipo y futbolista. ¿Fue nunca Asensio un jugador con capacidad para generarse sus propios disparos? ¿O vivió de una estructura en estado de gracia que le permitía activar sus dos mejores cualidades sin demandarle nada a cambio? Este Real Madrid es un equipo plano, con dificultades para girar al rival en posicional y sin atajos para llegar al gol. Las recepciones de Marco suelen ser alejadas de la portería, como si le faltara aire para ir más arriba. Son tímidas, sin ánimo de herir la estructura rival. Sus recepciones por partido, a pesar de estar jugando más o menos lo mismo, han bajado comparándolas con otras temporadas (de 47 y 43 en 2017 y 2018 a 34 esta campaña). Asensio, además, no ha crecido, o no ha podido hacerlo, sin balón, y lo que podía ofrecer (verticalidad, profundidad) no se está viendo.
A unas cualidades que no se están pudiendo imponer se le debe sumar unas deficiencias que para un atacante son importantes. La autosuficiencia que insinuaba antaño es hoy incapacidad, dependencia del sistema a la hora de hacerle llegar el balón al sitio exacto, necesidad de jugadores por delante para abrirle caminos y dificultades para llegar hasta el punto de penalti. Que su disparo, lo más destacado, lo esté armando 0,3 veces por partido cuando llegó a hacerlo 1,6 en 2018, choca. Quizás nos deberíamos preguntar por qué nunca fue titular indiscutible, sino más bien un jugador que encontraba su zenit en escenarios abiertos, alejado del gran foco, con capacidad para encontrar atajos que, saliendo desde el XI, son más difíciles.
Marco Asensio llegó a un Real Madrid que le susurraba al oído aquello que él quería oír, brindándole en bandeja todo lo que necesitaba para que su zurda encontrara acomodo entre los pies dominantes de Ramos, Kroos, Luka, Marcelo, Karim y, claro, la contundencia de Cristiano. Pero sin el último, Marco pasó de jugar en un entramado que le miraba de reojo y con cariño a uno que lo hacía con ansiedad y ciertas prisas, esperando que el mallorquín diera un paso lógico y coherente con lo mostrado. «Vamos, te toca», le dijeron. Y Asensio, quizás asustado, dijo sin hablar que no podía, que lo único que cambió de Asensio tras la lesión fue el Real Madrid. Él, en realidad, sigue siendo el mismo.