“De valiente no me van a ganar” fue lo que declaró Andrés Lillini tras caer ante Cruz Azul en el partido de ida, dejando saber que, más allá del resultado global, la serie daría mucho más para escribir. Así sucedió. El estratega argentino llevó a Pumas a competir mediante una propuesta valiente que no sólo permaneció en el ámbito emocional, sino que se sustentó en la manera en que manejó sus piezas y optimizó sus recursos. Con el pasar de los minutos, al tiempo que La Máquina volvía a desvanecerse entre dudas y miedos, el conjunto universitario comenzó a creer que la remontada era posible. Ya en ese punto, no hubo vuelta atrás para lograr una de las más grandes hazañas en la historia del futbol mexicano.
El técnico sudamericano dejó atrás su habitual 4-4-2 y plantó cara con un 4-3-3 asimétrico que tuvo como elemento clave a Carlos González actuando como falso extremo por izquierda. Nada de esto fue una improvisación. En su etapa con Necaxa, el paraguayo solía flotar por detrás de un delantero referencia. Ahí desarrolló la sensibilidad para realizar movimientos de atracción y diagnosticar espacios con criterio, ya que es un rol que le permite ver de frente la línea defensiva rival. Además de eliminar referencias claras de marca en el frente ofensivo, el cuadro auriazul trató de estirar al máximo la zaga celeste (otra vez en línea de cinco) y agrandar el intervalo entre central exterior por derecha (Escobar) y carrilero (Rivero).
Luego, en el lado opuesto, el plan estuvo dirigido a la creación de superioridad posicional para Juan Manuel Iturbe. Es decir, situaciones que le permitieran enfrentar mano a mano a su par (‘Shaggy’ Martínez) y servir el balón al área, donde era más factible ganar. Para que esto sucediera, Vigón fijaba ya fuera al extremo o a uno de los mediocentros, a la vez que Mozo intercambiaba carriles para limpiarle la recepción al nacido en Quilmes. Si bien es cierto que dichos mecanismos estuvieron lejos de traducirse en un dominio claro, hicieron posible que la casualidad interviniera en las anotaciones de Pumas.
Cruz Azul no se agazapó. De hecho, mantenía activas ciertas conexiones entre líneas con Pineda y Alvarado. Sin embargo, tampoco arriesgó. Sólo esperaba, como si el desenlace fuera inevitable e inminente. El partido entró en un pasaje decisivo donde el control de las emociones y la fortaleza mental se hicieron más imprescindibles que nunca, un escenario con el que los locales ansiaban encontrarse y los visitantes no querían volver a ver.
Pumas llevó todo a donde quiso: al límite. Ganó en su propia área con Johan Vásquez a un nivel superlativo y, en la contraria, con un Juan Ignacio Dinenno que, además de fungir como el satélite del juego directo, posee una contundencia diferencial en la Liga MX. Aunado a ello, el club universitario apeló al amor propio, al sacrificio, a la valentía y al inexplicable padecimiento que sólo sufre Cruz Azul.
En este tipo de instancias no caben los merecimientos, y menos después de haber construido una gesta de estas proporciones. El futbol es un estado de ánimo y, ahora mismo, Pumas cree que todo es posible porque así lo ha demostrado desde aquel inicio de torneo donde todo lucía adverso. Más allá de su corta plantilla —aunque con un reconocible modelo de juego—, la fe y la convicción son los factores que pueden llevar la octava estrella a Ciudad Universitaria. En frente, tendrán al equipo que mejor somete a través del balón y cuyo sistema parece haber llegado a la cúspide.