Los pasillos en el instituto de Toni Kroos

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Los profesores siempre tuvieron un ojito derecho en clase. Alguien que les inspiraba confianza, un alumno –no siempre aplicado– capaz de plantear preguntas sin respuesta. Y el fútbol de hoy en día muchas veces se reduce a eso, a no saber contestar cuestiones cuya teoría parece estar bastante clara sobre el papel, pero que extrapolada al verde evidencia que nada más lejos de la realidad. Porque, hasta que se demuestre lo contrario, en esta disciplina está todo inventado. Pero no todo se puede controlar. O, al menos, no de forma simultánea.

Aunque muchas veces lo queramos negar, y yo el primero, al fútbol siguen jugando los futbolistas; no los entrenadores, ni tampoco los scouts. Y bien es cierto que estos les potencian o les limitan. El fracaso o el éxito de un jugador está ligado al qué, cómo, cuándo, dónde, porqué, con quién y/o para quién que les inculca un estratega. Sin embargo, ante la Atalanta, Neymar demostró tener una versión indefendible al 99´9%. Y la teoría no la podían tener más clara en Bérgamo. Pero, aunque al fútbol se juegue con la cabeza, son las extremidades las que marcan muchas veces la diferencia.

Desde su aterrizaje en Madrid, Toni Kroos siempre ha sido un elegido. Quizá, incluso, el más listo de la clase. Pero pocas veces lo quiso demostrar. Y Modrić rara vez se resignó ante las adversidades. El “39” del Bayern acabó siendo el “8” del Real Madrid, su camiseta fue la primera que dejó de impresionar a mucha gente. En este grupo también me incluyo. Un gesto de lo más habitual en el fútbol, seleccionar lo rutinario en lugar de escoger algo que te diferencie del resto. Kroos siempre tuvo un talento tremendamente diferencial, pero en la figura de Zizou no se encontró un profesor que le echase al pasillo de vez en cuando. Se encontró a alguien que nunca le llevó a septiembre, hasta un 26 de febrero de 2020. Ese día,  el alemán vio desde el banquillo noventa minutos de un Real Madrid que cayó derrotado frente al Manchester City, pero que combatió mejor de lo esperado sin él y que en muchas fases fue superior a un adversario que sobre el papel fue mejor que sobre el verde.

El timón de la Mannschaft nunca resultó excesivamente veloz. Tampoco ágil. Y ni mucho menos resistente. En la era de los highlights, si hiciésemos una recopilación de sus mejores jugadas, muy rara vez le avistaríamos corriendo. Si acaso, alguna trotando. Y, si seleccionásemos sus principales errores, entendiendo por error aquella acción que lleva a que el rival se beneficie directamente de un déficit suyo, en casi todas las secuencias aparecería corriendo. Sin embargo, él siempre fue rápido, mucho, porque hay pocos futbolistas con mayor capacidad para condicionar el ritmo de un encuentro y acelerar las posesiones de su equipo. Hacer que sea el balón el que fluya a su antojo, para que el oponente recorra más metros que el compañero. Y, siendo un generador de ventajas nato, el mayor de los errores para Kroos fue querer esquivar los «lowlights», pecar de aburguesamiento, no salir de su zona de confort.

Quizá sea algo tarde para él, pero no para el Real Madrid. Toni, al igual que Luka, sigue demostrando que su dualshock tiene un botón más que el del resto de los centrocampistas del planeta: el del “toque de calidad” algo que nunca entendí porque, ¿quién quiere, aunque sea en la Playstation, completar un pase o un tiro sin calidad? Pero bueno, eso ya lo dejaremos para otro momento. Aquí lo que nos concierne es que Kroos tiene más clase que un colegio, pero se conformó con un notable bajo. En su manual de instrucciones como pasador pone que es el mejor –y me ahorro el quizá–, porque los domina absolutamente todos: cortos, largos, organizativos, creativos, señuelos; los traza con ambas piernas y su precisión es alta incluso bajo presión. Pero volvemos a lo mismo, muchos los ha mostrado menos de lo que debería en el Santiago Bernabéu.

Un Real Madrid cada vez más pandémico, con perdón de la expresión, necesita la medicina de un jugador como él. Una vacuna eficaz –no únicamente eficiente– que derive en efectos secundarios para el oponente en forma de situaciones indefendibles al 99%. Modrić lleva años siendo una reina con el sacrificio del peón más fiel sobre un tablero de ajedrez. Cristiano Ronaldo fue un rey al que convenía arropar hasta el final. Marcelo y Mendy, dos caballos muy diferentes pero que, por cada dos movimientos hacia delante, sorprenden con uno hacia dentro. Y Ramos, un comodín de todas las figuras, con unos superpoderes que parecieron excesivos hasta para que el inventor del ajedrez lo incluyese sobre el tapete.

Sin embargo, Kroos se acomodó en la figura de una buena torre, pudiendo hacer que sus envíos emulasen a los movimientos de una de las “roques” más precisas del planeta y de un alfil quirúrgico al mismo tiempo. Se hartó de dar simples pases de continuidad, pudiendo garantizar envíos multidireccionales y multidisciplinaraes. Llegados a este punto, de poco vale mirar hacia atrás. Lo que está claro de aquí en adelante es que Kroos demanda a un Zidane que sea más Magnus Carlsen que profesor de educación física. Solo de ese modo, el técnico conseguirá un mediocampo ajedrecista como ninguno, para paliar la fuga del rey.

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Iñaki María Avial
Periodista · 1997 · España | Kaká me enseñó desde San Siro que en el fútbol la magia importa, Gerrard se fue a Estambul a confirmarme que la mentalidad prevalece. También soy `Chiellinista´. Delante de un micrófono, como dijo Michael Robinson, "estoy muy ocupado, pero no siento que esté trabajando".

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