Durante mucho tiempo, jugar era lo más fácil del mundo. El verbo se ceñía a la perfección, sin mostrar resquicio alguno, a su esencia. Era relativamente sencillo, incluso divertido. Uno o dos toques por norma, apenas un breve reconocimiento en el entorno, pues como en «Memento», todo lo que debía saber estaba ya en su cuerpo. Compañeros cerca, socios en corto y movimiento que liberaba líneas de pase. Así fue tejiendo su fútbol preciosista un Sergio Busquets que se encumbró en lo más alto sin apenas moverse, atado a una zona que le regalaba felicidad. Hoy, 12 años después de su debut, el de Badia es para muchos el centro de la diana, un juguete viejo que ya no sirve, alguien que se ha quedado atrás. ¿Cuánto hay de verdad y cuánto de relato en su figura?
No hay jugador que haya sufrido tanto la decadencia del FC Barcelona como Sergio Busquets. Él nació y se asentó en la élite jugando en un cuadrado pequeño y conciso, uno que delimitaba de forma clara con quien tenía a un lado (Xavi) y quien tenía delante (Leo). Con las piezas dispuestas en el tablero, Busquets memorizó y se encargó de dar sentido a sus intervenciones, permitiendo que Xavi mandase cuando quería y que Messi recibiese donde le era más cómodo. Pep Guardiola le puso en un contexto idílico, le guiñó el ojo y le convenció que, con Xavi, Iniesta y Messi, él no tendría que moverse nunca. Pep acertó. Y Busquets se hizo grande en un ecosistema imposible, distorsionado por la conjunción de unos talentos históricos en su mejor momento.
En 2012, Xavi empezó a caer. Con 32 años, el motor de Terrasa evidenció que ya no podía carburar al máximo y eso coincidió con el paso hacia adelante de Sergio Busquets, que a sus 24 años llevaba cuatro siendo indiscutible en el mejor equipo de la historia y en la selección española. Una anomalía para una posición que requiere tanto poso y sentido común. Precisamente, si Busquets fue capaz de meterse ahí pese a ser limitado en cuanto a su movilidad, fue porque siempre aprendió el doble de rápido que los demás. Una esponja que lo absorbía todo y escondía sus carencias con una orfebrería inmaculada. Nunca tuvo que dar un paso al frente porque, sencillamente, nadie lo necesitaba. Pero, poco a poco, el equipo fue mutando, exigiendo que el de Badia lo hiciese con él.
Hay un texto muy bueno de Miguel Quintana en el que habla de las edades de los centrocampistas y cómo estos normalmente tardan más en llegar a su madurez. Lo visto de Sergio Busquets hasta sus 24 años era una rareza histórica, no solo por su nivel, sino porque dejaba al descubierto a un jugador distinto pero al que el tiempo le exigiría cambiar. El aficionado se quedó prendado y con la boca abierta dejó entrever un «y ahora qué». ¿Qué Sergio Busquets veríamos en su madurez? A diciembre de 2020, el FC Barcelona ha estallado en mil pedazos, y todo lo colectivo que aupó a Busi en lo más alto, el contexto -esa famosa palabra- que le hizo ser quien es hace ya años que no existe y el fútbol amenaza en desplazar al centrocampista. «El fútbol es de los centrocampistas», decíamos en 2010. Ahora, es de las presiones.
Vamos por pasos que el tema es delicado. Sergio Busquets es el mismo futbolista que en 2014. El mismo. A sus aptitudes sobresalientes, las que le hicieron destacar en Barça y selección, le siguen incomodando las mismas limitaciones. Busquets no ha variado un ápice su forma de jugar a pesar de que su entorno se ha degradado con una fiereza impresionante. Ya no queda nada, excepto Messi. Los pases filtrados del de Badia siguen encontrando receptor, pero ya no hay nadie cerca suyo, sus pases pierden sentido, la agilidad mental que iba acompañada de un reconocimiento del entorno sorprendente se ha deteriorado, dejando en evidencia las carencias que en 12 años no ha pulido. Y es que el fútbol, si algo es, es una máquina de recordar a jugadores y entrenadores que aquello que no han mejorado les va a condenar. Puedes hacer 15 cosas bien, pero si hay una que se te enquista, el fútbol te lo hará pagar. Es cruel.
El fútbol es un deporte donde el componente del movimiento es mucho más llamativo que en cualquier otro. Moverse, para el aficionado, es sinónimo de actividad, concentración. Correr, de ganas y pundonor. Busquets llegó a ser el mejor en su posición sin ninguna de las dos. De piernas larguiruchas y flacas, con una velocidad punta limitada y sin demasiada agresividad en sus gestos, Busi logró anestesiar a los que exigen movimiento e intensidad porque en su juego no había fisuras, nada que lo pudiese dejar en evidencia. Busquets no sabe cómo decir que él sigue siendo el mismo, quizás un poco más lento de mente, pero a millas del segundo en esta posición. Su acompañante, en cambio, está en un proceso de descomposición avanzado. Ahora la gente ya no quiere que Busquets sea Busquets, sino que sea otro tipo de centrocampista, y al no poder serlo, la cruz cae sobre su cabeza gacha.
Criticar a Sergio Busquets por seguir siendo Sergio Busquets es algo muy propio del fútbol. La sociedad premia los cambios constantes, todo aquello que es nuevo, que huele distinto y que imposibilita que nos aburramos. La Sociedad del Espectáculo que apuntó Debord en los sesenta es hoy la del Click, el Highlight como forma de consumo y entendimiento de nuestro alrededor. Y va y Sergio Busquets sigue igual. Como si nada hubiera pasado. Entiendo perfectamente este hastío, pero no lo comparto. Y ahí, en esta disyuntiva que nos obliga a pensar: ¿Falla Busquets o falla el contexto?
Sergio es un magnífico futbolista y probablemente el jugador que mejor ejemplifica, de los que aún están en la élite, aquello de «ADN Barça», el representante platónico del mundo de las ideas azulgrana. La frase de «Es que si el Barça le ofreciera el contexto… Busquets jugaría como en 2010″ es tan cierta como falsa a la vez, porque el fútbol es un deporte vivo pero en el que muchas veces se comete el error de trasladar rendimientos concretos en escenarios imposibles. Las virtudes de Busquets y el camino del FC Barcelona se han ido separando poco a poco, un divorcio doloroso porque ambos están condenados a entenderse, pero ya no pueden. En un Barça en el que prima el ataque vertical, el repliegue pasivo y la tendencia a abrir los partidos, la calidad del de Badia se pervierte, convirtiendo su sentido común en un estorbo, descubriendo espacios a su espalda que el rival explota sin piedad. Lo cierto es que a 2020, y desde hace ya un tiempo, Busquets no es causa de nada, pero tampoco es la solución, precisamente por aquello de que Sergio es el mismo que en 2010. Los problemas que se presentan ahora no existían entonces, por lo que Busi no ha desarrollado su fútbol para dar respuesta a esos problemas.
El fútbol no es un deporte platónico, sino más bien nietzscheano. Las ideas no existen en abstracto, sino que están en constante disputa y cambio. ¿Qué es el fútbol sino la constante interacción entre los jugadores? La táctica, sobre el papel, como en nuestras cabezas, es más bien una falacia que nos engaña. El fútbol es de los futbolistas, y siempre nos invita a dudar. De ahí que Sergio Busquets no se deba pensar en lo que sería en otro contexto, sino de lo que es y puede ser en el actual FC Barcelona. Yo no tengo dudas de que Sergio mejora al Barça como tampoco las tengo de que su presencia es limitante en muchos escenarios de partido. Bendito deporte es el fútbol, uno en el que la razón no es nada más que un juguete roto.
Y en esa conjunción entre las ideas de lo que debe ser el fútbol y las dinámicas y sinergias entre jugadores y pizarra, se encuentra un Sergio Busquets perdido, anclado en una idea desgastada que ya nadie mira ni entiende, una de la que parece ser su único defensor y testigo. En el mundo platónico de las ideas, Busquets es el Mantra, la figura totémica que salvaguarda un estilo que ya nadie sabe cuál es. El tiempo vuela y el fútbol aprieta y exige cambios que se amolden a las nuevas formas. Sergio, atrapado en un mundo asfixiante e invisible, tirita ante el frío polar que azota la realidad azulgrana. Sergio Busquets entre dos realidades que se repelen, obligado a unirlas, a reconocerse en un espejo que no devuelve ninguna imagen.