“Cuando un futbolista cree estar por encima del entrenador solo queda una palabra por decirle: adiós”. Esta frase no fue pronunciada por Gian Piero Gasperini, sino por Sir Alex Ferguson; pero sería perfectamente extrapolable a la situación que ha vivido el corazón futbolístico de Bérgamo a lo largo del presente curso. La relación entre el técnico que llevó a la Atalanta hasta una dimensión inimaginable hace unos años, y su máximo exponente sobre el verde, se rompió de forma definitiva. Indudablemente, en esta batalla solo el Sevilla FC salió ganando, pero parece que la parte que menos ha perdido, al menos por ahora, es la que sigue jugando cada semana en el Atleti Azzurri d’Italia. En las últimas campañas, jugadores importantes como Conti, Caldara, Petagna, Mancini, Cristante o Gagliardini ya abandonaron La Dea, pero esta siguió creciendo mientras veía como algunos de sus actores protagonistas pasaban a ser simples «figurantes» fuera del club.
Esto habla a las claras de que la Atalanta es un ecosistema de lo más particular, diferente al fútbol-control incipiente hoy en día. Un plantel que resulta un dolor de muelas al que se puede superar, pero que rara vez deja de incordiar, al que es utópico controlar. En tiempos de pandemia, con los mismos equipos jugando cada tres días, la capacidad para sorprender es cada vez menor. Y el equipo nerazzurri sigue siendo uno de los que mayor habilidad muestra en esa faceta; no solo por sus matices tácticos, sino por la telepatía que ha generado Gian Piero alrededor de un equipo que baja al baro como el que más. Once soldados dispuestos a morir en base a una idea que, si no sorprende por novedosa, sorprende porque desarrolla en tiempo real lo que Wyscout consigue trucando los partidos a velocidad 1.5.
Su formación base sigue siendo el 3-4-2-1 o 3-4-1-2, aunque nadie nunca ha sido capaz de capturar una instantánea con la que vislumbrar este esquema táctico de la Atalanta sobre el césped. Aquí la clave está en el escalonamiento, en las sinergias. Más bien, esa es la disposición media que se le atribuye a unos futbolistas que tienen completamente interiorizado lo que el técnico busca en ellos. O, lo que es lo mismo, la receta sobre cómo desesperar a los adversarios, quienes cuando atacan siempre tienen una sombra que les persigue, y que cuando defienden, comprueban que estas sombras son más fugaces e imprevisibles que sus propios cuerpos. Así concibe el fútbol Gian Piero Gasperini. Y así lo impone, por mucho que el oponente trate de evitarlo.
La Atalanta de Gasperini es el juego de la Jenga. Las piezas que va liberando de su defensa (Romero-Toloi) las va colocando en la parte alta del sistema, y la torre, usando contrapesos de seguridad (De Roon), no se le viene abajo. Es puro dinamismo. Un desorden muy organizado. pic.twitter.com/DKHUGrYnZh
— Adrián Blanco (@AdrianBlanco_) February 21, 2021
Aspecto clave: parten bajo la premisa de que no hay profundidad sin amplitud. Para atacar, es muy común que haya muchos jugadores que estiren a lo largo y ancho, vaciando la zona de mediocampo. Esta debe ser una zona de tránsito, no una sala de espera.
Un doble pivote formado por Freuler y De Roon –dos perros de presa fundamentales en esta Atalanta– se mueven como ese balancín que, cuando uno sube, el otro baja. Dos medias puntas o segundas puntas a las que no se sabe bien cómo denominar porque, precisamente, a lo que se dedican es a mezclar alturas en el carril interno, posibilitando que haya constantes líneas de pase abiertas para progresar. Un delantero centro que, en parte gracias a su preponderancia física, intimida y lo aprovecha para arrastrar defensores o para descargar balones de cara a las cuatro fichas mencionadas del mediocampo. Y, todo ello, complementado por dos carrileros que tienen un impacto altísimo ofensiva y defensivamente. La Atalanta probablemente sea el sistema que más físico demande en esta demarcación, pero también es el equipo que más les potencia. De hecho, una de sus jugadas características, reside en que uno de ellos centre desde un costado y que el otro aparezca atacando el segundo palo.
Libra por libra, tan solo intimidan tres o cuatro figuras individuales en su `X´ tipo. La exuberancia física y perspicaz de su “9” Duván Zapata, el correcaminos Robin Gosens desde el carril izquierdo, o el «dulce-asesino» botín izquierdo de un segunda punta como Josip Iličić. Eso dentro de su alineación habitual, porque luego desde el banquillo Gasperini puede introducir más veneno con Luis Muriel –aspirante a mejor revulsivo del planeta– o con “El Francotirador” Ruslan Malinovskyi –aspirante a mejor disparo de media-larga distancia en Europa–. Incluso, Matteo Pessina, “el sustituto” del `Papu´ Gómez en la mediapunta izquierda. Aunque el ex del AC Milan o Hellas Verona estaba en plantilla desde agosto, ha sido en los últimos dos meses cuando ha dado un paso adelante y está demostrando clarividencia en los metros finales y agresividad defensiva a partes iguales. Sin embargo, todo el resto de armas que nadie compraría en el GTA, son con las que Gian Piero no dudaría en ir a la guerra. Aquellas que, juntas, se vuelven uno de los cócteles molotov más letales del panorama futbolístico actual.
Pese a la marcha del `Papu Gómez´, Gasperini ha vuelto a meter a la Atalanta en una final de Coppa Italia, la segunda en las últimas tres ediciones.
Pero, si algo hace especial a esta Atalanta, es su presión intensa con marcajes estrictamente individuales. Una cuestión innegociable para Gasperini, vivir bajo el lema de “cuanto más lejos defendamos de nuestra portería, más lejos estaremos de encajar y más cerca de recuperar el cuero y marcar nosotros”. Una premisa basada en ahogar a poseedores y receptores al mismo tiempo. La Atalanta no está diseñada para defender cerca de su propio área esperando a que los rivales le lleguen, algo que quedó demostrado en los cuartos de final de la pasada Champions frente al PSG. Pero, por otra parte, esto supone un importante cuchillo de doble filo. De ahí la necesidad de contar con una plantilla apta para repetir esfuerzos constantemente, a un ritmo de juego muy alto. Y, de ahí, la exigencia de que sus carrileros sean también esenciales en defensa. Porque ante equipos que partan con línea de cuatro, para ajustar marcajes hombre a hombre, estos deben ir a encimar a los laterales rivales a 80 o 90 metros de su propia portería, garantizando el retorno y las coberturas en caso de que el rival logre sortear la presión y haga saltar por los aires su mecanismo de defensa individual, también conocida como “defensa por pares”.
Por eso sufre tanto este equipo ante futbolistas regateadores como Neymar, y ante equipos con capacidad para robar y transitar a velocidades muy altas como lo han hecho Napoli o Liverpool esta 20/21. La pizarra de Klopp y Gattuso consiguió sorprender a Gasperini, haciendo que su presión quedase a contrapié, aprovechando que La Dea trata siempre de defender hacia delante. Porque sus centrales son vulnerables a campo abierto, pero deben adaptarse a esta función para no permitir que se genere demasiado espacio entre líneas –combatiendo que su doble pivote no es para nada posicional– y completar así la tarea de defender hombre a hombre, persiguiendo a sus parejas de baile –los delanteros rivales– por todo el campo. Zdeněk Zeman, un entrenador checo curtido en mil batallas dentro del Calcio, dijo que en el fútbol “no importa cuánto corres, solo hacia dónde y por qué corres”. Y esta Atalanta, sin tantos quilates en su plantilla, lo cierto es que corre más y mejor que el resto de la élite europea. Esa es su fórmula para agredir a las superpotencias del viejo continente.