El fútbol moderno se caracteriza por la dificultad que entrañan todos y cada uno de sus apartados y aspectos. Sin embargo, todavía existen efectivos confeccionados por un mismo patrón en el que reina la sencillez. A veces, lo más complicado de conseguir ante la espectacularidad que exigen las hinchadas. Ahora mismo, el Real Madrid Castilla de Raúl González Blanco es el claro ejemplo de ello. El que fuera histórico delantero del primer equipo blanco se encuentra inmerso en una dinámica prolífica que le ha permitido clasificar al filial merengue a la fase de ascenso a Segunda División, con la ingente cantidad de estímulos que un reto así lleva implícitos.
En líneas generales, no ha sido una temporada sencilla. El Real Madrid acusó las lesiones y el cansancio acumulado, y Zinedine Zidane recurrió al elenco capitaneado por Raúl para camuflar carencias y contemplar el talento emergente. Ahí, el papel de Juan Miguel Latasa fue clave. Con Hugo Duro en dinámica de la primera plantilla y disfrutando de minutos en escenarios favorables, el ariete madrileño reapareció, tras dos lesiones prácticamente consecutivas, a un nivel supremo, además de con una forma física sobresaliente. Pese a permanecer en el dique seco varias semanas, el olfato goleador parecía más desarrollado que nunca.
Además, Latasa siempre ha vislumbrado el fútbol como algo sencillo. La simplicidad hecha deporte. El contexto actual invita a pensar en la dificultad -y en la capacidad para lidiar con ella- como la llave del éxito. Entremedias, el miedo al fracaso condiciona cada decisión por tomar. No obstante, el atacante madrileño ha demostrado todo lo contrario. Este curso, ha participado en diez encuentros; en cinco de ellos como titular, anotando cinco goles y acumulando 549 minutos. Al tratarse de su primera temporada en el primer filial blanco y en Segunda División B, sus estadísticas personales cobran especial relevancia y evidencian su influencia en el equipo comandado por Raúl.
Por otro lado, el arte de la descarga. El arte de recibir de espaldas, bajar el esférico y detectar al compañero mejor posicionado para comenzar a generar peligro. O simplemente a sorprender. Otro hilo conductor de un mecanismo cada vez más letal e interiorizado. Parece fácil, y se podría decir que lo es. La dificultad reside en la habilidad de Latasa para hacerlo una y otra vez, jugada tras jugada, y que el resultado sea el mismo. Que el peligro llegue, y lo haga a través de acciones similares. Una vía cada vez más recurrente que desatasca escenarios desfavorables, oxigena a una camada de ensueño y erige al ariete español como uno de los mejores proyectos de La Fábrica.
A edades tan tempranas, existen pocas certezas en una categoría en la que prima la experiencia, las tablas y la capacidad de dominar desde el juego directo, las interrupciones y la pérdida de tiempo cuando el resultado acompaña. Por eso, el mérito de Juanmi Latasa es doble. Las virtudes, en muchas ocasiones, no son argumentos suficientes. Pese a ello, el atacante de 20 años ha sabido convertir en convicción y realidad una virtud. Y Raúl, por su parte, ha sabido nutrir y contextualizar a una escuadra joven, carente de experiencia y con la ilusión como motor principal.
En espacios reducidos, y con varios marcadores tratando de minimizar su impacto, también se desenvuelve a las mil maravillas. Zurdo cerrado, sabe asociarse, combinar y proteger el balón, que ya es su mejor aliado sobre el césped. A campo abierto, la historia no varía. Se vacía, ataca los espacios y se anticipa a la acción defensiva del rival. Pieza esquiva, huidiza e indetectable pese a sus 191 centímetros. Porque sí, porque el fútbol sigue siendo contradictorio.
