Pocos retos más estimulantes se le podían presentar a este Chelsea de Thomas Tuchel que el de enfrentar al Real Madrid en su propia competición, aquella de la que es monarca histórico. Ahora, los ingleses no solo pueden jactarse de haberse plantado en una final de UEFA Champions League a pocos meses de iniciar el nuevo proyecto. También pueden presumir que fueron ampliamente superiores durante toda la eliminatoria, dejando al conjunto español sin más argumentos que su propia mística.
De inicio, Zinedine Zidane sorprendió desde el propio sistema con unos comportamientos en salida de balón bastante distintos a los anteriores. Cada vez que el Real Madrid buscaba salir de atrás, Éder Militão y Nacho —los dos centrales externos— se abrían a bandas y Sergio Ramos se aproximaba sobre su lado derecho, vaciando así un espacio en la primera línea que podían llegar a ocupar Casemiro, Kroos, Modric o Courtois. Asimismo, una gran parte de las salidas elaboradas que pudo llegar a sumar el conjunto blanco durante el primer tiempo fue por obra y gracia de un Luka Modric que dejó, nuevamente, una notable actuación con balón.
Pero el Real Madrid no fue superior a su rival en ningún momento del encuentro. Durante la primera hora de partido, el cuadro merengue buscó hacerse fuerte por el lado izquierdo para luego cambiar la orientación del juego y contactar con un Vinicius Jr situado en lado débil, como extremo derecho, a pie natural. En ese sentido, su actuación fue de un nivel notoriamente bajo: nunca buscó el recorte exterior, siempre trató de salir hacia dentro o se coartó en situaciones de 1vs1, mostrando una gran incomodidad a la hora de afrontar este tipo de situaciones.
El Chelsea, por el contrario, castigó nuevamente a partir de su excelente rendimiento a nivel táctico, físico y psicológico, acompañado por un talento técnico al alcance de muy pocos equipos en el mundo. Fue nuevamente N’Golo Kanté, que ya logró imponer su propia ley en Valdebebas, quien clavó la estocada final en el cuerpo de su rival con un enorme giro entre líneas que segundos más tarde acabaría con el tanto de Timo Werner (1-0). Esa fue la sentencia.
A partir de entonces, y apelando nuevamente a la mística que históricamente ha acompañado al Real Madrid en esta competición, los de Zidane siguieron valientes con balón y concediendo espacios tras cada pérdida en el centro del campo. El Chelsea, sobre todo en el segundo período, falló tantas ocasiones como pudo y perdonó aquello que no se puede perdonar contra el rival con el que no se puede perdonar. Pero de nuevo fue Kanté, esta vez tras una recuperación en campo contrario, quien puso la primera piedra del segundo tanto, alimentando por partida doble ese rol eterno del que determina encuentros y no es debidamente reconocido.