El Sevilla Fútbol Club mantiene una especie de norma implícita que lo dista del resto de clubes y que indica que un futbolista debe contar con determinadas características, virtudes o habilidades que a veces exceden lo futbolístico y que acabarán siendo cruciales determinando el éxito o el fracaso del mismo en la entidad. Existe un gen del club que representa la esencia del mismo y de sus aficionados, del cual un jugador cuya camiseta vista no puede prescindir y que, fuera de la corriente normalidad, hace levantar a su gente de los asientos a aplaudir, corear su nombre e identificarlo. Me gusta llamarle “alma de Sánchez Pizjuán”. Y eso es precisamente con lo que cuenta Marcos Acuña.
Quien lo siguió desde sus inicios, puede afirmar que de aquel Marcos Acuña volante por las bandas que se desempeñaba en Racing Club, poco ha quedado. No porque ya no sea capaz de sobresalir en dicha función, en efecto es uno de sus sellos distintivos, sino porque ha incorporado una cantidad abismal de recursos a su fútbol que han mutado su figura en un jugador mucho más íntegro, capaz de desarrollar diversas y profundas tareas y de siempre, casi sin excepción, explicar con su mera presencia al espectador el motivo por el cual se ha sentado a observar el partido. Porque el fútbol, para el hincha, es eso: transmitir. Y el lateral sevillista es dominador principal de esta acción.
En el Sporting de Portugal, su primera experiencia fuera del fútbol argentino, Acuña retornó a sus orígenes descendiendo en el campo hacia la demarcación de lateral por izquierda, donde había jugado efímeramente en Ferro. Quizá esta modificación podría ser explicada comprendiendo que Marcos siempre contó con esas facultades del extremo clásico encargado de llegar a línea de fondo, desbordar y centrar apuntando la cabeza de un compañero o los pies de otro, aprovechando una presunta llegada de segunda línea. Todas acciones que en el fútbol actual realizan los laterales, puesto que los extremos han mutado a roles más complejos, responsables también de aportar goles y actuar casi como delanteros. En su momento, un picante Marcos Acuña fue considerado como uno de los mejores centradores del campeonato argentino, especialmente por la tensión y precisión de sus envíos, por el timing para lanzarlos y por las maniobras previas al centro. Es inteligente, también, haberse especializado en esta posición considerando que siempre actuó activamente en la recuperación del esférico. Forma parte de la estirpe de futbolistas en los cuales reina el sacrificio por los compañeros y el escudo que defienden. Porque si hay algo de lo que todos sus entrenadores habrán tenido certezas, es de que Marcos Acuña nunca los dejaría tirados.
Lo que hoy convierte a Acuña en uno de los laterales zurdos más completos del continente son sus intervenciones con pelota en el armado y la gestación de los ataques. No porque sea lo más destacado en su fútbol, sino por la utilidad que representa para su equipo y por lo marcada que ha estado su evolución en dicho ámbito. Siempre estuvo relegado a la banda, y específicamente a ese complejo oficio de recorrerla en su totalidad cuidando su espalda y la de su compañero de carril. Pero esta campaña, en un Sánchez Pizjuán diezmado por las marchas de Sergio Reguilón —a quien originalmente el argentino suplió— pero principalmente de su compatriota Éver Banega, el progreso de Marcos ha sido evidente y ha concordado con un equipo sólido e inteligente. Vital para dar salida, para involucrarse la producción de fútbol y de los primeros pases, sacando a relucir su habilidad técnica y su inteligencia táctica para interpretar el juego, siendo dominante a todas las alturas y aportando ya sea amplitud en ataque posicional como profundidad al proyectarse por su banda, armando su lado como el fuerte del equipo en combinaciones con Lucas Ocampos y apoyo del interior de dicho costado. Se ha convertido en esa especie de auxiliar que el equipo busca en el momento en que el encuentro demanda soluciones. Ahí aparece, ya sea con sus pases tensos y precisos (en largo y en corto), con sus regates (cuarto futbolista con mayor cantidad de regates en el equipo, con ciento dos, y una efectividad del 70%) o con sus conducciones batiendo líneas, y ofrece en términos de calidad y cantidad lo necesario para que la jugada continúe. Cerca del área rival también es fundamental. Los centros siguen siendo su especialidad (el segundo sevillista con mayor efectividad en los mismos) y se ha convertido en un jugador muy astuto para detectar compañeros libres al espacio y activarlos. De ahí que sea el cuarto futbolista del Sevilla con más pases de finalización efectivos (trece).
A sus veintinueve años, la técnica defensiva de Marcos Acuña está en su apogeo. Es capaz de combinar su listeza táctica con una correcta utilización de su potente físico, siendo un recuperador excepcional —ya sea tras pérdida o en defensa organizada— por la facilidad con la que se impone en duelos individuales mezclando porte, intensidad, buen uso del cuerpo y coraje. Esta campaña es el cuarto hombre, por detrás de Diego Carlos, Koundé y Fernando, que más balones ha recuperado en la escuadra andaluza (ciento setenta y siete) y vence en el 69% de sus intentos de recuperación. Es importante apoyarse en la estadística y detenerse en lo bien que emplea su cuerpo: a pesar de medir un metro setenta y dos centímetros, su porcentaje de victoria en las disputas es del 60% y se impone, en promedio, en el 58% de los duelos aéreos. Una evolución defensiva explicada no necesariamente por su talento natural sino más bien por el compromiso, el esfuerzo y la dedicación que ha empleado para perfeccionar sus debilidades y hacerse hueco entre los laterales más respetables del Viejo Continente. Un guerrero que el Sánchez Pizjuán sabrá vitorear.
Puede que Acuña haya sido un descubrimiento novedoso para La Liga, pero es un futbolista con un mundial en sus espaldas y un paso muy digno en cada club que representó. Porque como se dijo en las primeras líneas, el fútbol es, en gran medida, transmitir. Y es competir, representar, dignificar, compartir. No hay partido de su extensa trayectoria en el que «El Huevo» no haya guerreado hasta el epílogo. Porque él también es eso: un infatigable luchador reconvertido a futbolista que, por altercados del destino y un trágico año, todavía aguarda ávido por el inexorable encuentro con su gente. El momento llegará, el Sánchez Pizjuán lo mimará en cálidos aplausos y gritos agradeciendo su esencia tan sevillista y Marcos habrá vuelto a experimentar lo que en 2008, luego de haber sido rechazado por River, Boca, Argentinos, San Lorenzo, Quilmes y Tigre, cuando el sueño del pibe se desvanecía, la gente de Ferro en el barrio de Caballito le hizo sentir.