Hay pocas cosas más mágicas que las primeras veces. No saber qué te depara el siguiente instante porque nunca has experimentado algo igual, dejarte sorprender, ese momento mágico que te proporciona el estar en una experiencia nueva. En esto, el fútbol que es una condensación de la vida en 90 minutos, proporciona los mismos sentimientos. Porque ese desconocimiento de la situación también puede repercutir negativamente en la cabeza del futbolista. El Manchester City se plantaba en la primera final de Champions League de su historia con un equipo lleno de gente que no se había visto antes en una final, y aprendieron, a base de experiencia, que lo que más cuesta en citas así es controlar emocionalmente el momento. Al City le ha costado años superar la barrera emocional que les impedía plantarse en las fases más altas de la competición y, una vez ahí, se ha topado con otra barrera. A ganar se aprende perdiendo.
Thomas Tuchel ha construido en apenas unos meses una auténtica obra maestra de equipo. Es curioso que ya sean dos años seguidos en los que, el campeón de la Champions, está entrenado por alguien llegado a mitad de temporada y encontrándose con una plantilla que no planeó él. El perfeccionamiento que tienen en cada fase colectiva, como si llevaran toda una vida jugando juntos, es impresionante. Desde las salidas elaboradas, las transiciones ofensivas, la presión alta o la defensa posicional en bloque medio o bloque bajo. Todas las fases están engrasadas a la perfección. Y Guardiola, en su intento de superar esto, se desnaturalizó saliendo sin Rodri ni Fernandinho, colocando a Gundogan en el puesto de mediocentro y alejándole de las zonas donde ha consumado la mejor temporada de su vida.
Admitía Guardiola en la rueda de prensa una vez finalizado el partido que temía las transiciones del Chelsea, pero eran un peaje a pagar en su búsqueda por desarticular la defensa rival. Gundogan como mediocentro era la medida buscada por el entrenador español para alcanzar mayor fluidez y precisión técnica en sus posesiones. En ataque posicional, los de Manchester se posicionaban con Kyle Walker como tercer central, los extremos (Mahrez y Sterling) fijando abiertos y arriba, el comentado Gundogan de mediocentro, Bernardo Silva y Zinchenko ejerciendo de interiores mientras Foden era el vértice de ese rombo dibujado en mediocampo. Kevin De Bruyne como 9 completaba la estructura.
El Chelsea logró salir y transitar en repetidas ocasiones durante la primera parte. Sus progresiones atrayendo en salida fueron efectivas ante una presión del Manchester City que quedaba superada y desajustada con facilidad. Emparejando a extremos con centrales exteriores, Walker y Zinchenko se veían obligados a un salto muy grande para emparejar con carrilero rival, dejando un espacio muy grande a su espalda y a los centrales en inferioridad, con John Stones muy superado ante esta situación. Revisado, el partido de Mason Mount, Kai Havertz y Timo Werner aprovechando esto para hacer sangre alcanza niveles hipnóticos. Pese a que fue el inglés el autor de la maravillosa asistencia del gol, fueron los alemanes quienes se encargaron de destrozar al rival. Kai, participando en apoyo, conduciendo y gestionando transiciones (brutal lo suyo ahí). Timo, por más que, de nuevo, estuviera fallón de cara a puerta, dejó desmarques de ruptura valiosísimos estirando al rival y arrastrando marcas, como le hace a Rubén Dias en el gol de los suyos.
El segundo tiempo en Do Dragao arrancó con la misma tónica que la primera parte y la lesión de Kevin de Bruyne solo acrecentó los problemas y miedos de un Manchester City engullido por el escenario. Retocó el funcionamiento colectivo Guardiola, dando más vuelo a Walker por derecha para que ganara altura mientras Mahrez se metía en zonas intermedias, y añadió amenaza con la ruptura de Gabriel Jesús, pero tan solo Phil Foden daba sensación de poder crear peligro. El joven inglés, como pieza más adelantada de ese rombo en mediocampo, buscaba progresiones descendiendo en apoyo y tirando paredes con sus compañeros, buscando la inspiración individual cuando el funcionamiento colectivo no daba para más. Entró Fernandinho para ejercer de mediocentro dando vuelo a Gundogan, y posteriormente Foden acabó en izquierda cuando se juntaron Agüero y Gabriel Jesús, pero nunca dieron la sensación de poder crear peligro, incluso desnaturalizándose en los minutos finales siendo excesivamente exteriores y directos.
El Chelsea aguantó y dio la sensación de que habría seguido aguantando eternamente. La brillantez de la idea colectiva se ha visto mejorada con rendimientos individuales escandalosos. Lo de César Azpilicueta y Antonio Rüdiger como centrales exteriores, saliendo de zona para aparecer en coberturas y estando insuperables en duelos defensivos fue una brutal muestra de solidez. N´Golo Kanté confirmó su candidatura a mejor jugador de esta edición de la Champions a partir de su capacidad increíble de ser tanto el jugador que roba como el que inicia la transición, cortando constantemente el ritmo de la circulación rival. También Chilwell y Reece James estuvieron sólidos en sus puestos, pese a que el segundo tuvo algún despiste y fue el punto a atacar identificado por Pep Guardiola, con la titularidad de Sterling exponiendo ese hecho. Incluso el Chelsea sobrevivió a la lesión de su mejor central con el ingreso de un Andreas Christensen que dejó minutos finales siendo una muralla protegiendo el área.
De esta manera, los londinenses certificaron su brutal trabajo en los últimos meses, aquellos en los que se decide todo, logrando la segunda Champions de su historia. Ninguno de los integrantes de la plantilla de hoy estaba en Múnich cuando Didier Drogba batió a Neuer para darles la primera, por lo que se puede decir que experimentaron el lado bueno de las primeras veces.