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En el Barça nada es normal. Nada. Es un club tan particular, tan suyo, que todo lo que sucede tiene siempre distintas capas de significado, tantas, que a veces olvidamos el propio objeto de debate, soterrado bajo toneladas de relato que, en muchos casos, aleja el punto que nos atañe. Ha habido pocos nombres como el de Riqui Puig para unir al barcelonismo los últimos años en torno a su pasado reciente. Riqui emergió en un momento de máxima debilidad, de envejecimiento y pesadumbre, para reivindicar al futbolista desacomplejado, talentoso y, sobre todo, al que ataba al aficionado con un pasado glorioso. Ahora, dos años después, Riqui está inmerso en una lucha en la que ni siquiera puede tener voz. Puig ha quedado atrapado en su propio espejo.

Riqui apareció en una temporada en la que el FC Barcelona no ganó nada, y además el equipo estaba cansado. Los Vidal, Rakitic, Messi, Piqu´é, Alba, Suárez y Busquets conformaban la columna principal de un FC Barcelona que envejecía y no sabía cómo parar el tiempo. Ahí la figura del escurridizo centrocampista fue como una revelación. Supuso una descarga de vitalidad y energía para una medular pesada (con un Frenkie que no encontraba su sitio y un Arthur que encadenaba grandes partidos con suplencias extrañas), a la vez que, lentamente, Riqui pasó a convertirse en algo más que un jugador. A sus 20 años ya no solo era futbolista, era otra cosa. El jugador-idea, aquel que engloba en sus formas un relato.

Radar de Riqui Puig en La Liga (temporada 19-20), vía StatsBomb

Durante un tramo, Riqui sobresalió. Jugó realmente bien. El impacto estuvo acompañado por los números, aunque con un bagaje limitado (menos de 600 minutos). Pero en aquel tramo vimos que Riqui fue élite en distintos apartados: regates, ganando faltas, construcción de juego, asistencias esperadas. Con la marcha de Vidal, Rakitic y Arthur, la sensación es que Riqui iba a ser titular. Su momento había llegado. Desde entonces, apenas ha sumado 700 minutos con el primer equipo, una cifra ridícula para alguien quien hace no tanto apuntaba alto. Y desde aquel momento, su figura se ha convertido en un objeto de contrastes, un espejo que contiene dos realidades que se repelen pero que conviven juntas. Objeto de adoración y de repulsa a partes iguales, como si el análisis ya no tuviese sitio en su figura.

Del jugador a la idea, hay un paso. No es una transformación que tenga que ver con la trascendencia o la jerarquía del futbolista, sino con las necesidades vitales del aficionado. Es él quien transforma al futbolista en idea, en concepto, no al revés. Riqui no hizo nada. Ahí entramos en un terreno pantanoso, en el que el mismo FC Barcelona se hartó de alimentar, colgando fotos constantes en sus redes, haciendo publicidad de un futbolista que, paradójicamente, no jugaba nunca. Porque esto, de facto, no importaba. El Barça ha mercantilizado a su futbolista por una necesidad imperiosa de regresar a los orígenes, aunque solo fuera márquetin. Puig ya había empezado su transformación y cada minuto del canterano pasó a estar terriblemente sobreanalizado, enjuiciando en debates absurdos cada acción. El de Matadepera pasó a ser un estandarte, el cable que ataba Wembley 2011 con una plantilla inconexa.

La naturaleza futbolística de Riqui Puig es compleja. Futbolista hiperactivo, de una gran personalidad, que juega siempre buscando intervenir el mayor número de veces, aunque esto no mejore la jugada. Es un acelerador, un jugador que es capaz de acelerar secuencias debido a un físico liviano pero agilísimo, veloz y potente pese a su poco peso y estatura. Riqui le debe más al físico que a la técnica, siendo notable ahí (sobre todo en el control, no tanto en el pase), y eso es algo que a veces se nos olvida, porque hemos acotado al «Riqui futbolista» en algo que, ciertamente, no es, algo normal cuando convertimos a un futbolista todavía tierno y joven en bandera de algo (sea bueno o malo). Cuando es idea, queda inamovible, y las cualidades que mostró un día se congelan para siempre. En este contexto, cuando el equipo busca pausar, no es el interior adecuado, pues acelera mucho las pulsaciones.

Dos años después, el contexto ha cambiado. No están Vidal o Rakitic, sino que Pedri se ha consolidado como un niño prodigio y han emergido talentos como Nico o Gavi, futbolistas que en poco tiempo ya han jugado a un nivel altísimo siendo más jóvenes que Riqui. No sabremos por qué Riqui ha desaparecido de los planes si nadie nos lo cuenta. Koeman siempre dijo que «tenía que mejorar mucho», y nadie más se pronunció. Riqui fue víctima para unos, culpable para otros. Koeman «había secuestrado el estilo» mientras Pedri se hinchaba a jugar, llegando fundido a la Eurocopa. No importaba nada más que el relato que durante tiempo se había construido.

Riqui es un buen futbolista con ciertos tics que al entrenador le irritan. Un jugador que bien encauzado sería una herramienta para desatascar partidos y un elemento de rotación más que válido. Twitter es el espacio perfecto para convertir al jugador en meme o, por contra, para transformarlo en idea. Riqui Puig ha pasado por ambos bandos en el mismo lapso de tiempo, estando en los dos lados del espejo de forma simultánea. El futbolista de Schrödinger. Un jugador indivisible de su aura de niño bueno, como si el ruido no fuese con él, siempre sonriendo a pesar de las circunstancias y del ruido de fondo incesable; Riqui juega a pesar de todo, conviviendo en su día a día no solo con el ostracismo, sino con el relato.

Los jugadores existen en tanto que los imaginamos, no en tanto lo que son. Y pasa que a Riqui Puig, de tanto imaginarlo, no solo es que no sepamos que fútbolista puede ser, sino que desconocemos qué clase de jugador es. Le tocará a Xavi descubrir en qué cara del espejo habita Riqui Puig. Queda claro que la gente le ha condenado a estar atrapado en dos realidades de las que es imposible salir sin agredir la otra. Twitter como el exponente de la frontera como arma arrojadiza y trinchera, como un relato que se entiende solo mirándose a sí mismo. Riqui corre el peligro de quedarse a vivir en el mundo de las ideas mientras el fútbol le pasa por delante.

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Albert Blaya
Periodista. Escribo sobre fútbol y leo mucho.

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