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No hay mensaje más potente en la industria futbolística (casi que en ninguna otra) que el de la nostalgia. El fútbol nos encanta porque es un nido de recuerdos, porque nos ata irremediablemente a un resultado, un partido, un gol, una parada. Tiene la habilidad de abrir pasadizos que configuran nuestra memoria de una forma especial. Es lógico que el fútbol (como industria) trate de exprimir esa nostalgia. En menos de seis meses, el FC Barcelona ha transformado el pasado en motor del presente, ha revertido el eje temporal y como si se tratase de Tenet, los actores van y vuelven en un viaje constante. Daniel Alves es el último protagonista en regresar. ¿Qué significa su vuelta?

La nostalgia puede ser un motor narrativo potentísimo. Pero es una forma de miedo, de reducto de algo atávico que nos hace creer que cualquier tiempo pasado fue mejor. Laporta, Xavi y Alves están de vuelta en un Barça roto, como un juguete al que se le ha dejado de encontrar la gracia porque el niño ya ha crecido y todo el mundo lo mira con cara de no entender para qué sirve. Su regreso es como volver a tener 10 años, y da igual tu edad, porque que estén aquí atan tu vida con los recuerdos que generan, y nunca el culé fue más feliz que cuando Alves y Xavi se miraban en banda, combinando y destrozando rivales. Todos fuimos niños aquellos días. Ese motor narrativo que es la nostalgia tiene dos caras; la buena y la mala. La segunda es peligrosa, nociva, la primera es muy difícil de asimilar y transformarla en futuro. El Barça, creo, está en esa primera cara.

Cuando el FC Barcelona cayó ante el Bayern por 2-8, su historia reciente se abrió en canal, se partió en dos y dejó de entenderse como un relato único, continuo; nunca entendimos tan bien la diferencia entre «pasado» y «presente». Seguían estando algunos de los jugadores que configuraron el mismo relato, pero la historia ya no era la misma. Era una secuela gastada, la 6a entrega de la misma historia con esos guiones pretenciosos que no hacen risa y finales que no encajan. La nostalgia se apoderó de un cuerpo presente, todavía vivo. Aquel ya no era «el mejor equipo del mundo», pero dentro se repetía lo mismo. ¿No era esa frase gastada una especie de nostalgia compartida por todos los actores?

Xavi y Dani Alves. O lo que es lo mismo, el mejor centrocampista y el mejor lateral de la historia del club, y probablemente de los mejores de siempre en su posición. Dos de los jugadores que más han ganado y que más personalidad han mostrado dentro de un terreno de juego. Ambos han regresado con roles distintos. Xavi como técnico, Alves como futbolista maduro, paciente, alejado de las estampidas en banda, más cerebral y analítico. Ha cambiado el frenesí por una pausa imaginativa. Pero en el fondo siguen siendo los mismos. Su carácter y competitividad enfermiza debe contagiar a un grupo que no ha logrado superar sus traumas, debe ligar Wembley, París y Roma con Anfield y Lisboa. La nostalgia no como una forma de narrar el presente, sino como un hilo conductor que permita encarar el futuro. Un, «¿te acuerdas lo que hicimos y cómo lo hicimos?» Recuperar algo perdido a través de la experiencia y la voz propias. Ahí es donde Alves y Xavi, cada uno en su rol, deben marcar diferencias.

En realidad, todos la negamos, pero siempre acudimos a ella en cada fase de nuestra vida. Todos deseamos aquello que fuimos, buscando enardecidamente poseer de nuevo el mismo cuerpo, recrear la misma sensación que la del primer beso, aunque luego lleguen diez mil más. Xavi y Alves es un mensaje futbolístico evidente, pero sobre todo uno emocional, y lejos de ser esto algo negativo, es el mejor de los mensajes. ¿Qué hay más emocional que el fútbol, que un vestuario? La nostalgia deberá ser suministrada de forma correcta para no caer en viejos tópicos y no recrear escenarios pasados, imposibles de regenerar. Debe ser un motor narrativo que haga crecer a los jóvenes, pero al final no deja de ser una droga. Un exceso te puede aniquilar. El reto más complicado de Xavi y en cierta medida de Alves, es no solo no manchar su pasado, sino transformar sus imágenes totémicas en puntos de inspiración diaria. El fútbol nunca importó tanto y nunca tan poco a la misma vez.

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Albert Blaya
Periodista. Escribo sobre fútbol y leo mucho.

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