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La inspiración es como marcar un gol: a veces llega cuando menos te lo esperas. En Get Back, el documental sobre los Beatles, una cámara capta el momento de creación de Paul McCartney. Salta suavemente de acorde en acorde, balbucea un serpenteante ritmo hasta verse reflejado en él. La letra termina creándose sola, la trae la inspiración. La banda tenía 14 días para lanzar su último álbum. 

El Liverpool FC le ofreció a Jürgen Klopp todo lo contrario. Le dio lo más preciado que una persona puede entregar: tiempo. A cambio, el alemán prometió un equipo de autor y reconstruir el vínculo perdido con la afición. En su primera rueda de prensa prometió que, si se protegía al equipo con paciencia, en cuatro años llegarían los títulos. Y así fue. Los Beatles compusieron su último disco encerrados en una nave industrial, no necesitaban nada más. Componer era, simplemente, su forma de vida. Algo automatizado. Los hombres de Klopp, con más de un lustro de experiencia a sus espaldas, han llegado al mismo punto. No necesitan grandes secuencias para acercarse a la portería rival, ni pizarras llenas de flechas. Les basta con las sinergias que se han ido afianzando durante estas temporadas. 

Ahora parece que de un azaroso balonazo de Alexander-Arnold, de un pase al infinito de Henderson o un sprint de Salah puede nacer un gol. Y nada más lejos de la realidad: con las premisas primordiales interiorizadas, el fútbol se simplifica. Las relaciones entre futbolistas dependen del contexto futbolístico, de quiénes les rodean, de su personalidad. Con todos los elementos a favor, Salah sabe que recibirá el balón antes de empezar a correr, así como el poseedor conoce a la perfección la velocidad y la dirección en la que el egipcio trazará el desmarque. El primer gol de Salah en Goodison Park es exactamente eso. El rival solo puede detectar la acción que sucederá a continuación si logra meterse en la cabeza de los jugadores del Liverpool, porque es allí donde la idea toma forma antes de que los pies dibujen. 

En el frenetismo del fútbol cada tres días y la necesidad de cumplir objetivos, no entrar a Champions suponía flirtear con el fracaso. Fracasar: ese concepto extremista que reflotamos constantemente por la imperiosa necesidad de definir hiperbólicamente lo bueno y lo malo. Pudiendo ser lo bueno simplemente bueno -no increíble, impresionante o brutal- ni lo malo tan malo -terrible, espantoso u horrible-. Exagerar es un arma del periodismo necesitado de clickbait y audiencia, que ha terminado por afianzar dicha palabra en nuestro vocabulario cuotidiano. Fracasar o triunfar -a veces, únicamente sobrevivir- lo dictamina el grosor de la línea de gol. Lo que pasa entre área y área no siquiera se contempla ni como nudo.

Sin tiempo para excusarse, el Liverpool se plantó en Madrid el mes de mayo con la necesidad de competir en Champions y clasificarse para Europa en Premier. De Valdebebas, Alexander-Arnold salió con la etiqueta de mentira colgada de la camiseta. Y el equipo de Klopp como un gigante dormido con el único reto de hacer la caída, definitiva e improrrogable, lo más apacible posible. Solo hace falta preguntar qué piensan de David De Gea a un aficionado del Manchester United y a un aficionado español que no siga la Premier League. Las opiniones generalizadas nacen de voces que ni siquiera se toman el tiempo suficiente para ver más que un partido y consideran este como verdad absoluta. Siempre que el encuentro haya jugado a favor de su narrativa. Si no, se tratará de accidente. Lo más peligroso es que son las que voces que terminan escribiendo el relato preponderante de la historia.  

Klopp ha diversificado las formas de atacar simplificando el cómo. A veces, con situar a Alexander-Arnold en la frontal es más que suficiente. El triángulo de la banda derecha se encarga de hacerlo. Decir que Trent es lateral es mentir. El punto de inflexión de este curso ha sido recuperar a dos futbolistas de la lona. Diogo Jota aprovechó sus meses lesionado para aprender la habilidad de desaparecer, de fantasmear como Firmino y resurgir entre defensas. Y lo más importante: descubrir que tiene gol. También regresó el hermano mayor que cualquier central quisiera tener: Virgil Van Dijk. Sin él, el Liverpool 20/21 nunca terminó de nacer. Con Virgil se ha demostrado que competir en cotas tan bajas fue un miraje. La lesión de Van Dijk fue como dejarse un libro a medias: un futuro, automáticamente, desapareció. Nunca sabremos qué habría sido del Liverpool de la temporada pasada de haber tenido al gigantón holandés. 

Ningún equipo en Premier League presiona más que el Liverpool en el último tercio de campo. Nadie en Europa genera más acciones de gol por partido. Es la prueba de algodón. Tras momentos de titubeo, el Liverpool regresó al estómago de la ciudad, a The Cavern, para entonar la canción que compuso McCartney: Get back, get back, get back to where you once belong. Y es que el fútbol que más nos gustaba está de vuelta, el que la temporada pasada nos arrebataron. Ya están aquí.

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