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Morir nunca fue algo tan liviano. No asusta, ni siquiera sorprende. El Barça ha aceptado su nueva condición de mortal sin rechistar, abajando la cabeza y sonriendo levemente. Tampoco podemos decir que esta defunción fuese algo que no esperásemos. Lo veíamos venir. Pero como todas las cosas que duelen, la caída definitiva del escalón de los más grandes ha transformado al FC Barcelona en un club plenamente autoconsciente de su realidad. Ya no hay sitios en los que esconderse ni discursos a los que agarrarse salvo el propio. Ya no está Messi. Queda un escudo y un puñado de jugadores todavía niños, que deberán lidiar con la brutal presión de devolver un equipo deprimido a su punto álgido de felicidad. Ahora le toca al FC Barcelona jugar al fútbol mientras hace ideología, porque en los momentos de duda, de desastre, es cuando uno tiene que recordar qué le hizo grande.

En agosto el FC Barcelona chocó contra su propia gestión. El Barça se transformó en aquel rico que ya no lo era tanto y seguía gastando, perdiendo en una puja imposible aquella casa de sueños que mantenía sin saber cómo y que, durante meses, engañaba a los invitados haciéndoles creer que todavía formaban parte de la nobleza. Messi se fue y es raro porque el fútbol continuó, La Liga empezó como si nada y Leo ya no estaba, pero nadie dijo basta, nadie lloró porque no había tiempo, porque el fútbol mata al tiempo y al pasado, obligando siempre a correr hacia adelante. Ganar no importa si mañana no lo repites, y el Barça perdió su casa y vivió durante meses por encima de sus posibilidades, manteniendo un relato imposible. Es tan dramática la pérdida de Messi que uno se da cuenta cuando el equipo es incapaz de ganarle al Benfica, ni siquiera le marca un gol en dos partidos. Con Messi el Barça no hubiese ganado al Bayern pero hoy estaría clasificado para los octavos de final. Leo sostenía una engañosa realidad que poco a poco iba enseñando sus aristas más dolorosas, pero con Messi es imposible asumir que ya no eres grande, porque Leo sí lo es. El más grande de todos.

Sin él, el club ha entendido la separación en el tiempo como cuando te arrancan cera caliente, como si 2011 y 2021 de repente se desenganchasen de forma abrupta, mostrando en medio de la separación un vacío perturbador. El hilo conductor ha sido Messi, y sin él el FC Barcelona ha tenido que reaprender no solo a jugar, sino a competir. En medio de este divorcio el Barça ha tenido que luchar contra las bajas traumáticas de Ansu y Pedri, la incapacidad de juntar a sus ilusiones en un mismo XI, y es que Gavi, Pedri y Ansu todavía no han coincidido. El club ha despertado de un sueño plácido, con baches y avisos de que algo iba realmente mal (Anfield, Roma, Turín, Lisboa), para verse sumergido en la mayor crisis de su historia reciente. Y ahora el club no puede fallar. En nada. Cada fichaje debe salir bien, cada apuesta debe ceñirse a lo imaginado previamente.

Reaprender a competir es un proceso largo en un ecosistema que premia lo cortoplacista. En el fútbol no hay tiempo para aprender, sino que el tiempo solo se compra ganando, y el Barça necesita que sus niños aprendan ahora y necesitan ganar. Se debe vehicular a dos generaciones distanciadas en el tiempo. El principal problema del FC Barcelona las últimas temporadas ha sido mucho más de competitividad que de juego. El Barça, por resumirlo, ha jugado mejor de lo que ha competido, siendo lo segundo casi exclusivo de dos nombres que «ya no están»: Ter Stegen y Messi. El primero parece haber caído en una amnesia profunda y el segundo ya no está. A partir de estas dos ausencias, el Barça ha decidido cambiar el rumbo competitivo del equipo desde el banquillo, alejando el peso de tal revolución del verde.

Xavi aterrizó para cambiarlo todo. Pero sobre todo desde el relato, desde el discurso. Laporta aventuró en su presentación que se trataba de «un día histórico» y después de caer ante el Bayern Xavi dijo que «empieza una nueva era«. Y es que cuando el fútbol flaquea, la ideología se vuelve imprescindible. Para existir necesitas narrarte tu propia historia, contártela tantas veces hasta que la historia no sea aquello que es, sino aquello que tu dices que es. De ahí que cada club necesite controlar el relato, porque se tiene que evolucionar en una dirección determinada sin dejar influirte por corrientes externas. Xavi, que todavía no podemos valorarlo como técnico pues tenemos poca información, supone un chute de relato tremendo. Y esto, en un club que está devorado por su propia historia, es imprescindible. Encontrar a alguien que te narre, que te cuente cómo eres y marque el futuro. El fútbol importa, claro que sí, pero primero se debe controlar tu propia historia.

El discurso es peligroso porque detrás de una misma frase se esconden muchos significados. La polisemia es peligrosa, sobre todo en el terreno público, y aún más en el fútbol, un escenario en que todo es blanco o negro, en que el término medio está perseguido y es visto como una herejía. Del «es lo que hay» al «es nuestra realidad» hay un cambio sensible, uno que se refiere a la localización del problema, o mejor dicho, de la evidencia. Mientras Koeman hablaba desde una visión finita de la plantilla (entendida como algo que ya ha tocado su techo), Xavi lo hace desde una visión de ambición (hay que entrenar para revertir esta realidad). Ideología, relato. El fútbol solo puede llegar si primero se asimila lo primero, y para esta tarea pocas voces como la de Xavi Hernández para volver a empezar. Morir nunca fue algo tan banal, pero puede que uno nunca fuera consciente de su propia muerte. Ahora ya no quedan agnósticos de su propia defunción.

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Albert Blaya
Periodista. Escribo sobre fútbol y leo mucho.

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