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El factor emocional nunca se puede disociar de un partido de fútbol, pero menos aun de un derbi. En encuentros en los que la rivalidad entre dos equipos está tan arraigada, la cabeza juega un papel crucial a la hora de gestionar cada momento, y la barrera que separa el acierto del error es prácticamente invisible para los 22 protagonistas. Es por ello que los derbis son partidos que pueden advertir sobre de qué pasta está hecho un jugador, pero a su vez pueden servir de máscara para tapar sus carencias. Los derbis rara vez mienten. Y el de la ciudad de Milán, más conocido como el ‘Derby della Madonnina’, en absoluto fue una excepción.

La puesta en escena del Milan estuvo a la altura de la ocasión. Pioli planteó una presión hombre a hombre que dificultó la salida de su rival conciudadano la mayor parte del primer tiempo. El Milan emparejó a cada una de sus fichas con un jugador interista (Ibrahimovic con De Vrij, Brahim con Bastoni, Leao con Skriniar y Krunic con Brozovic) tapando así la característica estructura de salida (3+1) del Inter. Además, Tonali y Kessié persiguieron respectivamente a Çalanoglhu y Barella cada vez que estos descendían a ofrecerse, con lo que el centro del campo del Inter quedaba cortocircuitado y la única respuesta para superar la presión parecía el juego directo. De este modo, más allá de balones largos hacia Dzeko y Lautaro, el Inter se quedó corto a la hora de encontrar soluciones con Samir Handanovic como hombre libre, haciendo que el Milan, con Tonali, Kessié y Krunic barriendo todo balón dividido después de que los centrales se impusiesen en el juego aéreo, tuviese el dominio territorial. A todo esto, la reacción a la pérdida de los locales también fue muy destacable, y el Milan lograba recuperar rápido y jugar en campo rival.

La puesta en escena sin balón del Milan fue muy buena, tanto a la hora de presionar la salida rival como al recuperar el balón tras perderlo.

Después del 1-0 de Çalanoglhu (11′), producto de un error grosero de Kessié, y pese al empate del Milan a balón parado minutos después (17′), la primera parte discurrió de manera unidireccional. El Milan asumió la iniciativa y el Inter esperó en un bloque medio (5-3-2) con fases de presión en las que Barella saltaba a Tomori para igualar numéricamente la salida. En este contexto de ataque organizado, el equipo de Stefano Pioli tuvo buenas intenciones y mecanismos para ganar metros, pero general le costó girar a la última línea del Inter. Los ‘rossoneri’ construían con Kessié entre Kjaer y Tomori para tener superioridad 3vs2, Tonali por delante y los dos laterales en posiciones bastante altas, y hubo un mecanismo que le dio especial rédito: Ballo-Touré sujetaba a Darmian para permitir el descenso de Rafael Leao, que a la mínima que pudiese tener un metro para encarar después del control, superaba a quien le saltase e hundía al Inter con su conducción. El portugués prendió la mecha cada vez que tocó el balón, pero lo suyo y el regate de un inspirado Brahim por derecha, fueron argumentos insuficientes para generar situaciones de gol en la portería de Handanovic.

Durante el primer tiempo el dominio perteneció al Milan, pero las oportunidades más claras fueron de los ‘neroazzurri’.

Paradójicamente, el Inter gozó de la oportunidad más clara para deshacer el empate. En una de los pocas situaciones en las que los puntas interistas se impusieron en el juego directo, Darmian rompió a la espalda de Ballo-Touré y al francés se le vieron las costuras, cometiendo un penalti en una jugada un tanto infantil al tratar de defender el desmarque del italiano. Pero el veterano Tătărușanu atajó el disparo de Lautaro y el Milan salió reforzado del lance. Uno de los denominadores comunes del partido fue que ambos equipos, por H o por B, no aprovecharon los momentos que tuvieron en el partido. Eso mismo le pasó al Milan al final del primer tiempo. Su presión, que demandaba un importante desgaste físico, fue perdiendo eficacia y finalizó el primer tiempo viéndose superado por un Inter crecido.

El inicio del segundo tiempo no hizo más que refrendar lo visto en los últimos minutos del primero. Los dirigidos por Inzaghi empezaron a encadenar salidas combinando desde atrás, a través de los descensos de Barella y Çalanoglhu, y ese goteo de progresiones limpias les dio cada vez más confianza, teniendo incluso las primeras fases de ataque posicional de la noche. Stefano Pioli, que había sustituido a un amonestado Ballo-Touré por Kalulu en el entretiempo, se dio cuenta e intervino antes de que fuera tarde: sustituyó a Brahim por Saelemaekers y a Leao por Rebic, dos decisiones que en lo ofensivo podían ser dudosas, pero que a la postre dieron la razón al técnico de Parma. El croata y el belga cumplieron su empresa de agitar y le dieron al Milan la energía de la que estaba careciendo entrada la segunda parte. El segundo cambio de Pioli (Bennacer por Tonali) fue en la misma dirección, y el argelino también tuvo un notorio impacto en el partido, dándole al Milan la posibilidad gestionar mejor sus momentos con balón.

El impacto de los cambios del Milan fue determinante en el desarrollo de la segunda parte.

A través de la dirección de campo de Pioli, los ‘rossoneri’ fueron poco a poco inclinando la balanza y acabaron el Derby mucho mejor que su rival. El impacto de las sustituciones de Inzaghi fue el opuesto: ninguno de los 5 cambios mejoró lo que había en el campo. Finalmente, al igual que sucedió con el penalti de Lautaro, el disparo de Saelemaekers en los últimos minutos pegó en la madera y no fue dentro. Pequeños detalles que explican que un ‘Derby della Madonnina’ tan frenético terminara en empate. 

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