Adiós al 2020: ¿Qué será de nosotros?

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“El partido sin hinchas es una suerte de error categorial; un mero ejercicio de entrenamiento carente de sentido. La clave del futbol consiste en la interacción compleja y configurada entre la sublimidad de la música y la belleza de la imagen, entre Dionisio y Apolo, entre los hinchas y el equipo.”

Simon Critchley

“De las cuatro patas en que siempre anduvo el fútbol, tres siguen siendo indispensables y una no. No habría fútbol sin los jugadores que lo juegan, sin las marcas que los mercan, sin la televisión que los teletransporta; puede haber –lo hay– sin el público de carne y hueso, el que lo llevó al lugar donde está ahora.”

Martín Caparrós

Cuando Juan Pablo Vigón abrió los brazos, y el mediocampista de Pumas no sabía ni a qué dirección correr, supe que en esos instantes estaba viviendo uno de los momentos más felices que he tenido como aficionado al futbol. En la última década mis equipos han tenido años aciagos y por ello ese gol, que culminó la mayor remontada en la historia de las liguillas del futbol mexicano, se sentía con mayor fuerza. en mi festejo personal, abrazado a mi novia, con la que comparto un departamento desde hace casi dos años, de repente sentí cierto desasosiego.

Dentro de la culpa que todavía cargo por no disfrutar al máximo un momento como ese, últimamente he llegado a una respuesta, quizás incompleta, del porqué de esa sensación. En suma, la cuestión es simple: no pude estar en las gradas del Olímpico Universitario. En ese estadio legendario, al que voy desde los 6 años acompañado de mi padre y de mi hermano, he vivido prácticamente todo el abanico de emociones que el futbol te puede entregar. Incluso, en una de esas anécdotas que uno sueña con contarle a los jóvenes cuando uno sea viejo, en un partido épico contra el Atlas, coincidí con una parte de mi familia lejana que nunca habría tenido oportunidad de conocer si no hubiese sido por la pasión que compartimos por los colores de la Universidad.

Ese sentimiento de intranquilidad, creo, también lo compartieron muchos fans alrededor del mundo. pienso en los hinchas del Bayern, quienes no pudieron estar en Lisboa para presenciar el histórico 8-2 con el que los bávaros sacaron de la Champions al Barcelona de Setién. También me vienen a la mente los aficionados egipcios del Zamalek y del Al Ahly, que no pudieron acomodarse en los asientos del Estadio internacional del Cairo para ver la primera final de la Liga de Campeones de la CAF entre dos equipos de un mismo país. incluso siento pena por los aficionados del RB Leipzig, cuyo club que no me genera mucha simpatía, quienes se vieron obligados a ver desde la televisor el baño táctico que Nagelsmann le dio al Cholo Simeone en el partido más significativo de la corta historia de su club.

La histórica final de la Liga de Campeones de la CAF

Las dos citas que abren este texto, una escrita antes de la pandemia y otra durante su transcurso, me llevan a unas cuantas preguntas de las que se viene reflexionando desde hace un rato y que con el paso del tiempo atraerán más reflectores: ¿qué lugar tiene el aficionado?, ¿valen lo mismo, sin importar su geografía, todos los hinchas de un equipo?, ¿las gradas vacías harán que desaparezcan los hinchas de los estadios como la visión apocalíptica de Martín Caparrós plantea?  No creo que exista una respuesta con la verdad en mayúsculas a estas incógnitas.

De lo que sí estoy convencido es que la globalización nos ha convertido a todos en aficionados de un equipo local, con el que crecimos, y de muchos otros lejanos, con los que podemos comulgar por millones de razones distintas a la cercanía. Puedo sufrir tanto una derrota de Pumas como una del Milan. Puede alegrarme de igual manera un gol de Ibrahimovic como uno de Juan Ignacio Dinenno. A los sentimientos es difícil ponerles un valor.

No hay mal que dure cien años, dice un refrán. Es seguro que los aficionados, más temprano que tarde, regresaremos a nuestros asientos. Los socios del Barcelona volverán a sentarse en las gradas del estadio que cada vez les produce más desprecio por la creciente invasión de turistas; los aficionados de los equipos mexicanos regresaremos a los recintos futbolísticos semivacíos, con cada vez más huecos por la subida de las ligas de élite europeas en las transmisiones televisivas.

Lo único que deseo para todos en este nuevo año es que esos instantes, donde lo sublime y lo bello de la comunión entre la grada y los hinchas se entremezclan, donde un gol desata la locura colectiva, donde el gusto de ser una sola voz se convierte en fervor, no desaparezcan. Ojalá esos momentos sean algo que, como dice aquella campaña publicitaria, el dinero no pueda comprar.  

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Ricardo Mercado
Historiador y periodista deportivo. La memoria nos construye. También al futbol.

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