La añeja rivalidad de un derbi como el madrileño eleva cualquier envite entre merengues y colchoneros a un capítulo más que tenso y emocional. Siempre es algo más que un partido o, en este caso, más que una eliminatoria de Champions. No es seguir en la máxima competición continental, sino echar al vecino. La historia era para los blancos: 2 finales perdidas y 3 de 3 en eliminatorias, pero los golpes emocionales teñían la vuelta de rojiblanca. El rugido por el gol de Gallagher a los treinta segundos fue una bomba anímica que ayudó a pasar los minutos ejecutando a la perfección el plan defensivo.
Dentro del sufrimiento general, siempre pareció que se jugaba a lo que querían los locales. Por mucha posesión blanca, se veía aparecer más a Courtois que a Oblak. Aunque fuesen lanzamientos lejanos en su mayoría. La idea era acabar jugada y evitar la contra blanca. Cuando, pasada la hora, Vinicius envió su penalti al celaje madrileño, desde esa orilla del Manzanares todos creyeron con más fuerza. Pero llegada la tanda de penales definitiva, el guionista ideó una forma original de destrozar a los indios sus sueños europeos a la par que escribía un nuevo párrafo en la novela romántica de la Copa de Europa con el equipo de Chamartín.

Creyó Simeone, y por ende el Atlético entero, que si apretaban demasiadas veces arriba, abrirían la puerta a los cuatro de arriba. La jugada del penalti provocado por Mbappé (quizás en su única acción brillante en todo el encuentro) puede convalidar su teoría. A partir del bloque bajo, corto para complicar el pase entre líneas y hasta cierto punto estrecho para evitar verse ante los problemáticos cambios de orientación, el Atlético dominó el panorama. El plan de Simeone empezó siendo vencedor, y no solo por el temprano tanto de Gallagher. Las pocas ganas de arriesgar que tuvo el Madrid en la primera parte, las vías de escape explotadas por los locales y la falta de inspiración visitante a partir de la segunda hicieron el resto.
Con balón, el Atlético (la idea estructural era colocarse en 3+2+5) mostró varias vías de escape para hacer daño. Aparte de aprovechar los fallos (que alguno hubo en la lenta y segura circulación blanca) para contraatacar y que casi siempre estuvo más intenso en los duelos, en las segundas jugadas o en la activación tras pérdida, el conjunto de Simeone aprovechó los problemas sin balón del Real en campo rival.
Esto se apreció en dos acciones recurrentes. Por un lado, una simple basculación hacia el pie izquierdo de Lenglet permitía al francés conectar con punta entre líneas (como en la acción del 1-0). Por el otro costado, el de Llorente, las rupturas de Giuliano arrastraban a Mendy y generaron un hueco aprovechado por las caídas a banda de Griezmann y De Paul. Ambas situaciones, unidas a que los puntas blancos (Vini y Mbappé) no seguían la acción cuando eran superados, hacían inútil las persecuciones de Tchouaméni y Modrić con De Paul y Barrios. Cuando Julián o Griezmann aparecían a sus espaldas y los medios madridistas cambiaban de marca, Barrios o De Paul quedaban libres y de cara para recibir la descarga.
«Un partido muy bien controlado en todo el momento. tuvimos ocasiones para ampliar el marcador, no tuvimos la precisión y ellos controlaron la posesión sin ocasiones».
Diego Simeone
Un bloque bajo perfecto
Si Ancelotti permite a sus atacantes cierta licencias sin balón, eso no ocurre en las filas de Simeone. Fue colosal la atención y el derroche enérgico de cada pieza. La idea fue clara: esperar en campo propio y que al menos un central y un mediocentro tuviesen libertad para compensar movimientos disruptivos. Cuando el Madrid llegaba a Vinicius, Llorente recibía la ayuda casi permanente de Giuliano. Algo factible porque Mendy guardaba sitio en primera línea.
Por el otro costado, por donde el Madrid atacó más veces, el lateral (Reinildo) atendería al extremo (Rodrygo), mientras que el volante de banda (Gallagher) seguiría las evoluciones de lateral (Valverde hasta la entrada de Lucas Vázquez). Mientras, un central se hacía con Mbappé (Giménez y Lenglet ganaron casi todo menos en la transición del penalti) y los mediocentros De Paul-Barrios estaban muy atentos a las irrupciones de los acompañantes de Mbappé (Bellingham, Modrić o Valverde). Si por algún casual, mediocentro y central estuviesen ya fijados, un punta aparecía para ayudar a que existiera, al menos igualdad. Todo esto llevaba al Atleti a no conceder, pero también a casi realizar milagros para montar contras.
El Real Madrid también puso de su parte. Sobre todo, en un primer tiempo carente de ritmo de juego y de ganas de provocar situaciones comprometedoras para cualquiera de ambos. Así, con el Atlético regalando el espacio hasta su primer tercio, el Madrid no tenía problemas en asentarse en campo rival, pero juntando pocas piezas espaldas de la línea de medios. Como mucho, se veían dos jugadores por dentro y a espaldas de medios rojiblancos (imágenes inferiores).


«Ellos defendían y nos intentaban buscar a nosotros descolocados a la contra. La prioridad era buscar una posesión eficaz buscando oportunidades, pero sin complicarse el partido. La eliminatoria estaba igualada.»
Carlo Ancelotti
Mejoras blancas
Antes del descanso, Ancelotti debió de pedir que los suyos se soltaran más. Por delante del balón, a espaldas de medios, ya se empezaron a ver a dos y hasta cuatro acompañantes para el punta. Los extremos también dejaron de ser siempre quienes ofrecían amplitud. El 3+2+5 podía convertirse en 3+1+6 con apariciones de Tchouaméni o Valverde a espaldas de medios. Pero esto no modificó el éxito sin balón del Atlético (más ayudas y misma concentración), ni el Real Madrid encontró genialidad para saltar un circuito de obstáculos demasiado tupido para el nivel mostrado por los Rodrygo, Mbappé o Vinicius.

Tampoco probó fortuna desde lejos como sí hacía el Atlético, ni cargaba en exceso el área ante eventual centro al área, ni existían rupturas a espalda de zagueros. Casi siempre, todo fue demasiado monótono y lento para las exigencias colchoneras. Al menos, sí encontró la forma de tapar las fugas en la presión: Griezmann y Julián empezaron a ser más encimados por Asencio, Vinicius se quedó en la banda izquierda también en fase defensiva (Bellingham fue la pareja de Mbappé) mientras que a Giuliano ya no le iba a perseguir más Mendy, sino Rüdiger. Esto permitía a Mendy lanzarse a por De Paul o Griezmann cuando estos cayesen a la banda derecha.
El penalti, susto para unos y golpe para otros, animó el partido tanto como el cansancio de quienes llevan corriendo más tiempo persiguiendo el balón. Los cambios aportaron más agitación que acierto final, pues ni Brahim por un lado (actuando más veces por dentro con Lucas Vázquez por fuera y Valverde en la base), ni la dupla Correa-Sørloth (que entraron en el 89′) supieron evitar la tanda de penaltis. El Atlético siguió con su plan en la prórroga; el Madrid con el suyo: guardarse las espaldas cada uno a su manera. Más que lícito porque les había llevado hasta allí. Es seguro que, haciendo las cosas de forma distinta, el resultado -que no el marcador- ha de cambiar. Pero nunca sabremos si para mejor…
