El mundo del fútbol, que goza de un gran estado de salud, ha visto como en los últimos años, y con la nueva regla del saque de puerta como desencadenante de todo, como ya se trató aquí, los libretos de los entrenadores se están retorciendo hasta límites extremos. Hasta el punto de que se pueden observar como la salida de balón de un equipo ha pasado a ser un compendio de jugadas estudiadas con anterioridad, conformando el típico librillo de jugadas más propio de deportes como el fútbol americano o el baloncesto donde el juego se detiene continuamente.
De esta nueva corriente de entender el juego así, pocos entrenadores son más representativos que Thiago Motta. Por su edad, que le encasilla dentro de la camada de jóvenes técnicos que están empezando a asomar la cabeza, y por su metodología, donde es capaz de inventar salidas de balón súper creativas, innovadoras, que permiten que a estas alturas de temporada el Bologna se encuentre en puestos de Champions League.
Dentro de un fútbol que cada vez se rige más por los duelos entre salidas de balón y presiones altas del rival, las ubicaciones, las alturas, los timings, la cadencia de juego…todo eso han pasado a ser argumentos imprescindibles si un equipo quiere tener éxito. Y este Bologna 2023/24 está siendo uno de los equipos más ricos en lo que a estudiar y analizar se refiere.
A Motta le costó en sus primeras experiencias. Ni en el Genoa ni en la Spezia tuvo ese factor tan denostado en el fútbol moderno, tan infravalorado: tiempo. Porque para desarrollar un sistema de juego como el suyo se necesita práctica y un constante prueba y error. No florece el primer día. Incluso esas dos experiencias, en las que perdió muchos más partidos de los que ganó, parecieron etiquetarle como un juguete roto, preso de las expectativas. Pero no. Su fútbol estaba ahí, escondido, esperando su momento. Llegó al Bologna en septiembre de 2022 y, tras una primera temporada casi completa en la que el proyecto se mostró inconstante, ahora ha cogido velocidad de crucero. Primera vez que aguanta más de una temporada en un club y el rendimiento es este. No hay ninguna casualidad en eso.
«Estoy disfrutando ahora más que nunca, más de lo que disfruté nunca como jugador» decía Motta recientemente. Y es que su Bologna entra directamente en ese selecto grupo que se conoce como ´equipos de autor´. Son una personificación del entrenador sobre el césped, una expresión viva de su forma de sentir el juego.
La liga italiana lleva unos años sumida en lo que podemos llamar la ´era Gasperini´. El entrenador de la (exitosísima) Atalanta marcó tendencia con su manera de jugar. Especialmente, con su manera de presionar. Esas persecuciones individuales a todo campo, proponiendo que los partidos se decidieran por multitud de duelos individuales repartidos a lo largo del terreno de juego, han sido la nota dominante del campeonato. A Gian Piero Gasperini le salieron discípulos, siendo Ivan Juric e Igor Tudor los que más importancia han logrado.
Como a cada corriente le surge una respuesta, esa forma de presionar se tenía que combatir siendo muy creativo en tu manera de salir jugando desde atrás. Por eso no es casualidad que la liga italiana haya presumido en los últimos años de tener varios de los entrenadores que mejores salidas de balón dibujaban. Era la respuesta natural al proceso, la manera de adaptarse a lo que estaba ocurriendo. Antonio Conte y Roberto De Zerbi prendieron la llama y provocaron, con su Inter y su Sassuolo respectivamente, que sus construcciones desde atrás se viralizasen hasta la saciedad. Y ahora, ya sin ellos dos, es Thiago Motta quien ha recogido el testigo.
Para tratar de explicar a este Bologna, así como en su totalidad, o en su misma raíz, explicarlo y hacerlo entender, valía contextualizar su razón de ser. Dentro de un 4-3-3 clásico, que todo el mundo reconoce, las conductas que toman los jugadores del conjunto boloñés distan de lo que cabe esperar. Sus laterales se hunden mucho, muchísimo, en salida de balón, casi pegándose a línea de fondo y formando por momentos una línea de cuatro en primera altura que conforman ellos, uno de los centrales y el guardameta, Lukasz Skorupski, que asume con total espontaneidad mucho peso en la salida de balón, buscando crear la superioridad. El otro de los centrales sube a la siguiente línea, colocándose por detrás de presión, estirando a su marca, generando espacio atrás y ofreciéndose como una línea de pase más adelante.
La naturalidad con la que cualquiera de los centrales del equipo realiza este movimiento -quizás Riccardo Calafiori es quien más destaca, pero Sam Beukema también lo hace con frecuencia- es la gran clave y éxito del equipo de Motta. No son movimientos por hacer, hojas de ruta marcadas con anterioridad, sino que surgen de forma espontánea, compensándose los jugadores entre ellos. Si los laterales se quedan bajos, uno de los centrales sabe que tiene que subir y tomar esa trayectoria ascendente. El juego con balón del equipo consiste en un constante afán por el movimiento, la ocupación de zonas desocupadas y el compensarse mutuamente.
Que uno de los centrales se salga de su aparente zona de acción y se sume a la siguiente línea no es tampoco algo nuevo, no lo ha inventado Motta, pero sí es cierto que el técnico italiano le da una importancia especial. Si bien normalmente esos ascensos se usan como una simple manera de fijar, retener a su marca y no participar en el juego para permitir que un compañero reciba atrás (un buen ejemplo de esto es el Inter de Milán de Simone Inzaghi), en el caso del Bologna, los centrales suben su posición para ser una parte activa del juego. Ofrecen líneas de pase, se involucran, incluso tiran rupturas buscando recibir si el balón lo recibe alguien en un carril exterior.
Si los centrales suben para compensar a unos laterales que se quedan, los interiores estiran para compensar a un delantero que baja constantemente. Quizás el gran nombre individual del éxito de este Bologna sea el del delantero neerlandés Joshua Zirkzee. Este espigado ´9´ gusta de bajar muchísimo para participar en el juego, sumarse a la circulación, participar en apoyo descendiendo incluso al círculo central y aportar su dosis de creatividad. Como compensación, los interiores del equipo se despegan, van hacia arriba, y mantienen referenciada y ocupada a la última línea del rival, causándole confusión y facilitando la inmersión en el juego de su jugador estrella.
Incluso, si los primeros pases se complican y el equipo tiene que lanzar en largo, ese juego de arrastres previos le permite tener una red de seguridad ante la caída muy buena. Con los centrales, que por lo general son grandes ganadores de duelos, incorporándose arriba y estando cerca de esas segundas jugadas, el equipo logra mantener la posesión e instalarse en campo rival. Multitud de recursos para someter al rival.
Todo un juego de alturas, de toco y me muevo, me sumo a otra línea, me quedo ahí y participo, en un sistema que se le está escapando a la competición italiana. El esperado antídoto a la era de las presiones, que no contemplaba estos sistemas líquidos y esta fluidez en las posesiones y que está llevando al equipo hasta límites insospechados. En una era donde las presiones le estaban ganando la partida a las salidas, Motta devuelve al centro de la escena un sentimiento de frescor por recordar que el fútbol es un juego en el que ganas por lo que haces con balón.