Un verbo que utilizamos permanentemente quienes hablamos, analizamos y escribimos sobre fútbol para referirnos al rendimiento y talento de los jugadores es el de pensar, sobre todo cuando se relaciona con interpretar la realidad con el objetivo de tomar decisiones. Sin embargo, no sabemos de manera certera y rotunda cuándo el futbolista está pensando o si verdaderamente está haciendo otra cosa que podríamos llamar sentir o percibir el juego. Parecerá absurdo detenerse en ello o resultará demasiado ambicioso adentrarse en una disputa que puede no ser más que mera semántica lingüística, pero para explicar por qué determinados jugadores son y se expresan de tal forma quizás esta duda sea el camino más recto posible.
Una vez lo tomamos suena incluso más interesante creer que estamos equivocados en la mayoría de ocasiones cuando relacionamos pensar como causa de una buena decisión dentro del campo o interpretación por parte de un futbolista, pudiendo ser más correcto creer que se debe a una reacción intuitiva, instintiva o impulsiva. Que sea por esto último creo que lo hace aún más interesante porque establece una disputa entre lo racional y lo primario como motor e impulso en el desarrollo del talento. Sí, la respuesta es gris y hay momento para todo, pero cuesta utilizar el verbo pensar para referirnos a Messi, Maradona o Zidane. ¿Ellos piensan? Ha de ser otra cosa. Seguramente actúan y después toman conciencia de esa intuición.
La figura más relacionada con todo esto son los centrocampistas, porque desde hace no pocos años el balón pasa más tiempo por sus botas y deben darle un sentido a lo que hacen: por qué dan un pase, hacia dónde lo dan, cómo hacen más daño, cómo protegen a su equipo, por dónde progresan para potenciar las cualidades de los compañeros. ¿Pero qué pasa con esos que transmiten algo diferente; a los que les mueve un impulso mayor y, por tanto, demoledor?
Eduardo Camavinga tiene 19 años y ya transmitía que estaba por encima de ese tipo de cuestiones cuando tenía 17. Hay algo dentro de su fútbol que rompe estereotipos y nos hace justificar cualquier duda al respecto sobre si los futbolistas calculan o actúan cuando destacan sobre los demás. Proyecta su juego con ese swing inconfundible de los más especiales, con el que además convence a su equipo de seguir la pauta y el ritmo con el que logra cambiar las jugadas, cuando no son partidos enteros. Dicho de otro modo, pone a jugar desde el ejemplo y la actitud sin dejar de ser continuamente el mismo ni dejar de ser continuamente él mismo.
Hay una máxima muy utilizada que dice que hay jugadores nacidos para jugar en el Real Madrid. Muchos de estos eslóganes son fruto de un deseo de proyectar y contar quién eres hacia el exterior. Y funciona. Pero más allá de ser una cuestión de marketing, pensemos también que de igual manera se habla de que no todos los entrenadores, y no porque deban ser los mejores, valen para para sentarse en el banquillo del Santiago Bernabéu, y ese eslogan sí que tiene mucha parte de razón. Son entrenadores de un determinado temperamento, preferiblemente facilitadores y conciliadores, capaces de entender la dimensión del club, cuyos proyectos deportivos vienen muy marcados por la singularidad de sus jugadores y no tanto de los técnicos.
Desde ahí, Camavinga es de esa clase de futbolista que hará carrera larga y brillante en el Real Madrid porque si los entrenadores elegidos terminan respondiendo a ese perfil temperamental más clásico, estos acolcharán su energía, entenderán su talento, lo dejarán expresarse y lo llenarán de confianza. Y el francés crecerá sin freno porque no parece necesitar ningún punto de inflexión, una adaptación tardía, un míster-tutor con el que su carrera se transforme o determinados contextos y compañeros específicos que lo hagan despegar.
En otras palabras, Camavinga no va a tener que pensar mucho para rendir porque su punto de partida y su estado natural como talento es diferente y magnético. Por ello, como él transmite, siempre será un jugador al que no merece tanto la pena pensar y analizar, como también siempre será sencillo de entender. Como en aquella bachata de Juan Luis Guerra, y jugando a vaticinar, Eduardo Camavinga está en el Real Madrid para regalar, año tras año, un día entre abril y junio.