«Con once Azpilicuetas podríamos ganar la Champions» vociferó José Mourinho allá por el año 2014 en la conferencia de prensa previa a un duelo que enfrentaría a su Chelsea con el Galatasaray en febrero. Frase que podríamos repetir con suma tranquilidad en mayo de 2021. Siete años más tarde, el navarro ha alzado el trofeo que llevaba nueve años esperando conquistar, desde su llegada en 2012 luego de que el equipo de Roberto Di Matteo la levantase esa campaña. Lo ha hecho como capitán de un compilado cuya segunda mitad de temporada recalca una perceptible identidad adquirida en cuatro meses de trabajo y que quizá no haya enamorado a los espectadores con su fútbol práctico, pero sí que ha demostrado que no todo es blanco o negro cuando se trata de la competición más exigente a nivel de clubes en el mundo. El nuevo campeón de Europa es especialista en fase de inicio, en fase de elaboración y de finalización, somete al oponente cuando tiene el balón y cuando no, imprimiéndole a los partidos el ritmo que desea de acuerdo al adversario y siempre escoltado por una intensidad propia insuperable y una incomodidad atosigante para el enemigo como rasgos elementales. Y, claro, goza de una ventaja con respecto del resto de competidores: cuenta con un capitán que, siendo quien más partidos en la historia de la institución ha disputado, subraya y resalta su colosal oficio de líder irrevocable y completo cada vez que encabeza al grupo.
César Azpilicueta es simbólico en este Chelsea. Porque si bien estaba jugando menos en los últimos meses de Frank Lampard, con Thomas Tuchel no solo ha revitalizado su figura a nivel futbolístico actuando veces como central externo y otras de carrilero como en las épocas de Conte, sino que ha recordado a quienes no acostumbraban a ser espectadores del conjunto de Londres un valor que lo ha caracterizado a lo largo de sus nueve años en Stamford Bridge. Un peso mayúsculamente representativo y emblemático dentro del equipo. Lo dicen su lenguaje corporal, sus gestos, sus interacciones con sus compañeros y con el propio entrenador dentro de un partido. Recibiendo órdenes y dictándolas. Siendo la noble expresión de un fervoroso conjunto capaz de gobernar cada ciclo del juego y de hacerse con un distintivo sello de intensidad. Como si desde aquel 27 de enero en el que la aventura de Tuchel dio inicio, la intención competitiva del equipo se hubiese elevado exorbitantemente, alcanzando la excelencia colectiva y apoyándose invariablemente en esta pieza experta, que actúa de jerarca, que respalda y compensa con suficiencia el actuar de los mayoritariamente responsables —porque él también lo es, en cierta parte— del trabajo de creación y finalización mediante su excelso servicio de coberturas, intercepciones, cierres, anticipaciones y entradas. Funciones que ha cumplido en extremo todos estos años de carrera, pero que hoy son merecida y legítimamente reconocidas a nivel general. Y, cuando se trata de ser justos, mejor tarde que nunca.
Ante el Manchester City probablemente hayamos observado una de las exhibiciones más grandiosas de César Azpilicueta en toda su trayectoria. Omnipresente en tareas defensivas esta vez como central externo, (acompañado por un desafortunado Thiago Silva y a posteriori su acertado relevo Andreas Christensen, además de un Antonio Rüdiger cuya defensa fuera y dentro del rectángulo resulta tan dura como el acero) y dando una protección al área como si se tratase de la más preciada de sus pertenencias, defendiéndola a capa y espada y convirtiéndose precisamente en ese intrépido héroe que a gritos ordena a sus hombres, dispuestos a la nueva batalla que representa recibir un nuevo envío aéreo o una carga dentro de la zona de tensión, intentando quitar de total responsabilidad a su compañero Mendy, y consiguiendo un hito majestuoso al deshacerse de cada vehemente bombardeo a su zona protegida. Un caudillo, sin más. Un auténtico cabecilla cuyo liderazgo atormenta rivales —no por violencia o fuerza sino por audacia e intensidad— y saca del pozo a compañeros, con un timing perfecto para barrer y un avezado actuar al instante de meter la pierna sin necesidad de cometer más que una falta. Es el elegido por Thomas Tuchel para expresar y representar su cara más obsesiva por la competitividad y el vigor dentro de la cancha.
Los datos de su temporada (309 recuperaciones, 62% de las disputas ganadas, 66% de éxito en robos de balón) nos cooperarán a profundizar el análisis y enriquecer el debate. Pero hay ocasiones en las que meramente se necesita ver partidos, atisbar acciones y registrar comportamientos para identificar patrones. Azpilicueta es el hombre que adelanta el bloque, el que lo administra, lo gobierna y así también domina al adversario. Una capacidad mental encomiable, un ánimo que nunca decae y un hambre de victoria constante. Un insistir y nunca persistir. El auténtico, constante e infatigable buscador de victoria que acaba haciéndose con su merecido premio luego de tanto sacrificio. Tanto esfuerzo, al final, ha terminado de recompensar a un deportista ejemplar que se ratifica como leyenda absoluta de Stamford Bridge. Sitio en el que su nombre permanecerá para siempre, tal vez en banderas y estandartes que flameen exteriorizando agradecimiento y gratitud, o en la multitud coreando su nombre en el imponente estadio inglés.
«Es difícil explicar. Llevaba 9 años aquí y no había podido dar este paso. Es una noche muy bonita»
César Azpilicueta, en declaraciones para Movistar+ tras la final de la UEFA Champions League.
Una carrera que involucra Club Atlético Osasuna, Olympique de Marsella y, desde agosto de 2012, nueve años en el Chelsea. Tomando diversos roles, flexibilizando su actuar y adquiriendo distintas responsabilidades dentro del terreno de juego. Un futbolista polivalente, pero sobre todo un deportista ejemplar, símbolo de la competitividad y fiel representación de que el sacrificio acorta la distancia entre un joven talentoso con sueños por cumplir y un adulto consagrado, inspirador de esos mismos inexpertos y conocedor de todo lo bueno y lo malo dentro del apasionante mundo del fútbol.
«La selección, a tope. Estoy muy orgulloso de representar a España. Es lo máximo. Tengo la oportunidad de volver tras dos años y medio animando por televisión y estoy ansioso. Tengo una espinita clavada con la selección porque siento que en ocasiones no he podido dar mi mejor nivel».
César Azpilicueta.
Como una vez escribió Jorge Valdano en su libro Los once poderes del líder, «el éxito nunca es la cima, sino un escalón más, un nuevo punto de partida para seguir el camino con más entusiasmo y confianza«. Así seguirá la vida futbolística de César Azpilicueta. Porque los ganadores nunca están satisfechos y se caracterizan por ser especialmente ambiciosos, una Eurocopa atípica —por contexto general de las selecciones e interno en particular por la española— espera por él. Y Luis Enrique, a falta de un líder encomiable como su capitán de toda la vida, sabrá que dispone de un hombre al que no le cuesta nada tirar del carro y que marchará decididamente en búsqueda intensiva de su primer título de primer nivel con su país. Porque quizá, también, con once Azpilicuetas se pueda ganar una Eurocopa.