Cómo se gestó la era de los laterales-centrales: causas y consecuencias

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No es ningún secreto que el Bayern Múnich está buscando un lateral derecho en este mercado invernal para redondear su plantilla. La marcha de Noussair Mazraoui a la Copa África ha desnudado una posición que ya iba corta. Recientemente, Thomas Tuchel fue preguntado en rueda de prensa por esta cuestión y respondió lo siguiente: «Estamos buscando un lateral derecho que sea fuerte en los duelos».

Ha trascendido a la prensa que el objetivo número uno del Bayern para esa posición es Nordi Mukiele, el jugador francés del PSG. Mukiele, pese a haber jugado muchísimo en su carrera como lateral, empezó destacando en el Montpellier actuando como defensa central. No se sabe aún si Nordi acabará en Múnich este mes de enero, pero el perfil que busca el club alemán está claro. Un jugador poderoso en duelos.

Recientemente, el analista Albert Morén comentó lo siguiente respecto al juego de los laterales en el año 2024: «Ser lateral en 2024 suele significar defender siendo lateral pero atacar siendo otra cosa. Mucha culpa tiene este 1-3-2-2-3 con el que se organizan con balón cada vez más equipos».

Comparando las dos declaraciones, se puede empezar a obtener la respuesta a qué se necesita para ser lateral hoy en día. Contundente en defensa para ganar duelos y capaz de ofrecer cosas con balón situándote en alturas y ejerciendo roles que no tienen por qué acompañar la definición clásica de lateral.

Pep Guardiola, desde que salió de Barcelona en el ya lejano 2012, ha estado en una búsqueda obsesiva por el control del juego. En el día a día funcionaba -y funciona- que nadie, en la historia del fútbol, ha tiranizado más las competiciones ligueras que el entrenador catalán, pero en Champions era diferente. Es una competición especial, que se rige por sus propias reglas. No la puedes controlar constantemente, cada eliminatoria tiene su tramo indómito. Y, cada año, ese tramo de descontrol le pasaba por encima al Manchester City (Mónaco, Liverpool, Tottenham, Lyon, Real Madrid).

El gran quebradero de cabeza siempre de Pep ha sido la transición defensiva. Cómo reaccionar cuando el equipo pierde el balón y cómo lograr evitar que me corran. Teniendo en cuenta la posición de los laterales, Guardiola intentó controlar el juego desde ahí. En Barcelona con Dani Alves o Abidal, en Múnich con Lahm o Alaba y en Manchester con Walker, Fabian Delph y Zinchenko. Interiorizando su posición, metiéndoles por dentro, el equipo se permitía posesiones más ordenadas, estando más juntos y un control de la pérdida mejor; además, cuando eso fallaba, cuando el rival escapaba de la oleada de contrapresión, el tenerles por dentro en vigilancias le permitía corregir rápido al espacio y tener más gente por detrás de balón.

Pero no era suficiente.

Centrándonos en su etapa en Manchester, en los tramos de descontrol, la presencia de esos mediocampistas que empleaba de laterales -Delph o Zinchenko- no bastaba para capear el temporal: quedaban gravemente expuestos en acciones defensivas donde no sabían imponerse a su par. Cogiendo a Mohamed Salah como paradigma del Liverpool, y al Liverpool de Jürgen Klopp como paradigma del gran rival que ha tenido el ciclo de Pep en Manchester, hemos visto hasta la saciedad al egipcio torturando a esos laterales que no tenían capacidad defensiva para frenarle.

Guardiola esto lo identificó rápidamente. Ya hemos dicho que es la mente más obsesa por el control de cuantas ha conocido este deporte. El 4 de abril de 2018 el Manchester City, que iba camino de ganar la Premier League pulverizando todos los récords por el camino, visitaba Anfield en la ida de los cuartos de final de la Champions League. Era un Liverpool aún alejado de las grandes versiones con Klopp, pero tremendamente peligroso con espacios para correr. Guardiola, de cara a frenar a Salah, en estado de trance, decidió prescindir de Delph, su habitual lateral izquierdo esa campaña, y colocar a Aymeric Laporte, un central, de lateral izquierdo.

Tampoco funcionó.

Laporte fue seguramente el mejor jugador del City aquel día con balón: otorgó calma, les ayudó a serenarse y fue el único punto seguro, mientras sus compañeros se dejaron obnubilar por un Anfield encendido, desde el que el equipo podía construir. Guardiola había logrado el primero de los puntos necesarios: usar a un central como lateral para que transmita calma y compostura en construcción, no se sobreacelere, elija mejor los ritmos de cada posesión y ayude al equipo a construir mejor sus ataques. Pero el segundo punto, usar a un central como lateral por su capacidad para ganar duelos, fracasó rotundamente. Laporte ha sido señalado varias veces en su carrera por su endeblez yendo al choque e imponiéndose a los delanteros rivales. Salah le masacró y el Liverpool se marchó de Anfield con un 3-0 que les ayudó a pasar la eliminatoria.

Guardiola había encontrado el camino, pero, a su vez, se había quedado a medias.

El pasado invierno, con el Manchester City aún resacoso de esa eliminatoria de Champions League en el Bernabéu que se les escapó en el descuento, Guardiola estaba intentando dar con la tecla del equipo. La llegada en verano de Erling Haaland había trastocado el sistema: eran más contundentes, golpeaban con más fuerza, pero las posesiones no eran tan fluidas y, como consecuencia, les corrían con más facilidad. Necesitaban control en el juego y contundencia atrás.

La inoportuna lesión de Kyle Walker, sumada a la marcha de Joao Cancelo rumbo a Múnich, abrió la puerta a Pep a construir su Manchester City con cuatro centrales, dos de ellos actuando como laterales: John Stones, Manuel Akanji, Rubén Dias y Nathan Aké. No solo eso, sino que la disposición de los mismos fue el golpe de efecto definitivo: Stones, lateral derecho, subía a la base de la jugada haciendo pareja con Rodri Hernández; Aké, lateral izquierdo, no ganaba altura alguna y se quedaba formando una línea de tres con los centrales.

La posición de Stones en el doble pivote -sumado a mil factores más, como el uso de dos extremos de mucha retención de balón en Bernardo Silva y Jack Grealish– otorgó mucho control al equipo. La perdían mejor y con una red de contrapresión más preparada, por lo que les corrían muy poco. Por si no fuese suficiente, la presencia de un prodigio físico como Aké les daba la solidez buscada atrás. Una última línea plagada de talento defensivo -lo que es puramente defender- para que, cuando rival llegara allí, se chocara contra un muro.

El Manchester City ganó la Champions, la primera de su historia, y Guardiola se volvió a coronar como rey de Europa doce años después. En la final de Estambul ante el Inter Milán, salieron con una línea defensiva formada por Stones, Akanji, Dias y Aké. Cuatro centrales. Como todo lo que gana crea tendencia, ver líneas defensivas repletas de centrales es ahora de lo más común en Europa.

Mikel Arteta, seguramente el gran discípulo que tiene Pep en la actualidad, ha construido su Arsenal bajo los mismos términos: el lateral derecho habitual, que se queda bajo a la altura de los centrales, es un central como Ben White. Por izquierda, tras probar a Zinchenko como lateral-interior y comprobar su gran capacidad asociativa pero también su debilidad atrás, donde Salah y tantos extremos le han torturado (la historia es un círculo cerrado) le ha llevado a experimentar con centrales en ese puesto que den más contundencia atrás, como son los casos de Takehiro Tomiyasu o Jakub Kiwior. El fichaje de Jurrien Timber, frustrado tras una desafortunada rotura de cruzado en verano, iba por esa misma senda.

El Chelsea de Mauricio Pochettino juega siempre con Levi Colwill, central, actuando de lateral izquierdo; por derecha, las constantes lesiones de Reece James también le han llevado a probar a Axel Disasi, otro central, en esa demarcación. Es habitual ver al Liverpool formando con Joe Gomez de lateral, en cualquiera de los costados. El Dortmund con Niklas Süle por derecha, el Paris Saint-Germain de Luis Enrique con Lucas Hernández por la izquierda, el Napoli usando a Natan de lateral izquierdo, el Barça de Xavi ya sea con Jules Koundé o con Ronald Araújo en esa demarcación o la Real Sociedad con Aritz Elustondo son algunos de los muchísimos ejemplos que se pueden ver a lo largo y ancho del globo.

Los equipos de moda del fútbol europeo tampoco son inmunes a esta corriente: el Girona de Míchel, una de las grandes noticias que ha conocido la liga española en sus últimos años forma con Eric García como lateral derecho que luego se coloca como tercer central en ataque posicional. Su salida de balón y capacidad de encontrar al hombre libre por delante es esencial en el buen hacer del conjunto catalán y su presencia explica gran parte del éxito del mismo.

Subir a un central a la siguiente línea, la corriente adjunta

El Bologna de Thiago Motta, uno de los equipos más atractivos de ver en Italia, también forma con un central –Stefan Posch– actuando como lateral, quedando bajísimo, incluso a una altura inferior que los centrales, buscando atraer la presión rival. Esto provoca una nueva corriente de juego dentro de las mil aristas que tiene la utilización de centrales como laterales: subir a un central a la siguiente línea en fase con balón.

Esto, que también lo hace el Girona, consiste en lo siguiente: si uso un lateral como central, quedándose muy bajo, me puedo permitir subir a un central por delante, que abra líneas de pase y potencie el juego interior. Riccardo Calafiori en el equipo de Motta, o Daley Blind en el de Míchel, son claros ejemplos de esta nueva manera de entender esta era.

Recientemente, en la Copa Asia que se está disputando estos días, la selección japonesa dirigida por Hajime Moriyasu, tuvo muchos problemas en su debut en la competición ante Vietnam. Pese a irse ganando al descanso -3-2-, las sensaciones no habían sido buenas. En el entretiempo, el técnico nipón retocó un poco la posición de Hiroki Ito, central que actuó de lateral, acercándole a la base de la jugada junto a Wataru Endo. De esa manera, Japón controló mejor sus posesiones, limitó sus pérdidas y se impuso en las vigilancias impidiendo correr a los vietnamitas. Es solo un ejemplo más de la globalización del juego y la expansión de nuestras fronteras.

No se ha inventado nada. El fútbol, como juego centenario que es, ha conocido de todo y ha visto todas las cosas posibles, pero sirvan estas líneas para explicar el porqué de esta corriente y la posición dominante del palmarés en nuestra era. Porque si ganas la Champions usando cuatro centrales, en estos tiempos donde el triunfo legitimiza y manda más que cualquier otra cosa, más que procesos y la infravalorada virtud de la paciencia, el resto del mundo te copiará. Hasta que otro venza con otra fórmula.

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Hugo Marugan
Fútbol. Para disfrutarlo, para aprender y para contarlo.

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