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Vivir dos veces para morir dos veces. No existe lo primero sin lo segundo porque forman parte de un mismo cosmos. Es inevitable. Así le llegó, en julio de 2008, la vida al FC Barcelona todavía inerte de Josep Guardiola i Sala. Un equipo que no existía pero que con el brasileño empezaba a ser, a tomar consciencia de sí mismo, porque Dani ya desde su aterrizaje, fue un sherpa. Un guía no solo futbolístico, sino emocional y competitivo. Cuando el FC Barcelona de Guardiola no era más que una promesa, Dani puso las bases para que, aunque todavía no llegase a ser algo consistente, aquel equipo siempre se mantuviese de pie. Con su marcha, una que parecía natural en verano de 2016 por la edad y trayectoria del brasileño, terminó convirtiéndose en una muerte prematura e inexplicable. Su regreso abre una nueva vida, pero también señala una nueva muerte.

Sobrevivir a Dani Alves es como hacerlo con la Historia (sí, en mayúsculas). Dani ya compite y juega en unos estándares distintos, es Historia mientras la vive, porque su status como futbolista ha trascendido el del mero futbolista para convertirse en el jugadorreliquia, una figura de culto entre sus homónimos. No se puede sobrevivir a algo que es más grande que tu en el sentido que no existe un reemplazo natural, coherente, porque con Dani Alves acaba un tipo de jugador, es una historia finita con el poder de parecer infinita. De ahí su preciosidad (y peligrosidad). Con su retorno, Alves muestra con su juego las carencias que había, camufladas por un olvido repentino y el paso del tiempo, pero que seguían intactas. De repente, el hueco que había dejado Alves se ha llenado de golpe, todavía más nítidamente. Jugar sabiendo que es un The Last Dance tiene un toque más nostálgico y poderoso, confiere a cada partido un poder distinto. Sabemos que cada minuto de Alves no volverá, que es ver una muerte lenta, pero preciosa.

Ante el Atlético de Madrid, Dani Alves se plantó cerca de Busquets. Le permitió al de Badia escalar unos metros y que estuviese más cerca de Pedri, atrajo su marca lejos y abrió línea de pase con Adama. Su pie derecho encontró a Alba al espacio, a Gavi abierto, a Adama esquinado. Se movió para aparecer en sitios ciegos, espacios lejos del control de Simeone, correteó como si la edad solo fuese una excusa y hasta se expulsó en una entrada durísima. Marcó, abrió los brazos y se postró ante un público que le había colocado ya en el museo, pues Alves ya no era un jugador a ojos del culé, sino una reliquia, un tesoro de una época inolvidable. Alves, con su gesto desafiante, su mirada poderosa, confirmó su condición de reliquia. Parecía que habían plantado un trofeo, como si Cruyff postrase la primera Champions a ojos del Camp Nou. Alves ya no juega para nadie, solo para una obsesión que le canta cerquita de la oreja, la que le empuja a ser Historia.

Decía David Foster Wallace que es muy extraño echar de menos a alguien a quien nunca has conocido, como notar ese hueco dentro, un espacio vacío que sabes que necesita rellenarse. El fútbol consiste en esto. En encontrar sentido a algo que no sabías que era, pero que cuando sientes, comprendes como una revelación. El culé no imaginaba, no entendía ya qué le faltaba. hasta que ha vuelto Alves. Una historia de amor olvidada en los libros que Dani se entesta en alargar hasta el último suspiro, sosteniendo el cuerpo maltrecho del FC Barcelona entre sus brazos y repitiendo que todo volverá a ser como antes. No se trata de que así sea, sino de que la gente crea que es posible. La ilusión como motor narrativo y punto de partida. Este será el gran logro de Dani una vez se marche y el círculo se cierre. Haber transformado agonía en puro placer competitivo, el dolor en una ilusión incombustible. Alves sosteniendo ese orgasmo hasta que ya no quede nada, hasta que el recuerdo haga su función y eleve, todavía más, su figura.

Superar a Dani Alves dos veces u otras formas de morir.

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Albert Blaya
Periodista. Escribo sobre fútbol y leo mucho.

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