De sueños y realidades. La Liga española 2002-03.

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En algún lugar de un gran país
Olvidaron construir
Un hogar donde no queme el sol
Y al nacer no haya que morir.

En algún lugar, Duncan Dhu

Ni tú, ni el mar, ni el cielo

«El mar tiene que entrar en San Sebastián ya peinado» afirmó Eduardo Chillida (San Sebastián, 1924-ibídem, 2002), al instalar El Peine del Viento, un conjunto de tres esculturas monumentales a la entrada de la Bahía de la Concha, ahí donde termina (¿o inicia?) la playa de Ondarreta y el paisaje urbano. Hay algo con el mar, la ciudad y la melancolía. No es algo malo, es simplemente algo que llevan los donostiarras en la sangre, también parte de su ADN. Se refleja en el trato, en la vida diaria, y se refleja en la música que emana del lugar. No es casualidad: hay algo en el aire que obliga a transmitir ese sentimiento. La ciudad, una de las más bellas del mundo, alberga una belleza y elegancia inigualable, Y permea a sus habitantes con un halo especial de pertenencia y orgullo.

El principio del milenio estuvo salpicado con la música pop. Un grupo surgido en San Sebastián a finales de la década de los noventas, La Oreja de Van Gogh, editó su segundo álbum en septiembre del año 2000, El Viaje de Copperpot, y fue un fenómeno en ventas y repercusión mediática. Existe una generación que puede reproducir (sin necesidad de buscar en la memoria musical o de tener preferencia particular sobre la banda en cuestión) la lírica de La playa, una de las canciones más escuchadas de esa producción. La música es un conducto que te puede llevar a diferentes escenarios dentro de un mismo contexto. El mismo párrafo posee tantos significados como personas que lo oyen.

Empezaba la liga en el año 2002 y lo hacía de forma estruendosa: el derbi vasco en Anoeta. La Real Sociedad había estado coqueteando con el descenso peligrosamente las ligas anteriores. Un carrusel de técnicos pasaron por su banquillo, incluso uno, cuya imagen va asociada de manera indisoluble con el otro equipo vasco y que haré el favor, por paz mental, de no nombrarlo. Ese curso traía novedad en la dirección técnica. El francés Raynald Denoueix (procedente del Nantes FC) tomaba el volante y, cómo cada año, el destino era una incógnita. Pero algo sucedió: contrario a la norma de temporadas anteriores, se empezó ganando (¡novedad!) de manera consistente al eterno rival. Algo había cambiado.

El equipo no había variado demasiado de una temporada a otra: si acaso, había un par de incorporaciones como el regreso de Karpin, pero el entrenador francés le dio una estructura al esquema. Un 4-4-2 clavado, con laterales de largo recorrido, un pivote, un box-to-box, dos interiores y un nueve de área. Less is more. Westerveld-Aitor-Schürrer-Jáuregi-Aranzábal-Karpin-Alonso-Aramburu-De Pedro-Nihat-Kovačević. Aprendimos el once para no olvidarlo más nunca.

Vasallo y Erentxun

Ginger y Fred. McEnroe y Flemming. Lennon y McCartney. Darko y Nihat. Pocas parejas me llenan tanto el ojo. Esa temporada los delanteros titulares de la Real acumularon 43 goles. La calidad mostrada por los puntas era una locura. Además, contaron con la mejor versión de Javier De Pedro (13 asistencias), y la eclosión de un joven mediocentro, qué igual les sonará conocido: Xabier Alonso. Para rematar, Valery Karpin ejercía su último servicio.

Nadie daba algo por la Real, hasta que la misma Real se los hizo ver. Se fue invicta en la primera vuelta. Fue entonces que la tomaron en serio. A la casa del líder estaba un Madrid lleno de “Galácticos”: Zidane, Ronaldo -el de verdad-, Figo y Roberto Carlos. La profundidad de la plantilla donostiarra pasaría factura en algún momento; mientras tanto, su juego enamoró a unos y otros. Fue hasta la jornada 23 que los Blancos dieron alcance a una Real que, a pesar de no jugar la Copa o en Europa, se desgastaba.

Creo, y esto sólo es apreciación, que la liga se decidió en la jornada 27, con la visita del Villarreal a Anoeta. El marcador indicaba 2-0 para los txuri-urdinak al ‘88, y en dos minutos el Villarreal (lugar 15 al final de temporada) logró empatar el partido. Esos dos puntos deben estar muy lejos de San Sebastián hoy día, escondidos para no ser vistos jamás. Si alguien los ve, por favor, pregunten con sinceridad por qué no quisieron quedarse.

La mañana de mañana

El 13 de abril de 2003, era Domingo de Ramos, aunque para el Madrid, pudo ser Viernes Santo. Cuatro goles en 30 minutos. Y, sobre todo, una superioridad abrumadora. Fernando Hierro debió sufrir horas después por una cadera dañada por la velocidad del turco Nihat. Lo visto en el barrio de Amara esa tarde (mañana nuestra) fue semejante a una escultura de Eduardo Chillida, monumental. El partido fue una oda a la belleza de una ciudad encandilada con el juego sublime de los suyos. El marcador final fue 4-2. La Real aún respiraba en el sprint final.

Fue hasta la penúltima jornada dónde, con la Real llegando cómo líder de liga, el campeonato se decantó para los blancos. La visita a Vigo, con un Celta que se jugaba un puesto en la Champions, y sin el capitán Agustín Aranzábal, la Real no pudo sostener el aliento. Se ahogó (nos ahogamos) en la orilla. El odio irracional a Lotina, técnico de los gallegos, vino tiempo después.

No hay camino que llegue hasta aquí

El final de esta historia es conocida. Se puede revisar en las hemerotecas, en línea y en las videotecas. Lo que no cuentan las reseñas es el orgullo, la alegría (efímera, pero de igual forma, permanente) y todo lo que podemos contar qué sucedió en ese espacio de tiempo a generaciones futuras. En una época decidida por el poder económico de los clubes, hubo un día que once jugadores nos llevaron a soñar. La liga fue del Madrid; el sueño y la grandeza, nuestras.

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Juan Pablo
Ciudad de México, 1971. Hijo de Goyo y Cristy. Papá de #LaFrijol y #Pelotxas. Diseñador Gráfico. Contador de historias. De la Real Sociedad.

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