En una entrevista realizada por el diario La Vanguardia, el historiador Miguel Ángel Cajigal hace referencia a la importancia que el espectador tiene en el valor de una obra de arte: “Se suele decir aquello de que el espectador debe poner en una obra más significado del que esta tiene en realidad. Con el arte del pasado lo hemos hecho de manera muy competente: valoramos en algunas obras cosas tan profundas que probablemente la persona que creó esas obras se sorprendería de lo lejos que han llegado nuestras interpretaciones con el paso de los siglos”. En este mismo sentido, Eduardo José Ustáriz pondera e instruye sobre fútbol entre el análisis táctico y el comunicativo, porque este último ha tenido una gran importancia en la forma de valorar el talento de un futbolista o un equipo. Es decir, en el proceso de narración se han ido abriendo vías de comunicación, como aristas en la montaña, para que el siguiente sepa por donde ir. Esa huella, por tanto, también produce un efecto condicionante que hace al espectador participe del valor de la obra, en este caso el futbolista, quien será, en cierto modo, mejor o peor según lo que se ha ido relatando.
Este es un punto de partida que juega un papel importante en la valoración de las estrellas emergentes que ocupan o están llamados a ocupar el lugar de los líderes de la generación anterior. En el momento actual, su rendimiento parece medirse por la capacidad que tengan de llegar hasta donde han llegado sus predecesores, Lionel Messi o Cristiano Ronaldo, sea por la capacidad de superar sus registros goleadores o por la que tienen o tendrán de trascender en el juego y construir un equipo, un listón que desvirtúa por completo el verdadero potencial del jugador y la justicia con la que se le proyecta, sobre todo porque ese listón está situado ahí y así por dos variables que no dependen del futbolista en cuestión: las enormes expectativas que han generado argentino y portugués por un lado, y por otro el sesgo con el que el espectador espera que el siguiente lo supere como medida de todas las cosas. Por tanto, la obra o el jugador no trasciende por su talento, materia o texto sino por lo que se comenta sobre ellos. Si estas ideas sirven para confirmar que el fútbol es un arte, ya están justificadas.
Vienen estos dos párrafos a cuenta por lo que está por venir y lo que debemos esperar de Kylian Mbappé, seguramente el gran fenómeno del próximo lustro en el fútbol europeo y mundial. Con el galo ocurre además otra falsa creencia desde la forma en la que percibimos a los jugadores o sus talentos, creyendo que estos son productos terminados, sin margen para la evolución o la transformación, como si bajo unas variables diferentes su rendimiento fuera siempre el mismo, o que observando a un futbolista durante un tiempo pensemos que lo que hoy es irregular, mostrado en pequeñas dosis, no pueda ser, pasados los años y llegado a la madurez, algo mucho mayor y consistente. Esta es la historia en la que se encuentra Kylian. Como pasó con Neymar, Mbappé está a punto de abrir una era que llega en el momento perfecto.
Futbolísiticamente, el delantero del Paris Saint-Germain ha atravesado bastantes más etapas de las que suele experimentar un jugador de 22 años. En la primera, de una enorme efervescencia, repleta de sensibilidad con el juego pero con algunos problemas para dominar su cuerpo cuando ejecutaba las ideas que rondaban por su cabeza, siendo su aparición en el Mónaco más impactante por lo que asomaba intelectualmente que por lo que exhibía a nivel físico, que ya era algo sobrenatural. Un año después, bajo la simplicidad de la Francia campeona del mundo liderada por Deschamps, Mbappé trituró defensas desde la velocidad y la potencia; un Mbappé mucho más automático, pero devastador. Todo un acontecimiento anaeróbico que provoca un análisis simplista sobre su poderío al espacio y su dificultad para vivir sin ellos.
Sus años posteriores en el Paris Saint-Germain, por su superioridad en las transiciones, la ausencia de rivales de máxima entidad y la presencia de Neymar Junior como ascendente único sobre el juego y la creación de ventajas, sitúan a Mbappé como un finalizador que parece haberse olvidado de lo que fue en Monaco, sin la posibilidad de ver las tres versiones comentadas a la vez: la de Monaco 2017, Francia 2018 y los últimos partidos con les bleus junto a Benzema, los que concluyen que Mbappé atraviesa un proceso abocado al esplendor. Al fin y al cabo, hablamos de un prodigio físico lleno de fútbol, cuya mejor versión aparece cuando se relaciona con sus compañeros y no sólo cuando coge el balón y deja atrás a dos rivales. Lo mejor parte de su interpretación y eso se irá dando asiduamente en los próximos seis o siete años. Como un aviso para navegantes e incrédulos, todos estos Mbappés vendrán en el mismo pack de forma continua.
No se trata de adecuar la realidad a los prejuicios, pues queda poco para que Mbappé los tire por la borda; sólo es necesario escuchar al recientemente fallecido Antonio Escohotado: “Aprendo cada hora. ¿Pero cómo se aprende? Se aprende dejándose sorprender, haciendo que donde estaba el prejuicio llegue el juicio. ¿Pero cómo llega el juicio? El juicio llega en forma de hechos, hechos sucesivos: éste, el otro, el otro, el otro… . Hacen falta a veces 10.000 hechos para que la cantidad induzca un salto de cualidad. Pero con paciencia, yo les aseguro que cualquier idea que tengan ustedes sobre cualquier cosa, va a cambiar si la analizan con paciencia, desapasionadamente, dejándose sorprender.”