”Maradona es un caso singular del entusiasmo que, poco a poco, se convirtió en decepción porque todos se esperaban que fuera a Nápoles a hacer el figurín, pero no a ganar. Apenas ha comenzado a hacerlo, se volvió antipático. Después lo han acusado de haberse enriquecido y de haber querido hacer las fiestas que normalmente hacen los ricos, con el mismo mal gusto. Pero como él de origen es pobre, no se lo podía permitir. Toda esta suma de cosas han llevado a la gran antipatía contra Maradona.”
Italo Cucci, principios de los años noventa.
“Tampoco muerto encontraría paz. Me utilizan en vida, y encontrarán el modo de hacerlo estando muerto.”
Diego Armando Maradona, 1996.
El ídolo futbolístico más grande que ha tenido Argentina en su corta historia como país generó una figura profundamente polarizante, así lo entendí desde muy chico. Mi padre, que es un recalcitrante fanático del futbol, tenía cierta esperanza de que alguno de sus dos hijos saliera con el talento suficiente para ser profesional. Sus ambiciones, como las de cualquier papá, lo llevaron a señalarme figuras masculinas que él consideraba buenas o malas. Diego Armando Maradona, en los años noventa en los que transcurrió mi infancia, sin duda alguna entraba entre los malos. Pelé, naturalmente, era el bueno.
Yo era tan solo un niño y a mí me daba curiosidad el porqué de esta dicotomía. Eran como el diablito y el angelito que pintan en las caricaturas. Por un lado estaba Pelé, el futbolista ejemplar, dentro y fuera de la cancha, el mejor de todos los tiempos, el que había ganado el Mundial sin hacer trampas. Por el otro, Maradona: el drogadicto de manual que había metido la mano en el Mundial, el tipo que representaba los peores excesos. Quizás, en aquel tiempo, era la historia de la mayoría de los chicos que eran fanáticos al futbol en Latinoamérica: vivir entre el “buen” ejemplo de Pelé y el “malo” de Maradona. Como todo, aquella diferenciación mezquina entre blanco y negro no era del todo precisa.
Yo tenía apenas siete años y Diego Armando Maradona jugaba sus últimos partidos como profesional. Fue las primeras y únicas veces que lo vi en activo, y para mí ya no tenía nada que ver con lo que me contaban los más grandes sobre él. Era un jugador que estaba en plena decadencia. Era como si aquel futbolista representara aquella cara de nuestra región que todos queríamos ocultar. Mi idea del malo estaba intacta.
La sombra
Dentro del gran “melodrama latinoamericano” los narcóticos han sido, desde los años ochenta del siglo pasado, el tema que más ámpula saca a los que hemos crecido en la región más desigual del planeta. No es para menos porque se cuentan por cientos de miles los que han muerto por la llamada guerra contra las drogas. Lo que ahora se considera un problema regional, antes se pensaba que solo estaba confinado a Colombia, el país que lamentablemente se volvió conocido por los “capos”.
El país cafetalero, en la década de los noventa, era considerado el lugar de todos los males en América Latina. Era el país de los narcotraficantes, los que producían la droga que consumían los gringos. En el fondo era un discurso perverso que se generaba desde el norte y que los países latinoamericanos aceptaban sin chistar. ¿Por qué?, porque era conveniente: ocultaba los trapos sucios de todo el resto de la región.
De manera contemporánea, la cara desencajada de Maradona le recordaba a todos que el problema era compartido, que las drogas no solo se consumían allá; que aquí también era un problema el consumo excesivo de estupefacientes y que, Maradona, nacido en uno de los lugares más menesterosos de la región, sin querer mostraba esa cara sucia que todos queríamos ocultar.
Curiosamente, el astro argentino estuvo a punto de jugar en la Colombia que estaba tomada por los narcotraficantes. El América de Cali, a principios de la década de los ochenta, le hizo una oferta millonaria. Aquel equipo que pertenecía a Miguel Rodríguez Orejuela, uno de los cofundadores del Cartel de Cali. El representante de Maradona se negó porque el jugador, todavía perteneciente a Argentinos Juniors, quería cumplir el sueño de su infancia, que era el de vestir los colores del Boca Juniors.
El cambio de paradigma
“Un día le hicieron unos análisis de sangre. El enfermero que los hizo tomó una ampolleta y la deposito junto a las reliquias de San Gennaro. Era un semidios. A nivel psicológico eso lo turbaba. Todavía él se sentía que era el Diego de Villa Fiorito: un negrito de mierda de una villa miseria.”
Fernando Signorini
Conforme fui creciendo la tecnología dio pasos agigantados. Ahora, desde la pantallas de nuestras computadoras, los que no vimos jugar a Maradona y Pelé cuando estaban en activo, teníamos la oportunidad de verlos sobre los céspedes verdes que los convirtieron en leyendas. Y no solo eso: la publicación de varios libros sobre ellos nos acercaron al contexto donde crecieron ambas leyendas, siendo la autobiografía de Pelé y el mítico Yo soy El Diego los más rescatables. Poco a poco esa clara división entre el bueno y el malo, ese blanco y negro, ese ying-yang, se fue disolviendo en una amplia diversidad de tonos grises. Ni Pelé era un santo, ni Diego Armando Maradona era un demonio, los dos eran víctimas de sus contextos. Pero, por el momento que le tocó vivir, Maradona la tuvo peor.
El argentino vivió la era donde el futbol se convirtió en un deporte puramente comercial. Cuando Joao Havelange asumió la presidencia de la FIFA en 1974 dejó en claro que la irrupción del Mercado en el futbol llegaba para quedarse, y Maradona fue vital para ese proceso. Al Diego le tocó la época donde los equipos empezaban a firmar contratos publicitarios para que marcas de todo tipo aparecieran en sus uniformes; inmediatamente después, vivió la transformación de las playeras en bienes de consumo, que debían de tener diseños distintos cada año y que ahora se venden por millones en cada rincón del planeta. El chico que creció en la era romántica de los héroes de antaño, al volverse el mejor jugador del mundo en la década de los ochenta, lo trataron como un bien de consumo más, una figurita a la cual vender.
El legado y la hipocresía
Tuvo dos grandes obras como jugador: el Mundial del 86 y el Napoli de los 80. La primera la hizo ayudado por un gran grupo de jugadores y por la inteligencia de Bilardo, que supo acomodarlo de la mejor forma. La segunda fue su capolavoro, su obra maestra, lo cual fue convertir a un club pequeño de la ciudad más pobre de Italia en el mejor equipo de la mejor liga del mundo. Ganar el Mundial lo llevó a cada rincón del planeta y lo convirtió en la Argentina, como escribió Martín Caparrós en El País. Ganar con el Napoli lo volvió el mejor jugador de su tiempo y en uno de los mejores de todos los demás, pasados y futuros. Su proeza en Nápoles, labrada durante siete frenéticos años, fue a costa de su salud física y mental. El precio fue altísimo: nunca pudo superar al personaje que creó en Italia. Nadie lo ha dicho mejor que Fernando Signorini, su preparador físico personal, el que lo rescató después de la grave lesión que tuvo previo a fichar por el Napoli:
“Yo aprendí que uno era Diego y otro Maradona. Diego era un chico que tenía inseguridades y es un pibe maravilloso. Maradona era el personaje que tuvo que inventar para poder estar a la altura del negocio del fútbol y de los medios de comunicación. Maradona no se podía permitir ninguna debilidad. Un día dije que con Diego iría hasta el fin del mundo, pero con Maradona no daría ni un paso.”
Había un Diego y un Maradona, pero dentro de esas dos caras de una misma faz, también había un sinfín de personas y personalidades. Justo eso, el ser un personaje poliédrico, lo hace una figura tan difícil de comprender y juzgar. En su vida personal sin duda fue un machista impresentable, como varios grupos feministas han expuesto desde el miércoles. Pero también fue el tipo que utilizó su imagen pública para apoyar a las Abuelas de la Plaza de Mayo. En un tiempo donde vivimos envueltos en la falsa ilusión de realidad que las redes sociales provocan, sería ideal tomarse un tiempo para investigar de manera profunda sobre los acontecimientos que rodean nuestro entorno y comprender mejor el contexto en los que se dan.
Pero, lo peor en torno a la muerte del ‘10’ no ha sido la esperada polarización que su deceso provocó. Los “Pumas”, como se le conoce a la selección argentina de rugby, jugaron un partido contra el representativo de Nueva Zelanda en el que el gesto conmovedor no vino de los propios argentinos, sino de los All Blacks. Sam Cane, el capitán de los neozelandeses, depositó en el césped la legendaria playera negra de su selección con el mítico 10 y el inmortal apellido del fallecido astro argentino. Lo que vino después fue una representación especial del famoso Haka, la danza maorí que los jugadores de rugby neozelandeses suelen hacer antes de cada partido.
El gesto, naturalmente, se viralizó y mostró que Maradona fue un ícono deportivo, que sin dudas trascendió lo futbolístico. Pero también sembró dudas del comportamiento de los Pumas y de la hipocresía que hay en torno a Diego Armando Maradona en América Latina, en especial desde las clases privilegiadas. El rugby, que en nuestra región es un deporte costoso, por antonomasia se relaciona con las élites socioeconómicas de este lado del mundo. Es curioso que los jugadores de la selección de rugby argentino, a los cuales Maradona apoyó siempre que pudo, decidieran solamente llevar una cinta negra improvisada que, incluso, varios jugadores acabaron perdiendo. Eso, y los miles de lamentos y fotos que colgaron el día miércoles muchas celebridades del periodismo deportivo latinoamericano, aquellos que se sentían guardianes de la moral cada vez que Maradona hacía un gesto reprobable, son la cara de la inmensa hipocresía que en nuestra región ha habido y hubo en torno a la figura del ícono más grande de la historia del futbol. Yo me quedo tranquilo porque, por lo menos, he convencido a mi padre de que vea a Maradona como la figura compleja que fue: un tipo que fue arrastrado por su incapacidad emocional para lidiar con una fama sin precedentes. Ni ángel ni diablo, un ser humano más.
Para profundizar
El documental Maradona (2019) del gran documentalista Asif Kapadia