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Preguntado por las listas, el escritor Don DeLillo dijo que le daban cierto repelús, que «las listas son una forma de histeria cultural«. Me pareció una frase acuradísima acerca de qué nos lleva constantemente a numerar y tratar de jerarquizar las cosas. Debe ser algo humano, pero se me escapa. El fútbol es quizás de todas las cosas la menos clasificable, la que escapa de toda lógica porque te destripa, te hace odiar o querer, porque te emociona. ¿Cómo vas a clasificar de forma jerarquizada aquello que interpela tus emociones? Aprovechando la gala del Balón de Oro, he querido escribir una especie de carta del por qué cada año me dan más pereza estos trofeos pese a que «ganen los míos».

Cabría preguntarnos qué es ser el mejor. Hemos normalizado la frase «es que este jugador es el mejor», como si fuese un axioma imposible de tumbar, como si escondiese algo que señalase la verdadera naturaleza del futbolista. Ser el mejor solo significa lo que tu quieres que signifique. Basta asomar la cabecita fuera de tu mente para darte cuenta de que para lo que tu es una evidencia, para el vecino es una rareza. Nos faltan aptitudes para calificar, primero porque el fútbol es infinito y en muchos casos es algo que escapa de nuestra lógica, y en segundo lugar porque todavía somos presos de las estadísticas más sencillas y superficiales. Repetimos los goles y las asistencias de cada jugador como si fuesen valedoras de una verdad absoluta, cuando en realidad la pregunta debería ser qué impacto ha tenido este jugador en el equipo. ¿Cómo han sido los goles, qué peso ha tenido en la construcción y gestación de los mismos? En un deporte en el que prima el gol, es imposible no nublarse con cifras, pero si algo nos enseña el fútbol es que el gol es el beso final de una gran peli, pero detrás hay un argumento imposible de obviar.

Tampoco deja de ser gracioso, irónico ciertamente, el reclamar un premio hacia un futbolista mientras despotricas del propio premio. Al final, el Balón de Oro es como el periodismo, es una mierda, sí, pero que digan lo que tu quieres. Lo que interesa en el Balón de Oro no es el mérito individual, sino que es percibido como un objeto que legitima un discurso colectivo. Si gana el mío, somos mejores. Somos los buenos. De ahí que el FC Barcelona, en el peor año de su historia reciente, haya reforzado el mensaje del «Més que un Club», porque lo individual se transforma en colectivo solo si ganan los tuyos.

Ahora que Spotify nos empuja a un acto de onanismo público ilimitado, todavía temo más las listas. Siento aversión por ellas. Pero a la vez no puedo parar de leerlas, esperando concordar en todo, encontrarme a mi mismo en ellas. Una lista no es nada más que un intento frustrado de vender tu opinión de una forma más punzante. De decir, «eh, he hecho una lista y lo he argumentado». La lista como sinónimo de objetividad mal entendida. El Balón de Oro es la sublimación de este arte. ¿Cómo se puede elegir al mejor jugador si no los has visto todos? De ahí que cuando se saben las votaciones, todo tiene un aire endogámico que asusta, uno en el que todos votan al suyo porque toca y porque de hacerlo se podrá dominar de mejor forma el relato del club, de tu entorno.

Es un trofeo de periodistas, para periodistas que debaten periodistas. Su principal objetivo no es galardonar nada, sino generar tertulias, debates y, en definitiva, dinero. Fuera del ganador, el resto de jugadores son un anexo de un trabajo que nadie va a leerse, páginas olvidadas. Es hasta graciosa esa sensación de indignación por quedar en la posición 23 o 27, como si significara realmente algo. Buscamos legitimar el fútbol en la posición de una lista, criticando o alabando por cifras vacías sin atender al juego y es que al final el Balón de Oro, su gala, los meses cavernarios en los que ya se gesta la siguiente edición y toda la propaganda es el mayor espejo que tenemos. Lo que realmente nos engancha no es el fútbol, sino su contorno adictivo. Lo que nos apasiona es quejarnos de las listas mientras hacemos la nuestra, porque al final el fútbol nos importa porque creemos que, de alguna forma, tenemos poder sobre lo que sucede. Como todo en la vida.

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Albert Blaya
Periodista. Escribo sobre fútbol y leo mucho.

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