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Vivimos en tiempos de cambio. Una pandemia ha puesto todo patas arriba y ya nada sigue su curso. Las calles desiertas, los estadios vacíos, el miedo presente y cada día se vive como una historia aparte, como un capítulo independiente de esta novela. La nueva normalidad es de todo menos normal. Lo que ayer eran certezas, hoy son dudas y mañana mentiras. Estamos en constante adaptación. El Clásico que se ha jugado este fin de semana fue de todo menos “clásico” y el Camp Nou tan solo contó con los protagonistas del verde. Mientras, las gradas, desiertas, veían cómo su equipo cambiaba radicalmente. Como si fuera un capítulo ajeno al encuentro, como si tuviera que adaptarse a esa cita, como si la seguridad que dio el ayer no contase hoy para nada. Allí, Ronald Koeman alteró por completo su sistema de juego y acabó siendo presa de su propia variación. 

Un ataque por y para Leo

El principal retoque hecho por el holandés estuvo en su ataque posicional. El Barcelona venía siendo fluido en esta fase del juego gracias a diferentes máximas que permitían progresar y rajar el bloque rival. Los triángulos en ambos costados, con de Jong en izquierda junto al lateral zurdo y Coutinho o Ansu intercambiando posiciones y alturas, y el que se formaba en derecha con Messi, Griezmann o Trincao y el lateral diestro permitían al equipo mantener ocupados los espacios de manera coherente. Además, el juego casi siempre se cargaba sobre la izquierda, pero tenía tanto dinamismo que, si no se conseguía progresar por ahí, Philippe o Frenkie se reconocían como esa ficha que, mediante conducción y pase tenso, permitía conectar la circulación con Leo y que se acelerase en lado débil con el rival basculado. Este ritmo potenciaba a sus mejores elementos y acercaba a Messi a su zona de mayor influencia: la frontal del área. 

Para su cita ante el Real Madrid, Koeman decidió alterar por completo su sistema, el orden de sus fichas y los automatismos. El cambio buscaba tener conectado a Lionel Messi, su caballo (casi siempre) ganador. Le dio una flexibilidad posicional total. Podía pisar cualquier zona, todo para que él tuviera el protagonismo de la elaboración y la finalización.

Se colocó a Ansu a su lado para completar paredes y que siempre le dejase en ventaja y de cara. Incluso la izquierda dejó de ser el lado en el que el dinamismo del triángulo fuera la tónica dominante para ser el costado donde dejar en ventaja a la ruptura de Alba. El principal perjudicado fue Coutinho, pues estaba encorsetado en la zona «intermedia» zurda, sin posibilidad para pisar otros pasillos y generar superioridades a partir de su factor sorpresa (ocupo/desocupo). Tan solo era el encargado de sujetar y atraer a Nacho para que liberase su espalda y Jordi picase sobre esta. Así, al juego del técnico culé le faltó muchísima fluidez.

El lado débil (derecho) casi nunca estaba bien ocupado, ya que sólo Pedri y Sergiño Dest lo pisaban. Y, cuando se giraba el balón, no era suficiente como para acelerar y acabar la jugada. El resultado del cambio fue un gran protagonismo con y sin balón del ’10’ en detrimento de sus otras fichas de alrededor. 

Miedo y dudas en los encajes

El Barcelona también varió su manera de defender. No iba a buscar al Real Madrid tan arriba como de costumbre y replegaban en un bloque medio/medio-alto, formando una especie de 4-4-2. Algo totalmente insólito teniendo en cuenta que lleva todo este inicio presionando mediante encajes o vigilancias individuales. Este dibujo adoptó ciertas conductas zonales (se buscaba ocupar líneas de intercepción) e individuales (vigilancias constantes). El doble pivote iba cambiando de marca, pero siempre se buscaba que el posible receptor tuviera una vigilancia cerca que restase tiempo y espacio a esa recepción.

En este escenario, Sergio Busquets dejó mucho que desear; no acabó de entender cómo debía ser su comportamiento defensivo. El pivote estuvo implicado en varias recepciones de los interiores que penetran línea defensiva e implicado en muchas acciones en que la defensa de la zona entre líneas no es buena. 

Zidane, a lo suyo

Mientras Ronald Koeman retocó de arriba a abajo el sistema de juego para recibir al conjunto de la capital, Zidane varió prácticamente nada. Bajó la altura del bloque respecto al partido del Shakhtar, se posicionó en altura media y siguió cometiendo los mismos fallos que arrastra de la temporada anterior. Con Fede Valverde lanzando presiones desde el interior sobre un de Jong lateralizado, buscaba formar un 4-4-2, pero el reajuste de Casemiro para cubrir la zona que liberaba el uruguayo no era bueno y la defensa de la zona intermedia, por ende, tampoco.

Esta carencia defensiva no se vio tan resaltada por puro demérito rival. Atacó poco ese espacio, pues Ansu sólo buscaba sujetar a centrales para permitir que Messi descendiera y Cou estaba muy estático ahí (no llegaba, sino que estaba). En ataque, buscó lastimar en profundidad en la mayoría de sus jugadas con el uruguayo, quien galopaba a otro ritmo que Busquets o de Jong. Pero, en términos generales, produjo poco. 

Durante el partido, se cometieron bastantes errores, sobre todo defensivos. No fue una gran batalla táctica la de ambos técnicos y las sensaciones que dejaron fueron las de una «igualdad a la baja». El Barcelona y el Madrid ya no son aquellos equipos que fueron y cada día que pasa nos resistimos a normalizarlo. Son cuadros que, de tanto vivir de su pasado, acaban siendo víctimas del mismo. Vivimos en tiempos de cambio en los que El Clásico ha dejado de ser tan clásico. Sólo queda adaptarnos.

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Miquel Villarroya
Estudiante de Periodismo en la UAB. Amante de la táctica y el análisis de fútbol.

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