Hemos normalizado el odio. Lo hemos convertido en parte activa de nuestro día a día, lo hemos romantizado en base a memes y ahora es como el calor veraniego pesado, lo tienes encima, es imposible quitártelo ni duchándote cincuenta veces. Ya todos odiamos un poco, aunque no queramos. Esta normalización va directamente ligada a Twitter, que se ha convertido en nuestro metaverso, un universo en el que podemos odiar y generar corrientes de opinión tóxicos sin miedo a represalia porque nos retroalimentamos de un círculo ínfimamente pequeño. La relación entre Twitter y el futbolero promedio es la que se establece entre un populista y su público; quien escucha no es visto como un interlocutor, sino como un nicho que debe ser poseído, infectado. Twitter como un vertedero que busca despegarse del mundo para generar su realidad. Y la estamos consumiendo.
Dentro de Twitter, el fútbol ocupa un espacio enorme de debate, reflexión y hate. Es un espacio de lucha para dominar el relato. En Twitter se construyen y se destruyen jugadores en base a unos intereses prefabricados, estereotipos y fobias personales. El jugador entendido como un objeto desechable, un medio para reforzar tu propia identidad. Y eso es lo realmente triste, que el fútbol en sí no interesa lo más mínimo, sino que se usa para generar fronteras impenetrables, cada jugador es convertido en objeto de burla y lo preocupante es que, al final, acabamos creyéndonos que el futbolista es lo que se dice que es.
Eric García no servía para jugar en 1a división. Un futbolista que la temporada 19/20 fue titular con el Manchester City en la parte más importante de la temporada, activo importante para Luis Enrique en la selección y pieza habitual y clave en el FC Barcelona solo jugaba allí por sus agentes. Por amiguismo. Quien vendía este mensaje lo hacía sin atender a argumentos, sin ver fútbol más allá de su trinchera. Ese mensaje ha ido calando, ha llegado tan hondo, que hay gente que ha virado su percepción del futbolista por lo que se dice que es sin atender a lo que importa. Como en el mundo de las ideas, Twitter es la caverna, un metaverso que condena.
Cuando Vinícius emergió siempre jugó en su mundo. Un universo aislado, recubierto de una sustancia impenetrable. A su alrededor, ruido, mucho ruido. Como Hulk, transformó el odio en una máquina imparable de crecimiento mientras el meme iba dando paso al culto. El problema es ver al jugador como una figura finita, cuando siempre es un proceso, una evolución constante. Criticar y juzgar no es lo mismo. Lo primero, de forma argumentada, es sano y necesario, lo segundo es tendencioso y solo genera círculos de odio. Y es que todavía hoy sigue habiendo gente que niega la grandeza de Vinícius, su talento es empequeñecido por una cuestión de relato. Quien lo controle, habrá ganado. Así, Twitter no es un espacio de debate, sino de reafirmación de tu propia identidad. Es por eso que en realidad Twitter es mucho menos de lo que imaginamos.
Nos hemos acostumbrado tanto a odiar, que ya no lo reconocemos como tal. Lo hemos revestido de muchas otras cosas que camuflan su verdadero origen, solo para que podamos seguir haciendo pasar nuestro odio por un razonamiento lógico y argumentado. Casi ningún jugador joven que emerge escapa de ello, es como un rito de iniciación que se debe pasar para ser aceptado, y a mi me apena que en vez de analizar, debatir y generar espacios públicos en los que enfrentarse, se opte por transformar al futbolista en un campo de batalla sobre el que autoreafirmarse. Vivimos en un metaverso cada vez más fragmentado, cada vez más radicalizado. El fútbol utilizado como una herramienta ilusoria que nos permite creer que somos nosotros quienes generamos y destruimos a los futbolistas; en realidad nada es cierto, solo que Twitter lo camufla. ¿Qué haremos con tanto odio?