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“Cuando estaba deprimido, sentí que ni siquiera estaba jugando y el partido me pasaba de largo. Era horrible”

Jesse Lingard, en declaraciones para beIN Sports.

“Volver a nacer” es una frase altamente iterada en el mundo del fútbol, especialmente para remitirse a aquellos protagonistas que, luego de haber deambulado por el abismo, acaban encontrando un terreno idóneo a partir del que vuelven a demostrar que son pertenecientes a una casta divergente. Existieron y existirán infinidad de casos de futbolistas que obsequiaron a los espectadores momentos de júbilo y que pronto fueron arrasados por una ráfaga demoledora capaz de atormentarlos por un buen tiempo… hasta que, por obra y gracia de sus propias condiciones futbolísticas y de un proceso mental extenuante —que a veces se pasa por alto—, terminaron despuntando y siendo acompañados por una serie de acontecimientos que les devuelven lo más complejo y relevante de la profesión: la felicidad en el campo. Uno de los casos de renacimiento más importantes de la actualidad en el fútbol del Viejo Continente lleva el nombre y el apellido de Jesse Lingard.

Es casi una certeza que, si alguien le confirmaba a Jesse Lingard que su resurgimiento futbolístico tendría lugar a los veintiocho años de edad, luego de haber pasado por un par de temporadas fatídicas en el Manchester United y, por consecuencia, sido desplazado de la selección inglesa, el actual futbolista del West Ham no habría creído una palabra… o al menos eso es lo que uno puede imaginarse al reflexionar sobre su caso. Pero lo cierto es que Jesse Lingard nunca dejó de creer.

El proceso mental que un jugador profesional asentado en la élite está obligado a sobrellevar una vez se da cuenta que está desplazado de los planes del entrenador de turno es tan poco reconocido en la tóxica esfera que rodea al deporte que muchas veces el rejunte de la prensa, las redes sociales y el pesado entorno general externo al terreno de juego acaban colaborando a hundir carreras o hasta a abatir seres humanos. Porque, al fin y al cabo, aunque sean los intérpretes que nos brindan alegrías y un sinfín de emociones, los futbolistas son —por si todavía a algunos se les olvida— personas que merecen respeto por el mero hecho de serlo. Hagan lo que hagan en el campo.

La actualidad de Jesse Lingard no podría estar concretándose si el inglés hubiese dejado de confiar en sus propias condiciones. Su explosión en el Manchester United nunca terminó de formalizarse en su totalidad, y las expectativas que generó —y que también cooperó, en ciertos aspectos, a generar— en el tan variado mundo del fútbol probablemente hayan sido demasiado elevadas para sus aptitudes reales. Habiendo sido objeto de crueles críticas y burlas en redes sociales, su figura adoptó el mote de «la eterna promesa» cuyo talento presupone años de fútbol de calidad, pero… no es capaz de estallar. Para enero de este año, su carrera ya afrontaba la desoladora mezcla entre desánimo y frustración… la peor que puede encontrarse un ser humano cualquiera sea su profesión o el rumbo que esté tomando su existencia. Pero, a Lingard, la vida le arrojó un salvavidas inflable en el medio del océano. Le envió al West Ham de David Moyes.

Es una realidad que el contexto del club está empujando impetuosamente el presente del ex Manchester United. Los Hammers son un conjunto con un estilo de juego muy reconocible, basado principalmente en el repliegue estacionando un bloque bajo y priorizando robar para despegar en contragolpe, aprovechando sus piezas en velocidad con el objetivo de destrozar, también psicológicamente, al adversario. Desde su llegada en enero, Lingard ha potenciado este estilo de juego a partir del beneficio de sus propias virtudes, consiguiendo explotarlas a niveles sobresalientes y convertirse en lo que tanto se le reclamó en Old Trafford: un líder ofensivo. El equipo, en la actualidad, está fervientemente incrustado en la lucha por los puestos europeos y, aunque al final puede acabar cayendo porque el fútbol sigue siendo un deporte incierto, es innegable que su temporada viene siendo una auténtica revelación. En el usual 4-2-3-1 de Moyes, Jesse obra detrás del número nueve, aunque goza de una libertad de acción casi absoluta en el frente de ataque cuando su equipo está en posesión. Ahora, cuando no la tiene, es de los primeros responsables de recuperarla para activarse al espacio.

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El cambio de entorno ha sido parte primordial de su evolución en la cancha. «Mi casa en Manchester es muy baja, bajas a la cocina y está oscuro, como un búnker. Cuando estás en ese entorno semana tras semana, no te enteras de nada más. Desde que me mudé a Londres estoy en un apartamento alto, hay mucha luz, puedo ver todos los edificios de Londres, te hace más alegre y fresco«, explicó el propio Jesse a beIN Sports. Y es que el estado anímico es tan fundamental (sobre todo en una profesión tan demandante desde el plano psicológico como la del futbolista) que, en un momento dado, los sucesos, las coyunturas y los escenarios que acompañan al individuo en la vida fuera del terreno de juego se interrelacionan de tal forma que acaban repercutiendo inexorablemente en el rendimiento dentro de él. Su nivel en el campo ya no solo es visible para el espectador que se sienta a ver un partido del West Ham, también concuerda con el apartado estadístico. Y es que, en el momento que se escriben estas líneas, el inglés acumula, en dieciséis partidos, un total de trece participaciones directas en goles: nueve dianas y cuatro asistencias. Promedia cuatro gambetas por partido y es el futbolista de la Premier League que más remata a portería por noventa minutos, alcanzando casi dos disparos por juego. Un impacto sensacional.

La diferencia entre un futbolista motivado y otro que no goza de dicha condición es mayúscula. Porque se puede contar con el mayor talento natural y las más extraordinarias cualidades deportivas, pero si el contexto no acompaña, entonces la carrera puede estar irremediablemente sentenciada al más despiadado de los fracasos. La pregunta es: ¿podría calcar Jesse Lingard este fenomenal nivel de juego en el Manchester United? Mi respuesta personal es que, probablemente —porque en el fútbol no hay verdades absolutas—, no. O bien, para ello, su vieja casa debería replantear su estilo radicalmente. Porque aquí está el mérito de David Moyes: ha sabido encontrarle al futbolista de veintiocho años un contexto idóneo y acogedor a partir del cual es capaz de desplegar su fútbol vertical, mostrar su valía en el último tercio e intervenir con menor asiduidad pero con mayor impacto en cada partido. Una potenciación absoluta de sus características (velocidad, potencia, regate y conducción) que le ha devuelto la felicidad en la cancha —también fuera de ella—, la sensación más pura que puede sentir un jugador de fútbol. Y esto, en mi opinión, no habría podido hallarlo en un Manchester United que, más allá de estar revitalizado con la figura de Bruno Fernandes, el liderazgo de Marcus Rashford y el esperanzador presente de Mason Greenwood, quizá es un sitio que, rigurosamente, exige otra estirpe de futbolista (mayor capacidad de asociación, participación en el juego, otro tipo de habilidad técnica y calidad individual) y en el que triunfar, por diversos factores, no representa una tarea sencilla.

“Es terrible que tu familia lo vea. Es terrible que tu familia venga a ver partidos y sepa que ‘ese no es Jesse Lingard’, Es muy triste para ellos y para mí”.

Jesse Lingard, en declaraciones para beIN Sports.

Es una certeza que en el fútbol, como en casi ningún otro deporte, la imagen y la reputación pueden alcanzar niveles superlativos un día, y al siguiente descender hacia lo más diminuto y mediocre. Esta constante alternancia repercute directamente en el desarrollo futbolístico y mental de un jugador que, si desea triunfar, deberá aprender a desplazar las opiniones generales y el venenoso ámbito de la fama a un costado, como lo ha hecho Jesse Lingard. Le ha llevado un tiempo, ha sufrido y todavía mantiene ciertos destellos de lo que fue (como sus particulares celebraciones de goles), pero al final lo ha conseguido y vuelve a mirar hacia delante. Ha regresado al combinado nacional, juega cada semana partidos completos y goza de afirmar que en la actualidad se complace de tocar un balón. De hecho, está tan concentrado en su nuevo presente que ha trasladado el compromiso a su vida cotidiana: según sus propias palabras, dispone de una pizarra en una pared de su casa en la que están expuestos sus objetivos, además del número de tiros al arco que realiza por encuentro y de jugadores que supera. ¿Su futuro? Es una incógnita, puesto que ya existen rumores que lo vinculan con diversos grandes europeos, pero Jesse no piensa en ello… y eso es, precisamente, lo que le demanda (y le demandará) el momento.

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