A principios de los años 90, la selección boliviana escribió una de las páginas más gloriosas de la historia de las eliminatorias mundialistas de la Conmebol al protagonizar una de las mayores epopeyas futbolísticas de finales del siglo XX bajo el bigote del mítico Xabier Azkargorta, director técnico vasco que llegó como un paria y se fue como un héroe.
Era 1992 y España estaba de moda. El triunfo que fueron los Juegos Olímpicos de Barcelona y los 500 años que habían pasado desde que Cristobal Colón había llegado a tierras americanas, tenía al país ibérico en boca de todo el mundo. Pero no siempre de manera positiva, como se lo dejaron bien claro a Xabier Azkargorta. El técnico de origen vasco llegaba a Bolivia a dirigir a la selección del país andino tras haber hecho grandes trabajos con equipos como el Gimnàstic, el Real Valladolid y el Tenerife. Incluso se convirtió, en la temporada 83-84, en el entrenador más joven en dirigir un equipo de Primera en España, a los 29 años de edad. Su habilidad para salvar equipos en apuros, y un carisma natural, lo habían convertido en un personaje bastante querido en la mayor parte de la península ibérica.
Pero en Bolivia, a un mar de distancia, las cosas eran bien distintas. A Azkargorta lo habían llevado a dirigir a La Verde a través de una recomendación de Mario Mercado, presidente del Bolivar, a Guido Loazya, recién ascendido a presidente de la federación. Mercado había estado en el centro de España negociando la transferencia del “El Diablo” Etcheverry al Albacete cuando escuchó el nombre del entrenador guipuzcoano. Nadie lo conocía en tierras andinas, solo se sabía que era español. En un lugar que había sufrido tanto desde la llegada de los soldados del Reino de Castilla y Aragón, esto no era una buena noticia. Su recibimiento fue duro desde el principio.
“Muchos pensaron que yo era otro español que llegaba a robar plata. Pues Mira, yo aún no la he encontrado, la plata…”, dijo el año pasado, con su característico ingenio, el ex técnico a la revista Panenka. La prensa local lo tildaba de desconocido, pero los que desconocían la trayectoria y capacidad del Bigotón eran ellos. Eran tiempos distintos, no habían los medios de comunicación de ahora (pero, como bien decía el técnico vasco, no hay que poner excusas).
Una denostada generación de oro
Para suerte del entrenador, Bolivia contaba con una generación especial. En 1986, los verdiblancos habían conquistado el Campeonato Sudamericano Sub-16 en Perú; en gran parte gracias a los chicos formados en la Academia Tahuichi de la ciudad de Santa Cruz. De aquel equipo habían salido el ya citado Etcheverry, Erwin “Platini” Sánchez, Luis Héctor Cristaldo y Juan Manuel Peña. Aquella organización, desde sus inicios en 1978, busca impulsar el futbol y sacar niños de las calles, lo que le validó ser nominada seis veces al Premio Nobel de La Paz. Lo anterior, aunado a gente de gran experiencia como Carlos Borja y Milton Melgar, que formaron parte de una generación que acarició la clasificación al Mundial de Italia 90, significaba tener una buena camada de jugadores que le dieran vida al proyecto del nuevo entrenador.
Pero, las cosas no fueron fáciles para el grupo seleccionadores y seleccionados de Bolivia porque la propia sociedad del país veía con malos ojos a los jugadores de futbol. “Si una chica volvía a casa y decía que estaba saliendo con un futbolista, los padres pedían que rompiera esa relación, pues los futbolistas eran (vistos como) unos maleantes.”, le dijo el vasco a Toni Padilla. La imagen pública de los jugadores era mala por las indisciplinas de selecciones pasadas; Además, en un país tan pobre como Bolivia, estos se alimentaban mal y recibían sueldos míseros. Si la avalancha de problemas no era suficiente, venían los de la Federación, la cual estaba tan o más empobrecida que los propios jugadores.
El campamento en Cataluña y la Copa América
Una de las cosas que más le habían atraído a Xabier Azkargorta de dirigir a Bolivia era la Copa América de Ecuador 1993. Para prepararse, el técnico vasco, usando las influencias que había conseguido en su etapa como entrenador en Cataluña, logró que las instalaciones del Centro de Alto Rendimiento de San Cugat (CAR) le fueran prestadas a la selección boliviana por un módico precio. Con solo 20 dólares de beaticos al día por futbolista, estando lo más lejos de casa de lo que jamás se habrían imaginado, los jugadores se revolvían entre la precariedad, los extenuantes entrenamientos y la añoranza por su patria y sus familias.
En Cataluña fue donde el guipuzcoano logró darle identidad a un grupo de jugadores que estaban acostumbrados a quedarse en el umbral que separa a los ganadores de los vencidos. Azkargorta creo un equipo reactivo y funcional que se paraba con un 5-3-2, que era mucho menos defensivo de lo que los números de la formación indican. Pero, en especial, el técnico priorizó el plano mental de los jugadores, tratando de que la máxima fuera abatir la mentalidad derrotista que ha acompañado a Bolivia a través de los tiempos. Frases como «Primero es el aquí y el ahora.», «Tomar la gloria con tus propias manos.», o el famoso «no excusas.», cada vez que veía a algún jugador suyo poniendo trabas a su propia crecimiento, adornaban las charlas diarias que daba el entrenador. Platicas que primero aburrían a los jugadores y que, después, pedían con ahínco. Ahora era el momento de lo importante: la cancha.
Ya en el torneo continental, a Bolivia no le tocaba un grupo nada sencillo: el México que Miguel Mejía Barón había heredado de Menotti, la Argentina de Gabriel Omar Batistuta y la Colombia de Carlos “El Pibe” Valderrama estaban a la espera de comerse al patito feo, aquel que traía la camiseta verde. Pero Bolivia, a pesar de no poder hacerse paso a la siguiente fase, perdió por un solo gol contra Argentina y empató contra Colombia y México. Todos sus rivales en Ecuador terminaron por llegar a las semifinales de aquella Copa, siendo Argentina campeona de aquella edición gracias a un doblete de Batistuta en la final contra los Aztecas, quienes tenían uno de los mejores equipos de su historia. No fue un logro lo de Bolivia, pero fue una muestra de que el equipo, a pesar de las adversidades, estaba unido y podía plantarle cara a cualquiera.
El país que perdía… empieza a ganar
El mayor capítulo de la historia del fútbol boliviano empezó frente a Venezuela, donde se establecieron un par de récords que siguen vigentes hasta nuestros días. El conjunto boliviano empezó perdiendo por 1 a 0 después de unos cuantos minutos, contra el cuadro que se suponía más débil de su grupo. El gol en contra fue visto como un ave de mal augurio para una afición cansada de caer derrotada, lo que hizo que miles de personas apagaran el televisor y se perdieran lo que estaba por venir. Bolivia dio vuelta a la situación y aplastó 7 a 1 a Venezuela, sellando la victoria a domicilio más holgada de la historia de las eliminatorias de Conmebol y, sin quererlo, inauguró otra racha: la del equipo con más partidos sin ganar como visitante en unas eliminatorias al Mundial. Al día de hoy, la cuenta va en 56 partidos, en los cuales Bolivia solo ha empatado en 7 ocasiones. Lo de Bolivia empezaba muy bien, pero el siguiente rival era el siempre sólido y temido Brasil.
El 25 de julio de 1993 Bolivia esperaba en La Paz a la selección más ganadora de la historia del fútbol. La ‘Verdeamarelha’, contaba con grandes del fútbol mundial como Bebeto, Taffarel, Jorginho o Cafú, este último uno de los mejores laterales de todos los tiempos. Los brasileños llegaban con la etiqueta de invencibles porque era acorde a la realidad: Brasil nunca había sido derrotado en las eliminatorias mundialistas. Como muchas veces pasa en la vida, los golpes más duros son los que vienen sin previo aviso.
Erwin ‘Platini’ Sánchez al minuto 75 tuvo la oportunidad de meter el gol más importante de Bolivia cuando un penalti fue otorgado a los de Azkargorta. Sin embargo, Taffarel, una máquina de atajar penales, detuvo el débil tiro de la estrella boliviana. Cuando parecía que Brasil saldría de La Paz con vida, llegaron los 10 minutos más importantes y recordados de la historia de la selección boliviana. Gracias a un disparo de Marco Antonio Etcheverry, con pifia del arquero brasileño incluía, y otro de Álvaro Peña, los verdiblancos perforaron la meta brasileña en un par de ocasiones para romper el récord de imbatibilidad de la ‘canarinha’. La nación más pobre de Sudamérica era un grito al cielo, un puño cerrado y una parte de la portada del New York Times, para quien no pasó desapercibido el júbilo del pueblo boliviano, que salió a las calles a festejar el improbable, casi imposible, triunfo frente a Brasil. Bolivia era noticia, pero no por malas razones.
Y la sorpresa seguía
El camino de los resultados sorpresivos que protagonizó La Verde no terminaría ahí. Le tocó ahora el turno a los uruguayos, con los que los verdiblancos tenían cuentas pendientes tras haber perdido el billete para el anterior Mundial. frente a los charrúas, los de Azkargorta quizás dieron su mejor partido y vencieron a La Celeste del legendario Enzo Francescoli. En La Paz era un fiesta y ahora tocaba el turno de ecuatorianos y venezolanos.
Los primeros habían empezado su ascenso futbolístico cuando, en la Copa América de apenas unos meses atrás, habían logrado alcanzar las semifinales, el único equipo que llegó a esa instancia sin enfrentar a Bolivia. Los ecuatorianos cayeron por 1-0 y, una semana después, los venezolanos volvieron a caer por una sonora goleada (7-0). En dos meses la historia del fútbol boliviano había dado un vuelco y Bolivia estaba a un punto de clasificar al Mundial por méritos propios. En sus dos participaciones previas (Uruguay 1930 y Brasil 1950) había acudido como invitado, donde no había logrado un gol y no había cosechado un solo punto.
Tan cerca, tan lejos
Después de cinco jornadas, los bolivianos contaban sus partidos por victorias y el impresionante balance de 20 goles a favor por sólo 2 en contra. Las eliminatorias de Conmebol no era un “todos contra todos” como hoy en día, sino que se dividían en dos grupos. Además, cabe recordar, que las victorias valían por 2 en vez de 3 puntos. Por ello, Bolivia tendría que saber sufrir en sus últimos tres partidos, en los que jugaría como visitante. Era solo un punto, un solo paso para EEUU 1994.
Dos derrotas, una humillante en Brasil (6-0) y otra envuelta en polémica por un penal inexistente vs Uruguay (2-1), obligaron a los bolivianos a jugarse todo ante Ecuador en Guayaquil. En los últimos minutos del primer tiempo, el jugador con la camiseta número 18, aprovecha una asistencia de ‘Platini’ Sánchez y marca el tanto de la clasificación. Era William Ramallo, quien había hecho el gol de su vida. “Ese gol ha sido para mí la cúspide de mi carrera futbolística.”, diría años más tarde. Para Bolivia había sido el gol de la cúspide de su historia.
Ecuador empataría en el segundo tiempo, pero no tenía importancia porque Uruguay perdía en el Maracaná por dos goles y tenían que ganar para aspirar a la clasificación. La gesta de Azkargorta y la generación de oro de Bolivia estaba finiquitada. El vasco había recibido una iglesia y la convirtió en una catedral. Bolivia, en la eliminatoria más difícil del mundo, cuando menos equipos tenían el derecho a llegar al Mundial, hizo el milagro. El español, quien era visto como el enemigo, terminó por dar una de las más grandes satisfacciones históricas al pueblo del país andino. El mismo Azkargorta recibió aquella experiencia con los brazos abiertos; él mismo dice, sin renegar de su identidad vasca, que es boliviano de corazón y español en papeles, incluso reside en la ciudad de Santa Cruz a sus 67 años de edad. Él y ese grupo de talentosos futbolistas hicieron tocar el cielo a todos los bolivianos, como el cóndor que ostenta en su escudo La Verde cuando sale a representar a su país.