El Renacimiento italiano, la Piazza della Signoria, el Palazzo Vecchio, la Loggia dei Lanzi, la Galleria degli Uffizi, La Primavera y La Nascita di Venere de Sandro Botticelli, la Piazza del Duomo, la Cattedrale di Santa Maria del Fiore, la cúpula de Filippo Brunelleschi, la Galleria della’Accademia, el David de Michelangelo, la Basilica di Santa Croce, el Ponte Vecchio, Leonardo Da Vinci, Donatello, Dante Alighieri, la arquitectura, las esculturas, los artistas callejeros, la gastronomía y todo lo que rodea Florencia la convierten en la ciudad del arte, un museo al aire libre, como dicen los millones de turistas que la visitan cada año. En fútbol, la ciudad tiene uno de los equipos con más tradición de la liga italiana, con títulos nacionales e internacionales en sus vitrinas, y que ha visto desfilar a otros grandes artistas, como Kurt Hamrin, Gabriel Batistuta, Roberto Baggio, Rui Costa, Adrian Mutu, Luca Toni, Alberto Gilardino y Riccardo Montolivo. Y, por supuesto, a Giancarlo Antognoni, el mejor de todos.
Nació en Perugia para triunfar en la Toscana, como Pinturicchio lo hiciera unos siglos atrás, y creció dentro de un entorno rossonero. Su padre, gran aficionado al Milan, tenía en Perugia un bar temático del club, que a la vez era un centro de reunión para los aficionados. Giancarlo soñaba con algún día jugar en el equipo, usando el número diez de su ídolo, Gianni Rivera, pero el destino lo llevó a las inferiores del Torino, después al Asti de la Serie D y, con 18 años, a la Fiorentina, por 400 millones de liras, de la mano de Nils Liedholm, uno de los ídolos de su padre.
Como trequartista, no tardó en convertirse en uno de los favoritos del Stadio Artemio Franchi. En 1975, con 21 años, ya lideraba al equipo y lo llevó a ganar la Coppa Italia, venciendo a su equipo de la infancia, el Milan, en la final. Ese título los llevó a disputar la Copa italo-inglesa de ese año, en la que se enfrentaron los campeones coperos de ambos países, donde vencieron a doble partido al West Ham.
Para la siguiente temporada, heredó la cinta de capitán de Claudio Merlo con apenas 22 años y su sueño cambió. Ya no era el de jugar algún día en el Milan, sino convertirse en una leyenda de la Fiorentina, prometiendo no jugar en ningún otro equipo italiano en el resto de su carrera. Esto lo elevó a otro nivel con los tifosi viole, pues ya no sólo se trataba de su figura, sino de su bandera.
En la temporada 1981-82, estuvieron cerca de regalarle a la gente el tercer Scudetto en la historia del club. Sin embargo, el equipo tuvo que jugar prácticamente la mitad del campeonato sin su capitán, ya que el 22 de noviembre, en Florencia contra el Genoa, al minuto 55, tres minutos después de marcar de penal del 2-1, fue a disputar un balón contra el portero Silvano Martina, quien le dio un rodillazo en la cabeza. Antognoni cayó fulminado, compañeros y rivales lloraban, el estadio se mantenía completamente en silencio y los médicos corrían.
Claudio Onofri, capitán del Genoa, corrió a la banca con las manos en la cabeza repitiendo “está muerto”. Giancarlo no respiraba, no tenía pulso y su corazón no latía. Había fallecido el capitán en Florencia, como en su día Nicolás Maquiavelo o Galileo Galilei, ambos sepultados en la Basilica di Santa Croce junto a Dante Alighieri, Michelangelo y Gioacchino Rossini, entre otros. Por suerte, Antognoni solamente duró un minuto en la lista de los italianos ilustres fallecidos en la capital de la Toscana. El masajista del equipo, Ennio Raveggi, junto al médico del Genoa, Luigi Gatto, lograron salvarlo gracias a un masaje cardiaco. Giancarlo salió del campo en camilla, en medio de aplausos de cada uno de los presentes, quienes festejaban que estuviera vivo como si de un título se tratara.
La temporada finalizó con la Juventus en la cima por un punto, festejando un nuevo título. Si le preguntas a un aficionado viola, dirá que de manera polémica, aumentando el odio deportivo hacia la Vecchia Signora por un gol anulado a Francesco Graziani en el empate sin goles contra el Cagliari en la última jornada. Lo cierto es que la Fiorentina resintió la ausencia de su mejor jugador por cuatro meses por una fractura de cráneo.
Los tiempos de recuperación le permitieron estar en verano con la selección italiana disputando la Copa del Mundo en España, siendo titular y como una de las figuras. El equipo llegó de manera invicta a la final, pero recibió una dura falta en la semifinal contra Polonia que no le permitió estar en el campo en la victoria de la azzurra contra Alemania, partido en el cual Italia se coronó por tercera vez como campeona mundial. Perderse la final fue la segunda gran decepción de su carrera después del empate ante el Cagliari donde perdieron la Serie A, ambas en un lapso de dos meses.
Dos años más tarde, otra lesión apareció en su carrera: una fractura de tibia y peroné que lo alejó de las canchas por más de un año, y mermó su rendimiento el resto de su carrera. En su último año, disputó poco más de la mitad de los partidos junto a jugadores como Claudio Gentile, Roberto Baggio y Ramón Díaz, despidiéndose así de la Fiorentina después de 15 temporadas. Esos años le bastaron para convertirse en el jugador con más partidos disputados con la camiseta viola.
Cumpliendo su promesa de no jugar en otro equipo italiano, salió a Suiza para jugar con el Lausana un par de temporadas y poner así fin a su brillante carrera. Después regresó a la Fiorentina, primero como observador y posteriormente como dirigente. Más allá del fichaje de Rui Costa, no tuvo muchos momentos felices. En los últimos años, se le ha visto trabajando con jóvenes y en torneos de golf, pero alejado de los reflectores. Este fin de semana, la Fiorentina de Vincenzo Italiano recibirá al Milan de Stefano Pioli en el Stadio Artemio Franchi, al que hizo soñar en grande contra el equipo en el que siempre soñó jugar. Los clubes se enfrentarán en el estadio donde, por un minuto, perdió la vida Giancarlo Antognoni.
Texto escrito por @Gutila5ta.