Dentro de las fronteras de CONMEBOL, a diferencia de Concacaf o UEFA, las eliminatorias clasificatorias rumbo al Mundial de Qatar prometen máxima igualdad. En cada edición, Sudamérica se caracteriza por mostrar una mayor lucha sobre el césped respecto al resto de confederaciones, con una gran amalgama de equipos de un nivel muy parejo y tan solo cuatro billetes que dan acceso directo a la Copa del Mundo, además de una plaza extra para el 5º clasificado que le conduce a una segunda oportunidad en la repesca.
Otra de las particularidades es que en CONMEBOL no existen diferentes grupos donde los equipos se miden entre sí en busca de la clasificación, sino que, en este caso, todos se enfrentan contra todos en un grupo único que engloba a diez países. Por ello es habitual ver partidos con una tensión o un cartel dignos de unas rondas del KO en la Copa América, así como a selecciones hegemónicas pasar verdaderos apuros para alcanzar la clasificación al Mundial, como fue el caso de Argentina hace cuatro años.
La Albiceleste llegó siendo la vigente subcampeona del mundo a la última edición (2018) y, sin embargo, tuvo que pelear por su billete hasta el final. Ver a Chile quedarse fuera, a cuatro selecciones (Argentina, Colombia, Perú y Chile) distanciadas en un margen de tres puntos, o al mismo Leo Messi remontar (1-3) con un hat-trick el partido decisivo ante Ecuador cuando Argentina estaba virtualmente eliminada, prueban la igualdad mencionada de este clasificatorio.
Sin ir más lejos, en este último parón ha sido Brasil la que ha tenido que bajar al barro para sacar los tres puntos en Perú (2-4), en un duelo que muchos recuerdan por ser la mismísima final de la Copa América 2019. Los pupilos de Ricardo Gareca, competitivos y aguerridos como de costumbre, le plantearon un enfrentamiento a cara de perro a la Canarinha.
A través de una presión activa en bloque medio, sin morder muy arriba, pero con la línea defensiva adelantada para mantener unido el bloque en pocos metros, y muy juntos por dentro para facilitar las coberturas en el carril central, Perú supo ahogar verdaderamente a Brasil. Los de Tite tuvieron que recurrir a las individualidades de Neymar en conducción o a los desplazamientos en largo de Rodrigo Caio y Douglas Luiz, dos de las caras nuevas de la campeona continental, para girar la defensa peruana con envíos diagonales buscando el 1v1 o los desmarques al espacio de Richarlison, Lodi o el propio Neymar desde los costados.
A pesar de la escasa efectividad, en fase de ataque posicional la pizarra brasileña sí dejó una particularidad coherente a los perfiles de los que dispone el técnico en su XI. Partiendo de un teórico 4-3-3, en salida de balón el planteamiento brindó más importancia a los roles que a las demarcaciones, transformándolo en una especie de 3-2-5 a la hora de atacar. Douglas Luiz lateralizó constantemente su posición por izquierda hasta ocupar, con balón, zonas propias de un central exterior izquierdo a la altura de Rodrigo Caio –que ingresó en el 12´ sustituyendo al lesionado Marquinhos– en el flanco diestro.
El objetivo era estirar al mediocampo rival para que Neymar (teórico extremo izquierdo) y Philippe Coutinho (teórico interior derecho) apareciesen en una doble mediapunta, entre líneas, a la espalda de los interiores peruanos y hacer que Renato Tapia sufriera para defender sus dos costados. Pero en la sala de máquinas, con Douglas Luiz abajo y Coutinho en la tercera altura del mediocampo, tan solo quedaba un Casemiro aislado al que Danilo trataba de apoyar por momentos a su derecha, mientras que Richarlison y Renan Lodi aportaban la amplitud, abiertos a pie natural.
De esta forma, Perú impidió las posesiones fluidas de su oponente y empequeñeció a una Brasil que dejó buenas intenciones, pero malas sensaciones. Y, además, en fase ofensiva exhibió a un André Carrillo algo individualista, pero tremendamente persistente; y a un Farfán (35) sorprendentemente batallador para encontrarse sin equipo actualmente y al que se vio fuera de forma física en el partido anterior frente a Paraguay.
El balón parado y más concretamente dos penaltis transformados por Neymar, que han dado mucho que hablar y que hicieron que Julio Bascuñán tuviese que abandonar el Estadio Nacional escoltado, acabaron salvando a una Brasil que llegó a verse 1-0 por debajo en el marcador desde el 6´ y 2-1 a menos de media hora para la conclusión.