«Yo he visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia.» Blade Runner
Todo sucedió muy rápido, dirá en su defensa. Intentó reaccionar, de hecho no fue una reacción al uso, sino un movimiento coherente con algo que sabía que sucedería. Podríamos decir que se adelantó a lo que acontecería. Pero no sirvió. La brutal figura agachó la cabeza, pero este gesto no insinuaba un fugaz segundo de tregua, sino que antecedía a la embestida, como si se tratara de un animal de carga. Con la cabeza gacha, el corpachón de casi dos metros de estatura empezaba a correr. La imagen es realmente aterradora, crepuscular. Parece de otro tiempo. Esa enorme figura mueve sus piernas con ferocidad, alargándolas infinitamente, ganando metros como si estuviera programado para ello. Da igual el defensor, la distancia que les separe o el campo que tenga para correr. Gana siempre. Su rostro esconde un extraño secreto que sus arrancadas traducen visualmente. Es alguien venido de otro tiempo. Todo sucedió muy rápido, pero sucedió.
Erling Braut Haaland es, con total seguridad, el futbolista más aterrador que tenemos entre nosotros. Es un adjetivo duro, pero aquí su connotación no es negativa per se, sino que nos traslada al futuro, a lo desconocido. Un mensajero que nos dice sin hablar cómo serán los futbolistas dentro de cien años. Jugadores físicamente imposibles que reprimen al rival con violencia, futbolistas poderosísimos con habilidad para dominar cuerpos desmesuradamente grandes para intimidar al rival. Haaland es como un avance, un tráiler de lo que veremos en unos años. Su fútbol contiene un spolier y es algo que ya sabíamos aunque a veces lo negamos: el fútbol siempre nos sorprenderá porque está ligado a cualquier tipo de evolución y transformación. Todo influye. Haaland es solo un ejemplo quizás demasiado evidente de esto.
Hay un texto maravilloso de Alejandro Arroyo sobre Werner que se titula «Antología de un desmarque» y que me servía como preámbulo para poner sobre el papel algo que en Haaland coge otra dimensión. Siendo Werner un futbolista hiper agresivo al espacio, uno que domina los tres carriles, creo que está uno o dos peldaños por debajo de Erling Braut a la hora de ejecutar una de las artes más olvidadas a la par que bonitas en el fútbol: el desmarque. Lo cierto es que es difícil pensar en otro futbolista que base su juego, y sus cifras absurdamente altas, en esta acción que, a priori, parece tan sencilla. Pero Haaland lo que ha logrado, a la absurda edad de 20 años, es llevar ese desmarque a la siguiente esfera, allí donde aún nadie había llegado. Este texto, más que un análisis detallado de todo su juego, será un intento de aproximación al punto álgido y central del juego del noruego; su desmarque.
Para desmarcarse hay una premisa que, normalmente y en la mayoría de casos, se debe cumplir: cuantos más metros descubra a la espalda del defensor, cuando más terreno libre tenga, mejor. No solo por aumentar las probabilidades de llegar a un teórico pase, sino porque la cantidad de espacio liberado permite al atacante jugar con el defensor; hay más margen para el error. Pero el noruego es tal bestia que ha invertido esta máxima o por lo menos la ha pervertido a su favor hasta cotas irreales, convirtiendo al defensor en un mero espectador y reduciendo, hasta su supresión, el terreno fértil sobre el que atacar. No importan las distancias porque Haaland es capaz de destrozarte en cinco, diez o sesenta metros.
Su jugada es tan sencilla como efectiva. Flotando por todo el frente de ataque es capaz de sujetar a los centrales solo con su presencia intimidadora, como si se tratara de un depredador al que vale más echarle el ojo. Los defensores están en constante inferioridad precisamente por un movimiento que el noruego domina y que le distingue de los otros atacantes, abriendo una brecha considerable. Se aleja, generando un espacio a su espalda, para recibir. Usando su enorme cuerpo, que es un bloque de cemento armado, es capaz de dar continuidad a la jugada bien sea de primeras, activando a los que vienen de cara, una segunda línea que en el Dortmund es realmente creativa, o con una breve conducción para enfatizar la distancia que se genera a la espalda de quien lo sigue. El defensor acude a la recepciones del noruego con una misión a vida o muerte: evitar que conecte con sus compañeros. Si lo hace, está virtualmente muerto. Una vez ha logrado dejar a su compañero de cara, no es un compañero quien aprovecha el espacio generado, sino que es él mismo quien lo activa, como si en realidad fuera dos tipos a la misma vez: Erling y Braut. Es un ejercicio de explosividad y lectura realmente emocionante en el que, una vez agacha la cabeza, no solo corre, sino que lo hace con sentido, habilitando líneas de pase suculentas con cada zancada.
Esta jugada no tiene solución táctica posible, a no ser que el rival decida no seguirlo y hundirse en su área. Haaland, en la era de las presiones, es un virus que amenaza con destruir el sistema y obliga a técnicos y jugadores rivales a un ejercicio mental y físico sin parangón. Nadie es capaz de estirar tanto el chicle sin romperlo como el noruego. Además, este movimiento no necesita de espacio como en las imágenes anteriores, sino que es capaz de activarlo en ataques posicionales donde, aparentemente, «ese espacio no existe». Haaland se lo inventa, y en base a una arrancada demoníaca es capaz no solo de dejar atrás al defensor, sino a la vez de abrir una línea de pase diáfana y concisa sobre la que el poseedor se puede apoyar. Domina todo tipo de desmarques y crece en sus apoyos de forma vertiginosa. Amenaza con ser un Lukaku llevado a un nivel muy superior, un jugador que creíamos imposible. El futuro no existe, sino que se nos reproduce ahora, siempre en este mismo instante, en un bucle terrible.
Al final, Haaland es uno de los mejores definidores que hay en el planeta. Su canibalismo no tiene límites, y amenaza con romper y reventar muchos de los registros que creíamos imposibles. Capaz de alejarse, de construir una membrana que separe el «Haaland que viene de correr 60 metros a toda pastilla» con el «que se queda ante el portero», como si su mente renunciara al cansancio como prueba de su existencia y se empeñara constantemente en demostrar que él, Erling Braut Haaland, viene de un sitio del que todavía solo intuimos sus contornos. El futuro tiene su rostro.