Historia del fútbol en los JJOO III: un paso firme

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Después de los dos torneos de exhibición que no le hacían honor al fútbol de élite de la época, el balompié en los Juegos Olímpicos fungió como un tipo de Eurocopa en Londres 1908. Por primera vez, sí jugarían verdaderas selecciones de fútbol, y lo harían bajo el auspicio de la FA y la muy joven FIFA. Francia, Holanda, Dinamarca, Suecia y la extraña participación de dos selecciones francesas fueron las que le dieron vida al primer torneo internacional. El escenario era inmejorable: era en la ciudad capital de el Imperio más importante de la época, que había creado el deporte y lo había llevado a todo el orbe. 

Por las estrictas reglas del amateurismo de la época, los jugadores profesionales estuvieron apartados del torneo. El principal afectado, naturalmente, sería el Reino Unido. La Football League, predecesora de la Premier League, ya tenía 20 años de historia y un camino recorrido da la mano del profesionalismo, lo que privó a los locales de sus mejores jugadores. No afectaría tanto a los creadores, las naciones alumnas todavía eran muy pequeñas para superar al maestro.

Una sede improvisada

El Barón de Coubertin y el COI dieron su venia para que los Juegos Olímpicos de 1908 se llevaran a cabo en Italia. Roma, la mítica ciudad eterna, debía ser la sede del evento. Pero un evento desafortunado, aunado a la negativa del primer ministro italiano, mataron el proyecto. El Monte Vesubio, el que enterró a Pompeya en la erupción del año 79 D.C., volvió a despertar el 7 de abril de 1906. 

18 días de actividad volcánica dejaron más de 35 mil refugiados, 300 muertos y 112 heridos. Giovanni Giolitti, quien tenía una agenda de grandes obras públicas en puerta, decidió que la tragedia provocada por el volcán más famosos de Italia era la excusa perfecta para negarse a que Roma fuese la sede de los Juegos. Eran otros tiempos; hoy en día, las ciudades se pelean por tener el foco mediático de hospedar un evento deportivo de esa envergadura. 

Vista de la erupción del Vesubio desde el mar

Como era de esperarse, el COI y el Barón entraron en crisis: ¡faltaban solo dos años! Pero, gracias a William Henry Grenfell, mejor conocido como Lord Desborough, la Corona inglesa apoyaría la idea de que el Reino Unido entrara al rescate del desamparado movimiento olímpico. El momento de crisis acabó siendo productivo para los dirigentes. No había gobierno mejor equipado para hacer un evento que el de la Gran Bretaña. Sobra decir que no había mejor ciudad que Londres. 

Los británicos estaban en su punto más alto como potencia deportiva: el mundo practicaba los deportes que ellos habían codificado en el siglo XIX, tenían las mejores instalaciones para éstos y todavía dominaban a placer en los mismos. A excepción del atletismo, controlado por los estadounidenses, los primeros todavía traducían su poder político a lo deportivo. El Reino Unido terminaría por llevarse 146 medallas de 323 en disputa y se convertiría en el claro ganador de aquellos Juegos. Le hegemonía de EEUU empezaría a hacerse patente hasta Estocolmo 1912.

La primera figura internacional

Dorando Pietri en el final de la carrera que lo convertiría en leyenda.

Los de Londres 1908, a pesar de los múltiples obstáculos que tuvieron en el camino, fueron los primeros Juegos Olímpicos verdaderamente exitosos. A pesar de estar sujetos a otra feria, la exposición franco-británica, los JJOO brillaron por sí mismos sin la necesidad de sujetarse promocionalmente a ningún otro evento, o hacer zoológicos humanos como St. Louis 1904. La rivalidad entre estadounidenses y británicos, el apadrinamiento de la familia real y la aparición de la primera figura internacional deportiva facilitaron el éxito de estos Juegos.

Dorando Pietri, un pequeño panadero de Carpi, al norte de Italia, se convirtió en una leyenda mundial y se ganó el corazón de los londinenses, incluso de la propia Reina Alexandra. El fondista compitió en la prueba más mediática de a época: el maratón. Tras dominar la carrera a placer, entró en el estadio de White City y, para sorpresa de las 60 mil almas que abarrotaban el recinto, el corredor entró con la mirada desorbitada y se equivocó de sentido. Estaba terriblemente agotado. 

Le quedaban solo 300 metros para la gloria. El italiano de tan solo 1.64 metros de altura, con las piernas flaqueándole y a punto del desmayo, logró levantarse cinco veces del suelo de la pista del estadio y llegar a la meta. El público londinense cayó a los pies de Dorando Pietri por su entrega. Sin embargo, la ayuda externa que recibió el fondista de Carpi cuando luchaba por vencer la carrera, lo condenó frente a los ojos de los jueces.

Descalificado, Pietri se quedó sin la medalla de oro del maratón. Pero la escena que protagonizó frente a los ojos de la Reina, y los miles de británicos que estaban en el estadio, y que recordaban a Filípides, el legendario mensajero de la Grecia Antigua, le garantizó un lugar en el Olimpo de la historia del evento deportivo más importante. Una crónica sobre ese evento, escrita por Sir Arthur Conan Doyle, el inmenso escritor que dio vida a Sherlock Holmes, es una joya que sobrevive hasta nuestros días

El fútbol (amateur) en la nación que lo creó 


Lejos de los futbolistas de clases bajas que ahora dominaban el balompié en Inglaterra, o de los miles que comenzaban a enamorarse de la pelota del fútbol asociación en gran parte de Europa y el Río de Plata, fue una cuestión de élites cosmopolitas. Tan solo participaron cinco naciones que conformaron seis equipos (Francia con un equipo A y B), lo que significó un paso firme en comparación con los torneos de exhibición de Paris 1900 y de St. Louis 1904. 

Foto de la selección danesa que participó en los Juegos Olímpicos de 1908. Cortesía: L’Equipe.

La primera ronda fue un asunto fácil de resolver para daneses e ingleses. Los locales apabullaron a los suecos, pues los mandaron a casa con un aplastante 12-1; los escandinavos no cantaron mal las rancheras y le propinaron un contundente 9-0 al seleccionado B de los franceses. Para los daneses, marcó en un par de ocasiones un tal Harald Bohr, quien ahora es considerado uno de los grandes matemáticos de principios del siglo XX y que tiene hasta un teorema a su nombre, el de Bohr-Mollerup. Para más caché, su hermano Niels Bohr fue un Premio Nobel de Física dotado para la mecánica cuántica y para el estudio del átomo, ideando un modelo del mismo que lleva su nombre. 

Ya en semifinales, los daneses volvieron a derrotar a los galos, ahora con su equipo A. La Francia principal se había clasificado a esta instancia gracias a que Bohemia (hoy parte de República Checa) no pudo hacer el viaje a Londres por haber perdido su afiliación a la FIFA. Las luchas intestinas entre los miembros de la nueva organización internacional del fútbol hicieron que un estado que conglomerara a varias grupos étnicos sólo pudiera ser representado por una selección nacional (Bohemia era parte del Imperio austrohúngaro), una regla que no era cumplida del todo y que mostraba la desorganización que aquejaba a la joven Asociación. 

Foto de un ataque danés frente al equipo A de Francia. Cortesía: L’Equipe.

Según el reporte oficial de aquellos Juegos, la aplastante victoria danesa por ¡17-1! se debió a que a los franceses tenían a sus tres mediocampistas (en una formación de 2-3-5) lesionados. Sin una línea media que pudiese defender y no generó prácticamente nada de peligro, apenas pudieron generar el gol de la honra por medio de un error del portero y los defensas escandinavos. 26 goles en dos partidos, un récord inverosímil e inalcanzable para nuestros tiempos, fueron más que suficientes para colocarlos en la final del certamen.

Los franceses todavía podían contender por la medalla de bronce, pero sus fatídicas derrotas los llevaron a desistir. Según John Cameron, escocés que escribió en el mismo año de los Olímpicos el popular manual Association Football and How to Play It , los galos fumaban tabaco a todas horas, incluso antes de iniciar los partidos y hasta en los intervalos. “El resultado [de los partidos] solo ha servido para demostrar que no es muy probable que nuestros amigos franceses logren hacer mucho en nuestro juego invernal”. Casi 113 años después, las dos estrellas bordadas en la camiseta del Équipe de France dicen los contrario.

En la otra semifinal, los ingleses debían enfrentar a los holandeses, quienes se habían clasificado a esta instancia gracias a que Hungría había tenido que negarse a asistir a Londres por la llamada Crisis bosnia. En ella, el Imperio austrohúngaro terminó por anexar a Bosnia Herzegovina a su territorio. Aquel conflicto, que era una afrenta directa de los austriacos a los serbios, terminaría sentando las bases para la Primera Guerra Mundial.

Al igual que los daneses, Holanda tenía un miembro que terminaría por ser un destacado miembro de la comunidad científica. Louis Otten, cuya historia es desmenuzada por Sebastián Alarcón en un artículo de finales de enero, fue un personaje vital para paliar el potencial pandémico y mortal de la peste bubónica, un verdadero científico de élite que también tuvo una buena carrera futbolística. Actuando como defensa, no pudo hacer mucho para detener los ataques del Reino Unido, quien terminó por imponerse por un claro 4-0, un marcador modesto si lo comparamos con las humillantes derrotas de los combinados franceses.

Louis Otten vestido como futbolista

“Los visitantes crearon una buena impresión. Siendo robustos y rápidos, veloces con el balón, y bastante inteligentes con el balón. Su última línea era muy buena, los defensas eran fríos e ingeniosos. Era evidente que los atacantes estaban bien entrenados en el pase, pero su terquedad a seguir un plan fue llevada al exceso. Con un poco más de confianza en sus propios poderes, y con un mejor juicio en sus tiros, [los holandeses] se hubieran acercado mucho a la victoria.”, señala el reporte oficial de los Juegos. 

Los últimos cuatro: entre anglosajones y anglófilos 

El Reino Unido, que en realidad era Inglaterra disfrazada de una selección de toda la Gran Bretaña, esperaba a Dinamarca en el gran final. Por la medalla de bronce, contendrían holandeses y suecos. Después de la humillación que sufrieron ambas selecciones francesas, los galos cedieron su lugar a los escandinavos, quienes no dudaron en tomar la estafeta con el afán de no irse con las manos vacías. En realidad, estos dos encuentros mostraban, aunque fuera solo a nivel amateur, el estado de la temprana expansión del fútbol por el continente europeo. 

Holanda, Suecia y Dinamarca no solo eran países cercanos a Inglaterra, también compartían características comunes con los ingleses que los llevaron a abrazar al fútbol. El historiador David Goldblatt cita tres: urbanización, clases medias y altas adineradas con más tiempo de ocio de lo normal y, a diferencia de casi todo el resto del mundo, unas clases trabajadoras letradas. A esto podemos agregar dos factores más: los cuatro países eran, y de cierta forma siguen siendo, monarquías parlamentarias. A todos los unía, aunque en distintas versiones, un profundo protestantismo.

Foto área del estado White City


A Holanda, como a muchos otros países donde posteriormente se impondría el fútbol, llegó primero el cricket. Ahora, el segundo deporte más popular del mundo (gracias a la inmensa afición que tiene en el muy poblado suroeste asiático), el cricket era exclusivo de las clases altas inglesas, las cuales pasaron su afición a sus similares en los Países Bajos. El problema era que la Holanda de finales del siglo XIX comenzaba un proceso de democratización gracias al movimiento obrero holandés, que permitió a las clases menesterosas neerlandesas entrar de lleno en la vida sociopolítica de su país. La exclusividad de una disciplina cuya dirigencia no quería a miembros de clases medias o bajas condenaría al mismo al ostracismo. 

A partir de 1870, los jóvenes de las élites holandesas que se habían educado en Inglaterra empezaron a fundar clubes polideportivos donde no tardaron en sobresalir el rugby y el futbol. El balompié terminó por brillar gracias a las luchas intestinas del rugby inglés, que terminaría dividiéndose en dos federaciones. Por su parte, la Football Association (FA), una vez superada las disputas internas sobre el profesionalismo, pudo dedicarse a avalar el crecimiento exponencial del futbol por el mundo; Holanda, naturalmente, fue de las beneficiarias. 

El cuadro holandés formado en una foto previo a un juego de Inglaterra

Sin embargo, las guerras de los bóeres, un conflicto en Sudáfrica entre colonos de origen neerlandés y la Gran Bretaña, distanciaron a holandeses e ingleses en el plano político; esto explica por qué Holanda, de la mano de Carl Hirschman, tuviera un papel tan activo en la formación de la FIFA en 1904. Para los ojos de los británicos, la FIFA era una afrenta a su poder sobre el juego, pero también veían con buenos ojos que el deporte que ellos habían inventado se diseminara por el mundo.

El torneo de Londres 1908, por ejemplo, aunque fue el primer certamen olímpico reconocido por la organización internacional fundada en París, fue un asunto organizado por completo por la FA. Su clara distinción entre amateurs y profesionales hizo que la competición fuera reservada casi por completo a las clases altas de los cinco países que terminaron por darse cita en la capital del Imperio británico. Era un torneo entre ingleses y su inmediata zona de influencia. 

A pesar del distanciamiento político entre Holanda y el Reino Unido, las clases altas holandesas seguían siendo anglófilas; o, como señala David Goldblatt, eran “anglomaníacas”. En el caso de los suecos y los daneses, las cosas no eran muy distintas que en el caso anterior. En Suecia, el fútbol entró de manera más calmada por el llamado método Ling, una forma de gimnasia “a la sueca” creada por Pehr Henrik Ling a principios del siglo XIX que facilitaba el hacer ejercicio en un clima tan extremo como el del país escandinavo. Pero las emociones que generaba el juego poco a poco hicieron a un lado al Ling. 

Fotografía del duelo por la medalla de bronce entre Suecia y Holanda. Foto: Maty Verkamaan.

Gotemburgo, el puerto por el que Suecia mantenía una pujante relación comercial con el Reino Unido, fue la primera ciudad en abrazar el fútbol en Suecia. Sin embargo, Estocolmo fue la que acabaría por tomar adueñarse de la tradición en el país. El AIK de los burgueses (club de moda por las playeras icónicas que la he diseñado Nike en estos últimos años), el Djurgarden de los aristócratas y el Hammarby de las clases bajas (club del que hoy es copropietario Zlatan Ibrahimovic), son algunas de las instituciones que nacieron entre finales del siglo XIX y principios del XX. El deporte haría patentes las diferencias sociopolíticas que dividían a la sociedad sueca en aquellos años y, por ende, lo propulsarían a ser el favorito del país nórdico. 

En un apretado partido donde Suecia estuvo cerca de empatar por medio de un penal que uno de sus delanteros mandó a las manos del portero Beeuwkes, los neerlandeses acabarían entrando en el podio. El 2-0 final quizás habría sido más holgado si los últimos no hubiesen tenido que jugar un día después de haber perdido la semifinal contra el Reino Unido. Pero el verdadero show vendría al día siguiente, el 24 de octubre, día del encuentro entre daneses e ingleses. 

Los últimos cuatro: entre anglosajones y anglófilos

Los alumnos más adelantados de los ingleses eran los daneses. En 1876, en Copenhague, se fundó el primer club exclusivamente dedicado a la practica del futbol dentro del continente europeo, el Kobenhavn Boldklub. Ya en 1886 se funda el primer club de la clase obrera, el BK Frem, también impulsado por la socialdemocracia danesa y los sindicatos progresistas de la época. Incluso, el Idraetspark, inaugurado en 1911, fue el primer estadio hecho para el futbol fuera de las islas británicas. Pareciera que el avance del balompié fue todo miel sobre hojuelas en la península de Dinamarca, pero la inclusión de las clases bajas sólo se daba cuando las clases altas lo decidían. El precio fue muy alto: Dinamarca permanecería en las sombras, hasta principios de los años 80 del siglo pasado.

Charlie Williams, un antiguo portero del Manchester City, fue el entrenador inglés que dirigió a la selección danesa en su aventura en Londres. La anglofilia de sus jugadores, aunada a las enseñanzas de Williams, llevaron a Dinamarca a practicar un modo de juego que prácticamente era una calca del inglés: un clásico 2-3-5 que combinaba el uso de la fuerza física con un juego que hoy llamamos directo y que, popularmente, se le conoce como “de pelotazo”. No era una selección que se había inventado algo nuevo, como los uruguayos en la década de los 20, sino un grupo de 11 jugadores hechos en un molde a la inglesa. Eso no significaba que fueran un flan para los “maestros”; la medalla de oro se quedaría en Londres pero no sin que los locales se llevaran un buen susto. 

Frederick Chapman marca el primer tanto de los ingleses en la final del torneo olímpico de 1908.

“Los daneses desplegaron mayor vigor y determinación, con mucho más ritmo y brío que el que mostraron contra Francia, y jugaron mucho mejor en conjunto que nuestros jugadores.”, hacían autocrítica los ingleses en el reporte oficial de los Juegos. Al minuto 10, Frederick Chapman adelantó a los locales. Lo que siguió fue una hora de idas y vueltas donde Dinamarca se vio impedida de anotar por el muro que fue Horace Bailey, el portero local, y que culminó con el gol de Vivian Woodward. Ese tanto acabó sentenciando al valiente equipo danés. La Inglaterra amateur se colgaba la medalla de oro, el premio al ganador del primer torneo olímpico que involucraba selecciones de verdad. 

Pese a que hoy en día muchos historiadores británicos buscan equiparar el torneo olímpico de 1908 con, incluso, mundiales, la realidad es que esta competición está lejos de los grandes torneos futbolísticos de corte internacional que más peso tienen en la historia. Aunque significó un avance brutal en comparación con los torneos de 1900 y 1904, Londres 1908 ni siquiera llamó la atención del publico local.

El clima lluvioso que castigó a Londres durante las celebración del torneo olímpico de fútbol, que se dio entre el 19 y el 24 de octubre, no ayudó a que grandes cantidades de gente se aglomeraran en el estadio White City. El partido más concurrido, que naturalmente fue la final, tan solo alcanzó los ocho mil espectadores, número muy lejano a los partidos entre profesionales ingleses: la final de la FA Cup de 1908, que enfrentó al Wolverhampton y al Newcastle (3-1 para los Wolves), reunió 75 mil fanáticos en los asientos del estadio Crystal Palace Park. Sin embargo, el fútbol olímpico de 1908, con todo y sus fallas, comenzó a trazar la ruta en el plano internacional que convirtió al balompié en la máxima pasión deportiva de las masas de todo el mundo.

La Challenge Cup, trofeo que fue otorgado a los campeones del torneo olímpico de 1908.

Para profundizar:

  • Chris Freddi, The Complete Book of the World Cup. Londres, 2014.
  • David Goldblatt, The Games, A Global History of the Olympics. MacMillan, Londres, 2016.
  • Pierre Arrighi, Treinta y seis mentiras de Jules Rimet. BoD, París, 2020.
  • Paul Dietschy, Storia del Calcio. Paginauno, Milán, 2016.
  • George M. Contable, The IV Olympiad (Volume 5 of The Olympic Century, The Complete History of the Modern Olympic Games): London 1908 – The International YMCA. Warwick Press, Toronto, 1996.

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Ricardo Mercado
Historiador y periodista deportivo. La memoria nos construye. También al futbol.

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