“Mi opinión es que [Jack Grealish] ha jugado mucho mejor de lo que quizás él cree o la gente cree. Quizás en el Villa todo empezaba con él. Aquí juega en una posición nueva y quizás no fue tan clínico en el último tercio. Un nuevo ambiente, eso es normal, un proceso.”
Confesó Pep Guardiola el 30 de noviembre de 2021.
De la anhelada utopía a algo que se asemeja más a una distopía. O quizás esto es lo que se ha hecho creer tras recordar en múltiples ocasiones el precio que el Manchester City desembolsó por Jack Grealish, y su longevo periodo de adaptación a su nuevo equipo. No deja de ser curiosa esa exigencia inmediata que posee el aficionado medio, obviando cualquier margen temporal que el futbolista requiera para adecuarse a un nuevo ecosistema. La adaptabilidad de una pieza acostumbrada a una interminable libertad ha pasado a formar parte de un esquema colectivo en el que cada jugador conforma, con la justa y necesaria participación, un engranaje común. Este era y es motivo suficiente para entender, o si más no preguntarse, qué ocurre y porqué. Sobre todo lo segundo.
Jack, como es sabido, llegó procedente del Aston Villa, y aunque el salto cualitativo de un club al otro es notorio, el salto ideológico lo es aún más. No hablamos solo de que fuera el capitán, líder o buque insignia de los “villanos”, sino que el inglés representaba una figura única y especial; la de un joven chaval que, tras mucho esfuerzo y crecimiento, había logrado llegar al primer equipo. El mérito del histórico ascenso a la Premier League en 2019, en gran medida, llevaba su nombre. Lideró al conjunto inglés hacia la mejor de sus hazañas y, todo eso, con un peso en cada acción o paso que solo aquellos que permanecían desde un principio eran verdaderamente conscientes.
A día de hoy, Grealish, al lado de sus compañeros, parece tener menos talento. Pero no es así, aunque eso explica a la perfección lo que es y representa el Manchester City. Su mudanza no fue solamente de pertenencias y residencia bajo la que vivir, sino más bien de conocimientos, autocontrol de las intenciones e idioma futbolístico. La complejidad del lenguaje de Pep Guardiola es directamente proporcional a los resultados que obtiene, y querer cargar una responsabilidad al jugador por no adquirirlo en un período de tiempo (supuestamente) preestablecido constituye un error de dimensiones bíblicas.
Sin ir más lejos, los datos de la temporada 2021–2022 (según fbref.com) no reflejan ese marcado pesimismo respecto a su rendimiento. Acumula 0,31 xA (asistencias esperadas) por 90′, 2,61 Key Passes (pases claves) por 90′, 5,29 Shot-Creating Actions por 90′ (creación de acciones de disparo), 14,32 Progressive Carries por 90’ (carreras progresivas que superan los 5 metros), 3,30 Carries into Final Third por 90′ (carreras en último tercio) y, por último, 4,23 Carries into Penalty Area por 90′ (carreras en dirección/el área). Cifras que, por cierto, le sitúan en la élite en dichos aspectos.
Si nos remitimos a la comparativa entre su radar de la temporada 2020/2021 en el Aston Villa, y el de la presente en Manchester (datos de StatsBomb), comprendemos que se encuentra inmerso en pleno proceso de maduración. O mejor dicho, dando ese último paso que la élite le lleva pidiendo tanto tiempo. Por el momento, se ha situado tanto de extremo izquierdo (EI) como de ‘falso 9’, dependiendo también de la elección de las piezas restantes. En multitud de ocasiones, el corazón y su instinto más básico le piden un mayor protagonismo en el juego, aunque su cabeza, poco a poco, va entendiendo que minimizarlo produce el efecto deseado. A sus 26 años, Pep ha encontrado la necesidad de moldear un talento patente y sumamente atractivo, incluso sacrificando parte de este, con tal de esperar, en un futuro no muy lejano, un rédito que repercuta en lo global. Aún es demasiado pronto para esperar que encuentre todas las respuestas, cuando, por primera vez en su trayectoria, le han cambiado todas las preguntas.
De situarse varios escalones por encima a causa de la abrumadora superioridad respecto a sus antiguos compañeros, a dar una falsa impresión de no alcanzar a los actuales. Y es que Jack no es peor, ni tampoco ha menguado su nivel en cuanto a posibilidades, simplemente ha cambiado. Incluso evolucionado. O está en proceso paulatino de hacerlo, que ya supone un avance. La más ajustada realidad sitúa al jugador muy por debajo de las expectativas que se generaron en su traspaso, aunque quizás haya que revisarlas y adecuarlas a las circunstancias en las que iba a convivir. Jack Grealish se halla entre bastidores, protagonista de un relato en el que quienes lo perciben desde fuera aspiran a vivirlo antes de que ocurra.