“John no está haciendo algo diferente. Sólo es confianza. […] Mi único consejo para él es que lo que ha ganado ahora, en la forma en que vive y se cuida a sí mismo —su cuerpo, su mente, todo—, lo mantenga por los siguientes 10 o 12 años, aquí conmigo, sin mí o con otros entrenadores.”
Pep Guardiola sobre John Stones. Diciembre de 2020.
El 2020 ha sido un año en que lo que parece imposible termina sucediendo. No importa cómo o cuándo. Acaban pasando cosas que no se darían en otro tiempo o con cualquier otro contexto. El fútbol no está exento. La Premier League ya ha regalado varias de estas historias a lo largo de un año que ha roto toda construcción de normalidad. Y allí saluda John Stones, cual niño en la foto de una fiesta de cumpleaños. La vida le ha cambiado en cuestión de meses, como —guiño inevitable a la Navidad— cuando el Expreso Polar le pasa a uno frente a la casa, lo aborda y, mágicamente, encuentra un boleto dorado en el bolsillo (o el botín). Ha vuelto a sonreír, y no está a discusión que disfruta su juego tanto como el quinto Manchester City a él.
Por principio de cuentas, hay que entender que el de Barnsley ha vivido a un ritmo presuroso. Su carrera, su físico y el cambio de exigencias le sucedieron a una velocidad que, salvo un elegido, el vulgo futbolístico no asimilaría tan fácil. Saltar del club de su ciudad con poco más de 18 años y medio a un Everton que comenzaba el cierre de la dinastía Moyes no fue simple. Por eso mismo, llegó al filial como un espigadísimo lateral o central diestro. Era ya un esbozo de un defensor que tenía por norma jugar al rondo corto, con ganas de comandar una línea y tensarla desde el pase. Luego, en verano de 2013, llegó Roberto Martínez para subirlo al primer equipo y acercarlo a donde se presumía que podía estar.
El Stones de Roberto Martínez
Bob sembró una semilla de fútbol valiente y protagónico con todo el talento joven que se mezcló con los veteranos que habitaban Goodison Park. Los Toffees le construyeron al español una plantilla que cargaba un promedio de 24.97 años. Pero dentro de ella, además de tener a Steven Pienaar en sus últimos pasos por Inglaterra, un veterano Gareth Barry, a John Heitinga y Phil Jaglielka rozando los 30 o a un Leighton Baines mundialista, encontró a jóvenes como Gerard Deulofeu, un Ross Barkley que emergía como mediapunta izquierdo o el Romelu Lukaku que descartó Mourinho en el Chelsea, ese que, llegando a Liverpool, se acercó por primera vez a ser la bestia del apoyo que hoy manda en el Inter de Milán. Entre todos ellos, y siendo cada vez más importante, John se hizo protagonista.
El matrimonio Stones-Martínez no hizo más que confirmar que John podía opositar a un lugar de mando en club y selección. El ahora seleccionador de Bélgica lo hizo ser, con cada temporada entre 2013 y 2016, una pieza clave para poder defenderse más arriba y asumir riesgos con balón. Le permitía a Roberto ser él, y el propio Bob, a cambio, lo dejaba mandar en aquella línea de cuatro (4-3-3, preferentemente). De 26 partidos en la 13-14, a 28 en la 14-15 —incluyendo la aventura de Europa League que acabó con la eliminación en octavos ante el Dinamo de Kiev— para llegar a 41 juegos en la 15-16 (con 33 de Premier League), el defensor puso rumbo hacia Guardiola. Pase corto, salida, conducción, cabeza arriba, alto, potente defendiendo a campo abierto como central o lateral fueron las claves que lo llevaron a Mánchester. Y, de único gran «pero», esa tendencia al error que, más que ser técnica, siempre fue una lastre de la confianza.
Saltar al Manchester City
Fue mucho más sensible el cambio al Etihad Stadium con la obligación de la liga y su primera incursión a Champions League. El imperio del City actual comenzó con él como uno de esos fichajes que, por edad y perfil (22 años entonces), era más de medio plazo que de impacto inmediato. Pero jugar con Pep, sea quien sea uno, le exige una conciencia que, si no es innata, puede no emerger tan fácil. La vorágine: cambio de exigencias, terreno, compañeros, escenarios y presiones.
Stones, como un central imponente con técnica depuradísima, no respondía ante el error. Desde aquel 2016 en que dejó 55.6 millones de euros en la caja del Everton, algo muy visible, casi a la par de su elegancia en campo, fue que le faltaba una tensión competitiva de élite. Y esta no llegó dentro del verde sino hasta este semestre, en un tiempo en que los milagros le pasan a pocos.
La llegada a lo que debía ser
Han pasado cuatro años y medio desde que saltó de Goodison Park al Etihad Stadium. Ahora, 143 partidos jugados, siete veces en que tuvo que cerrar partidos como pivote y otros 30 perdidos más por problemas musculares, de tobillo y varios que se suman, es otro John Stones. Es distinto, pero su esencia sigue intacta. Ha aprendido de las dolencias y los errores, de las caídas que el City se ha llevado como conjunto en varias arenas y de mirar cómo un académico Èric García que se quemaba del deseo por volver a Barcelona asumió los galones de unos terribles cuartos de final de Copa de Europa ante el Lyon.
También levantó un match point decisivo en contra para quedarse y no volver al Everton: en febrero, entre una nueva lesión y un asunto extra cancha, parecía que Guardiola estaba por ponerle punto final a su viaje con los Cityzens. Revirtió todo. Movió ficha por ficha. Y se repuso de una leve recaída física a inicios de la campaña que le privó de ganar rodaje a inicios de octubre.
«Es un chico muy sensible, lo que ayuda a que esté concentrado en lo que tenemos que hacer», dijo Pep sobre él en rueda de prensa tras haberlo visto pasar la prueba del Derbi de Mánchester. No hay muchos huecos que abran el debate en torno a esto. Sigue haciendo lo mismo de siempre, aunque sin una parte de la conciencia que lo frene. Parece que ya no hay una losa propia que cargar, ni emocional ni física. Se mantiene a tono. No se quiebra. Las sensaciones y los números en lo individual y lo colectivo dan cuenta de esto.
Días para Stones, Stones para el equipo
El City de la 2019-20 encajó 50 goles entre todas las competiciones que disputó. En Premier League, la cuota llegó a los 35. Entre sus momentos de baja, los días en que Èric ganó protagonismo y un Fernandinho que sumó 30 apariciones como central diestro en consecuencia, los Cityzens se hicieron un equipo que atacaba y defendía peor —aun considerando sus 102 tantos al final de la campaña de liga—. Se descoordinaba línea por línea, su transición defensiva no resistía en momentos clave y, ante todo, era incapaz de defender a los alejados. Globalmente, no hubo respuesta para frenar la sangría. Entonces llegó Rúben Dias desde el Benfica para reordenarlo todo. Y el inglés se le unió.
Para Pep, hoy son John y el portugués para salir, construir, proteger y defenderse en profundidad. Al final del 2020, son los dos que Guardiola no quiere perder. Pero, si el luso sirvió como ese cerrojo emocional y táctico que ha permitido al equipo volver a sentirse bien cuando asienta el bloque en campo rival, Stones ha tomado todo lo que siempre fue para ejercer un mando compartido de la línea y dar claridad al primer pase. La consistencia y el nivel de seguridad que ahora mismo tiene el inglés están comenzando a traducirse en números y sensaciones que siempre pudieron haberse dado.
Si algo han terminado de afianzar Rúben y John es cómo se controla la profundidad defensiva. Ya no es sólo que gestionen muy bien a los alejados a campo abierto, sino que están dominando el timing para saltar al acoso, retardar a sus pares, reducir distancias con los mediocampistas y, en carrera, perfilar en igualdad o en desventaja numérica —situación cada vez menos habitual—. Y así, el de Barnsley llegó a 10 apariciones en la temporada con el 0-1 al Southampton del 19 de diciembre, que se han repartido a la mitad entre liga y Champions League. En las últimas ocho, el Manchester City no ha encajado un solo tanto. Y, camino al Boxing Day—más allá de sus problemas para fluir mejor arriba —, es el equipo menos goleado de la Premier League (12), incluso tras el desastroso 2-5 recibido ante el Leicester. Le falta punch, pero está cada vez más balanceado y sólido.
¿Dónde está impactando el resurgir de Stones?
Pero Stones ha asumido un peso que le correspondió siempre cuando se trata de lo individual. Sam Lee escribió de sus cifras por partido de EPL, y lo cierto es que gritan el recordatorio de que ahí ha estado siempre, que sólo necesitaba volver a sentirse sereno para disfrutar y producir. Ahora mismo, por detrás de Èric García —cuyas cifras son otra llamada de atención por ser tan bueno— (99.45 y 94.5 precisos; acierto del 95%), es el que más pases intenta (85.6). Completa 81.4, con lo que supera por muy poco el porcentaje de precisión del catalán (95.1%). De ellos, 24.1% son hacia adelante, 23.8 entran a la mitad rival y, ya en campo contrario, está acertando el 91% de sus envíos (élite pura en este sentido). Está encadenando brillo y solvencia como pocas veces. Y Rúben (81.56 y 75.53 para 92.65%) está detrás.
En términos defensivos, John está liderando esas sensaciones de que el timing para saltar al acoso para robar tiene una mejoría ostensible. Por juego, logra 3.2 despejes, intercepta 1.2 veces, disputa 4.6 duelos por bajo y gana 3.39 (73.90%), pelea 2.6 por aire y se lleva 1.9 (76.90%) y suma 5.2 recuperaciones. Y, lo que es más, no ha tenido un solo error que conduzca a acción de gol; representa perfectamente el salto que ha dado bajo presión. Nunca se destensa.
Ahora, parece que el premio de ser un pilar está ahí, esperando a que lo tome, como si siempre hubiese tenido su nombre escrito. De momento, parece que va por él. 2020 ha sido un año en que la pesadilla abunda y las esperanzas escasean. Sin embargo, le ha dado a su juego el giro que el destino le preparó, la pincelada de calma que tanto él mismo como Guardiola echaron en falta por cuatro campañas.
Quizá sea algo pronto. Quizá no. El hecho es que John Stones ha pasado pruebas de fuego, resultados bajo la crudeza del «deber ser» del equipo de Pep. Sólo él mismo sabrá si esto continúa para ponerlo como uno de los centrales de la temporada. Pero, ahora mismo, como regalo de Navidad, ha vuelto a sonreír. No necesitaba más. Puede ser el último boleto dorado.