José Mourinho: un corazón roto sin deudas

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«El fútbol es corazón. Se trata de ganar. He cometido errores (…), pero han pasado 25 años, 20 años, 10 años… y aquellos equipos que entrené siguen siendo equipos. Si alguien necesita algo, ahí estamos para él. Los títulos quedan para la historia, pero para mí lo que queda es el aspecto humano».

José Mourinho en The Playbook. Netflix, 2020.

El fútbol, como la vida misma, posee esa gran fragilidad en todos los ciclos que lo componen. Como se alcanza la cumbre con impulsos insospechados, se toca fondo de maneras que no siempre son imaginables. Como se trabajan los éxitos y se hacen las leyendas, también inicia un proceso donde la subida ha sido tal que el descenso puede ser menos amigable. Ahí se encuentra José Mourinho, aferrándose a la élite con todos los recursos que tiene, como el animal competitivo que ha sido siempre, mientras afronta la peor dinámica de sensaciones y resultados en su carrera. Pero, además, lidia con una horda de periodistas y panelistas que se esmeran en sembrar dudas sobre su vigencia cuando, en realidad, habría que preguntarse cómo se encuentra emocionalmente tras tantos años y presiones asumidas.

Tras ser eliminado por el Dinamo Zagreb en octavos de final de la Europa League el 18 de marzo, me crucé con un tweet de Gustavo Torres que citaba otro que contenía una imagen del portugués después del partido, cabizbajo y visiblemente desanimado. Más allá del planteamiento de ver al entrenador renunciando o resistiendo en el cargo, me detuve en lo que será la idea fundamental de este texto: el bienestar emocional del director técnico. Quizá sea allí a donde se deba mirar para entender el momento que está pasando junto con su Tottenham a dos meses del final de la temporada 2020-21.

En The Playbook, una serie documental de Netflix que comparte las experiencias de cinco grandes entrenadores de varias disciplinas, Mou deja ver en su máxima expresión un rasgo tan único como dicotómico de su figura: su carisma. Si algo posee el portugués, es esa sensibilidad para conectar con su contraparte, y lo consigue a través de un clic natural, pero sumamente crudo. Como tiende la mano y sonríe, también devora y desgasta a niveles que trastocan cualquier tipo de armonía. Es una máquina pragmática de competir y ganar, aunque le guste poco la forma a él mismo y aún menos a las mayorías. Todo fluye con naturalidad. Pero eso, cuando se agota —y vaya que sucede—, suele hacer que todo reviente por los aires de formas poco previsibles.

Los ejemplos de esto ya son ampliamente conocidos (Chelsea en 2007 y 2015, además de Manchester United en 2018). Sin embargo, al emprender la aventura del Tottenham en noviembre de 2019, algo parecía haber cambiado en el portugués. Había pasado casi un año fuera de los banquillos tras su despido de Old Trafford, comentando fútbol para beIN Sports y Sky Sports y dando una mirada de grandísimo peso a cada transmisión en la que participaba. Lucía renovado, fresco, con una motivación extra para redimirse tras un cese muy doloroso en Mánchester, donde exigió a una directiva preparada para reírse de cuanta gente le es posible y, en una dinámica de sensaciones y resultados poco alentadora, terminó dinamitando la dinámica de su vestidor. Hoy, cerca del fin de la temporada 2020-21, parece volver mostrar ese semblante de destrucción después de 16 meses al frente de los Spurs.

All Or Nothing, la serie de Amazon que mostró su llegada al nuevo White Hart Lane y sus primeros pasos desde dentro, dio cuenta de cómo buscó plasmar de lleno la ambición que tenía por volver a competir. Ha tenido retos que más que fuertes tras ese año lejos de los banquillos: motivar a Dele Alli, ganarse el liderazgo de Harry Kane para recuperar a un plantel que recién se había despedido de Mauricio Pochettino y, a la vez, llevar al punta a alcanzar su ya implícito estatus de clase mundial con el añadido de tener un equipo sin calidad para conseguir trofeos. Aún así, Mourinho tenía, de entrada, por nombre y pedigrí, la obligación de títulos que su predecesor argentino no tuvo, aunque los haya rozado más de una vez en cinco años.

Cerca de año y medio después, parece que esos finales explosivos tienden su sombra sobre el Tottenham. Hoy, con fichajes lejos de una buena adaptación —salvo la actual versión de Gareth Bale o la estupenda campaña de Pierre-Emile Højbjerg, a quien ha consolidado como uno de los tres mejores pivotes de la EPL—, una línea defensiva de pobre nivel respecto a rivales directos, piezas que no suman la consistencia necesaria y planes de juego de mínimos para afrontar partidos decisivos en función de sus objetivos, los Spurs parecen ir camino a ese momento en que Mou hace rodar cabezas. Para muestra, la siguiente declaración:

«[…] Mi equipo, repito, mi equipo […] no parecía estar jugando un partido importante. Si para ellos no es un partido importante, para mí sí. Por el respeto a mi propia carrera y mi trabajo. Cada partido es importante para mí».

José Mourinho para BT Sport tras perder 3-0 en Croacia y caer eliminado de octavos de final en Europa League por 3-2 ante el Dinamo Zagreb. 18 de marzo, 2021.

El contexto no puede ser más denso para el Tottenham a estas alturas. Por una parte, la tensión por sostener los resultados y puestos de los últimos años con lo que se tiene, además de jugar con la delgada línea entre ser más valiente y jugar a los mínimos sabiendo los recursos propios y sus riesgos. Por otro, derrotas como la del pasado 18 de marzo en Croacia ante el Dinamo Zagreb en octavos de Europa League, de esas que minan todo tipo de confianza en lo individual y en el plan del equipo, que llevan a tocar fondo para estrellarse o, como en los mejores ciclos, saltar hasta la cumbre. A eso, por si fuera poco, hay que sumarle el aparente deseo que tiene Harry Kane por dejar el club en busca de un proyecto que pueda darle recursos para construir su figura y conseguir éxitos tangibles.

Son frustraciones, fracasos y desánimos que no son del día anterior, sino una constante que ha tenido pocos instantes felices (EPL en 2014, UEL y Community Shield en 2017) en los últimos años para todos los éxitos que Mourinho ha dejado por donde ha pasado. Se trata de reveces que se suman y se guardan en la mochila, pero con un peso tan grande que asumirlo sólo es posible en privado, lejos de una opinión pública despiadada que siempre busca un objetivo, sea para el halago inmediato o el linchamiento generalizado. Hay espacio para nada.

¿Cómo se asume esto sin frustrarse? ¿El entrenador es impermeable ante la situación? ¿Acaso no sería desgastante y decepcionante sentir que se compite para llegar ese momento decisivo y perderlo? Y más importante aún: ¿cómo lo sobrelleva alguien que construyó toda su figura en torno a ser The Special One? Al verse en esta situación, ¿qué pasará por la mente quien protagonizó el duelo táctico y discursivo más grande de la historia del fútbol junto a Pep Guardiola? Son cosas que, ante todo, humanizan al entrenador y le dan realismo a cualquier análisis.

Lejos de justificar aquí que no se cumplan expectativas, el objetivo es volver visible esta problemática. Puede hablarse de una idea futbolística, metodología, liderazgo, talento innato para entender el juego y explicar cómo pueden suceder las cosas y, por supuesto, de la situación anímica de uno u otro jugador, pero no suele hablarse de cómo se siente el líder y hasta dónde puede llegar con cierta carga emocional. Hoy, José Mourinho no parece tener la mejor posible para redirigir a un Tottenham que, pese a haber sido líder de la Premier League en la primera parte de la campaña, ya no parece tener rumbo claro hacia el final de temporada. Y ese factor podría estar jugando un papel en estos momentos.

Por eso mismo, pensando en ese factor humano al que aludía el portugués en The Playbook, tendrían que considerarse las emociones del director técnico como un elemento crucial para entender la dinámica de cualquier equipo. Ahora mismo, quizá esté lejos de esa cúspide de emociones, de saberse y sentirse el mejor para competir —ya sin decir si se gana o se pierde— en cualquier escenario. Y si esto es así, también podría ser parte del último cameo suyo en la élite, un círculo de influencia tan despiadado como gratificante al que le debe absolutamente nada tras todos sus éxitos y marcas.

Si mañana eligiera retirarse, el mundo del fútbol sería el endeudado con su figura. Pero esto, al igual que el cierre de campaña de sus Spurs, es algo que sólo él podrá dibujar. The Special One está en manos del tiempo.

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Roberto González
Periodista y analista. Amo el fútbol desde que tengo memoria. Disfruto encontrar y explicar el porqué de las cosas.

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