Julián Álvarez, la Araña que teje el futuro

Comparte esta historia:

Facebook
LinkedIn
Twitter
Pinterest
Email
WhatsApp

“Julián tuvo tres años de desarrollo, altos y bajos, pero un compromiso de crecimiento. Hoy está en su mejor momento como profesional, pero todavía tiene mucho para dar. Cuando ves desempeños como los de hoy, uno lo quiere abrazar. A él y a todos”.

Marcelo Gallardo.

Marcelo Gallardo ha puesto la mira esta temporada, luego de una hiriente eliminación de Copa Libertadores, en el único torneo que le resta por conquistar en su glorioso ciclo que asciende a siete años en River Plate: el campeonato del fútbol argentino. Casi sin darse cuenta (y teniendo gran parte de la responsabilidad al mismo tiempo), absorto en su constante apetencia por conseguir victorias que lo acerquen a la cima de la Liga Profesional, el técnico se ha cruzado con una evolución tan repentina como inevitable: la de Julián Álvarez. Un delantero que había demostrado desde su primera aparición en la Primera del Millonario ser móvil, hiperactivo y autosuficiente, pero que a sus veintiún años ha encontrado un extraordinario rendimiento acompañado de su nueva razón de existir: el gol.

Tal vez sea imposible introducir el tema de este artículo sin mencionar el punto clave de su evolución: la convocatoria en mayo a la selección argentina. “Quizá uno no se da cuenta, pero al entrenar con ellos, sumar prácticas, partidos, verlos, obviamente que se aprende” explicó el propio Julián. Y es que, desde aquella primera citación —aunque no jugase en esa fecha de Eliminatorias—su nivel ha subido como la espuma. Participar en la Copa América, ser campeón en el Maracaná —porque la victoria siempre impacta de manera positiva y levanta lo más importante en un futbolista, el ánimo— y sumar entrenamientos con hombres consagrados, recibir consejos de ellos y añadir experiencias, son situaciones que irremediablemente afectaron de manera positiva al Julián futbolista. Es otro jugador —ya de selección— y ha crecido mientras River también lo hacía. Titularidad casi permanente y una madurez notable en cada aspecto del juego. Punto a favor de Gallardo al reconocer la mejoría y darle un peso mayor en el modelo: no es solo que toque más pelotas por partido… es el impacto que deja en cada intervención para, por momentos, adueñarse del frente ofensivo de su equipo mediante la asociación, el desmarque y, su valor añadido en el último tiempo, el grito de gol.

El número nueve de River es un depredador. De espacios y de rivales. Un futbolista imprescindible en el panorama actual, esencial en su equipo y dominante en infinidad de escenarios. Dispone de una sensibilidad especial para identificar espacios en el campo, atacarlos y así convertirse, de un segundo al otro, en un problema para la defensa rival. Por cómo ataca River, desplegando a sus laterales y pregonando un estilo de juego eléctrico, con una circulación rápida del balón y en el que muchos efectivos cargan terreno oponente para desarticular y llegar al gol, los desmarques de Julián se han convertido en parte irremplazable del sistema. Ve los huecos, lee los intervalos, reconoce el sitio en el que interpreta que puede dañar y no duda: lo ataca.

El nivel estético de las recepciones de Julián Álvarez, si bien no es el característico de los elegantes delanteros —quizá también a causa del propio estilo de River, trepidante y enérgico, en el cual (a veces) no alcanza el tiempo para controles angelicales—, es igualmente muy alto. Porque así reciba en estático como en movimiento es capaz de dejar detalles que derrochan talento y calidad. Sus gestos corporales antes y durante el control de balón tienen un sello creativo que guarda su nombre y apellido. Uso de los brazos para zafar del rival, ubicación en el espacio, identificación del tiempo disponible y rapidez de piernas aparte de toda la velocidad mental requerida para ejecutar lo que en un instante sea preciso hacer. Álvarez, como la mayoría de los futbolistas, es también improvisación y engaño a fin de causar la frustración del adversario.

Hay una jugada que ha hecho muy suya y que viene acompañada de un nivel de inteligencia muy elevado además de una noción global del terreno de juego, de las debilidades de los defensores contrarios y de los espacios disponibles. Se trata de la calidad con la que se ubica entre líneas, dándole la espalda a la defensa rival, recibe la pelota y descarga de primera para dejar de frente a un compañero e, instintivamente, busca el desmarque escapando de la marca y yendo a atacar el espacio vacío. Esta secuencia es una explicación muy visible de su mejora reciente: apoyo arrastrando rival y búsqueda inmediata del desmarque de ruptura para recibir el balón o bien atraer un rival, continuando el desajuste.

Cualquiera que lo haya visto en sus inicios puede afirmar que no se trataba de un rematador, sino de un delantero móvil (tirando a segunda punta) capaz de ocupar distintas zonas del frente de ataque, moverse por todas ellas y llegar a sitios de remate conforme la jugada avanza y él se hace partícipe de la misma. De hecho, quizá hablemos de uno de los mejores delanteros del fútbol argentino al momento de integrarse al circuito de pases del equipo. Descarga de espaldas, de primera o a pocos toques, desajusta con aperturas a la banda y al instante busca un desmarque para arribar a zonas de gol. Y es justamente por esto que se habla de una mejoría notoria. El haber añadido la acción más trascendental de este juego, el gol, a su catálogo de recursos futbolísticos lo convierte en un indispensable: un futbolista que hace jugar, que juega, que daña al espacio, que revienta mentalmente a los defensores rivales y potencia el colectivo… no es menos que eso. Y Gallardo, que lo potenció, también lo sabe.

Julián Álvarez domina registros clave para llegar a lo más alto. Futbolísticos, como se mencionó en párrafos previos, pero sobre todo mentales. Juega con la determinación de un consagrado. No duda en sacar el remate, tirar la gambeta, atacar el espacio. Una virtud que cuesta sacar a la luz y todavía más mantener en el tiempo viviendo plena juventud. No le importa si su equipo tiene un expulsado desde el minuto ocho de juego, si el plan titubea y si el rival está al acecho, como sucedió en Córdoba ante Talleres en un partido sustancial para River. La Araña, como se hace llamar, fue capaz de sacar petróleo de donde no había generándose situaciones de la nada misma. Así, sin interesarle el contexto. Esa mentalidad solo la tienen los grandes héroes del fútbol… y él, con veintiún años.

Lo más probable es que a Julián Álvarez le quede poco tiempo en el fútbol sudamericano, y lo positivo es que su proceso de integración a la primera división —a diferencia de muchos bisoños jugadores que marchan (y obligan a marcharse) más temprano que tarde del fútbol argentino— ha sido completo, sin premura y en un club que ha competido de sobremanera en cada competición, local o intercontinental. Pudo sellar su nombre y su figura ya representa un motivo por el cual los chicos asisten cada fin de semana al Monumental. Es una incógnita dónde terminará, cómo continuará su evolución y hasta dónde será capaz de llegar, pero no hay dudas de que, si él quiere, crecerá como lo que es: el último gran golpe sobre la mesa del fútbol argentino.

También lee: