Es en el último momento cuando te acuerdas de aquel día donde todo era tan intenso, tan vívido. Estás en el colegio, rodeado de tus amigos, viendo con el teléfono metido dentro del estuche la presentación de Jürgen Klopp como entrenador del Liverpool. Nueve años después, solo, observas atónito su despedida. No es él quien se marcha, es una parte de tu pasado. Klopp era el entrenador del Liverpool mientras tú ibas y venías, la única realidad sólida en un mundo que se despedaza y no puedes comprender, lo único constante mientras todo lo demás se volatiliza. Klopp fue tu primera borrachera, tu primer beso, los amores anhelados, los imposibles, los soñados, el desahogo en medio del tumulto de la semana. Y ahora se ha ido y la vida ha pasado mientras tu estabas demasiado ocupado sin ser consciente de la magnitud del momento.
Al llegar a Anfield, en una rueda de presentación a la que llegó descojonándose mientras el club, un histórico mundial, se encontraba en ruinas, Jürgen dejó varias frases para el recuerdo, pero quizás la que más ha resonado es aquella de: «Voy a convertir a los incrédulos en creyentes«. Y quién no ha creído en Klopp en algún momento de estos últimos nueve años.
Jürgen, uno de los entrenadores referencia del siglo XXI ha sido, quizás, si es que eso es posible, un mejor comunicador. A él le escuchabas y te ibas a la guerra, te convencía de lo imposible. Después de un mal resultado, es mucho más importante lo que dices en los minutos posteriores al partido de ida, con las mentes calientes, que lo que puedas decir en los instantes previos al partido de vuelta, con todos ya mentalizados. Hay que saber medir muy bien lenguaje, tono, momento y mensaje. Quizás ahí Klopp haya sido el mejor que yo, personalmente, he visto en mi vida.
Horas después de perder una final de la Champions League, una final donde el jugador estrella, que se encontraba en absoluto trance, tuvo que salir lesionado apenas empezado el encuentro y donde el portero tuvo una actuación para el olvido, Klopp se puso a cantar con los aficionados del Liverpool que habían viajado a Kiev en el aeropuerto. «Seguiremos siendo geniales y la traeremos de vuelta a Liverpool» entonaban.
Minutos después de perder una Premier League donde el equipo hizo 97 puntos, la cuarta mejor marca en la historia de la liga, Klopp prometió que traería sí o sí la Premier de vuelta a Anfield.
En el vestuario tras perder 3-0 en el Camp Nou la ida de las semifinales de la Champions, habiendo realizado una actuación portentosa, pero enfrentándose a un Messi en estado de gracia, Klopp le dijo a su plantilla: «Es imposible remontar, pero por ser vosotros hay una oportunidad«.
El Liverpool ganó la Champions al año siguiente de Kiev, ganó la Premier la temporada siguiente a perderla con 97 unidades y remontó al Barcelona una semana después, endosándoles un 4-0 sin Salah ni Firmino. Nada de eso habría sido posible sin sus dotes comunicativas.
Nueve años dan para mucho. El Liverpool estas temporadas ha sido muchos equipos diferentes porque un buen entrenador es el que se adapta a plantilla, momento y circunstancias. Al llegar, el alemán necesitaba revitalizar a un gigante dormido, llenar a los aficionados reds de motivos para ilusionarse y para ello construyó un equipo de transiciones rápidas, que iba a mil por hora, que disparaba antes de preguntar, que te hacía amarlos porque era como esos amores de adolescencia donde todo es tan intenso, todo es tan importante y te reconectaba con esas tardes de incertidumbre, donde las posibilidades eran tan extensas.
Jürgen se encontró que no tenía estructura ni jugadores sobre los que construir una, así que empezó a construir la casa desde la conexión con la grada. Para ello necesitaba mensaje y sentido de pertenencia: presión y ataques vertiginosos iban a ser las señas de identidad. Aquel primer Liverpool, que nace en su llegada al club en octubre de 2015 y muere en la final de Champions de Kiev, aunque ya se había dado el paso para el cambio con las contrataciones de Alisson Becker y Virgil van Dijk en enero de 2018, llegó a tener momentos de muy buen fútbol, especialmente en esos escasos meses en los que coincidió el cuarteto conformado por Philippe Coutinho, Mohamed Salah, Sadio Mané y Roberto Firmino.
En un contexto futbolístico que potenciaba a los jugadores de ataque, tuvo lugar la reconversión perfecta de Firmino en falso 9, la explosión de Salah hacia uno de los mejores del mundo, los mejores meses de la carrera de Coutinho y un Mané que, primero en la derecha y luego por la izquierda, siempre encontró su manera de brillar. A ese equipo le faltaba red de seguridad por detrás, capacidad para resistir e iba tan, tan rápido hacia delante que eso siempre le volvía velozmente hacia atrás. Un equipo imperfecto, pero un equipo que enganchó a la ciudad.
Tras la derrota ante el Real Madrid en 2018, el Liverpool sabía que tenía un proyecto lo suficientemente poderoso en sus manos como para no aprovecharlo. Masai Ujiri, (ex) general manager de los Toronto Raptors, dijo tras el título en la NBA en 2019: «Cuando tengas la oportunidad de hacer historia invierte todo, no reserves nada«.
Aunque se pueda encapsular en una sola etapa a ese gran Liverpool posterior, que va desde el verano de 2018 hasta el desastre de 2023, un lustro en el que se ganan todos los trofeos que el equipo compitió, hay varias etapas dentro del mismo. En primera instancia, Klopp le entregó todo el peso creativo a Roberto Firmino. Para ello creó un equipo muy ancho, metiendo a mucha gente delante de balón, formando por momentos un 2-3-5 con los laterales en última línea, que freía al rival a centros y que cargaba el área con muchísimos integrantes, para posteriormente morder cada pérdida. El estratosférico nivel mostrado por Van Dijk permitía tan arriesgada apuesta, dejando a sus jugadores ganar altura mientras él, a cincuenta metros de su portería, se encargaba de guardarles las espaldas.
Conforme, poco a poco, el fútbol de Firmino se fue apagando, el de Trent Alexander-Arnold floreció. Y con ello, su importancia en el equipo. Más responsabilidad creativa para el lateral, que dejó de ganar tanta altura y pisar tanto carril exterior para liderar las posesiones del equipo desde dentro. En el período entre finales de la temporada 18/19 y la mitad de la 19/20, el Liverpool llegó a tener un momento de haber conseguido 103 puntos sobre los últimos 105 posibles en Premier League. Una monstruosidad verdaderamente irrepetible, que logró la hazaña de volver a sacar al Liverpool campeón de Inglaterra treinta años después.
Tras el título de la Premier y el paréntesis de la temporada 20/21, donde las durísimas lesiones que acabaron con la totalidad de los centrales de la plantilla imposibilitan analizarlo como un curso normal, el Liverpool, una vez más, cual ave fénix, fue capaz de volver de sus cenizas. La 21/22, un equipo que se quedó a dos partidos de ganar el póker, venciendo finalmente dos títulos, es posiblemente la mejor obra del alemán. Era la perfección templada de todas las virtudes. Como lobos que devoraban corderos bailando.
Sumó otra mente de creatividad en la figura de Thiago Alcántara, tuvo lugar la reconversión de Mané como 9, apareció Luis Díaz y su frescura atacando y desbordando por la izquierda, Fabinho recogiendo todas las segundas jugadas…te golpeaban y golpeaban sin parar, con su habitual mandíbula de hierro que les hacía inmunes a los golpes. Una pieza de museo en un deporte colectivo. Aunque la consideración de que el Liverpool era un equipo de contraataque, el rasgo de la anterior etapa, quedó en el imaginario colectivo durante toda la era del alemán como la seña de identidad del club, durante estos años el Liverpool te mataba igual en posicional que en transición, logrando diseñar rutas y atajos en sus ataques en parado que desmontaban cualquier sistema, consiguiendo correr en parado mientras la contrapresión y la contundencia de sus centrales volvía a hacer posible todo eso.
Inevitablemente llegaría la caída. Y además ocurrió lo de siempre, los protagonistas siempre son los últimos en enterarse que se han quedado atrás. El mundo va muy deprisa y no espera a nadie. El equipo en la temporada 22/23 era ver a un muerto en vida, un equipo condenado por el propio ritmo que otrora les había hecho grandes.
Recuerdo, y permítanme esta anécdota personal, en la primavera pasada, con el equipo descompuesto en todos los frentes, incapaz de competir, una charla con un amigo. Él me decía que el proyecto ya estaba muerto y que Klopp debía irse, que no había nada más que hacer. Concordé con él que, efectivamente, la plantilla necesitaba una reconstrucción, que había que volver a empezar, pero que Klopp era lo único que la directiva debía considerar como intocable. A su consiguiente pregunta de «¿Por qué?» mi respuesta fue: «Bueno, si alguien tiene que hacer esa reconstrucción no hay nadie mejor que Klopp«.
Un año después del fatídico mes de enero 2023 del Liverpool, donde perdieron la gran mayoría de partidos que jugaron, en enero de 2024 el equipo va líder de la Premier, clasificado a la final de la Carabao Cup, en octavos de FA Cup habiendo dejado al Arsenal en el camino y primero de grupo de Europa League. Klopp lo volvió a hacer.
Y, además, lo consiguió volviéndole a dar un giro de tuerca radical al equipo. No es casualidad la gran mayoría de jugadores sudamericanos -Luis Díaz, Darwin Núñez, Alexis Mac Allister– o procedentes de escuelas que siguen rasgos sudamericanos –Szoboszlai tanto en el Leipzig como en Hungría- que ha fichado el Liverpool en los últimos mercados. Es una forma de organizarse en torno al balón de juntar mucha gente cerca, de extremos cruzándose el campo, combinaciones cortas y mucha fluidez. Desde el rol invertido de Trent en el lateral y la versión más playmaker de la carrera de Salah, Klopp ha vuelto a construir un equipo candidato a todo. Normalizando la excepción.
Nadie sabe cómo acabará esta temporada. Quizás la Premier se vuelva a escapar por un punto. Lo bueno del ciclo de Jürgen en Anfield es que ha permitido a todo el mundo, en algún momento, sentirse identificado. Todos hemos sido esa versión alocada del principio, todos hemos intentado mejorar haciendo diferentes cosas, todos nos hemos quedado con la miel en los labios de algo que queríamos mucho, sin saber responder a la pregunta de por qué no se nos había dado si lo habíamos hecho todo bien, todos hemos sido felices como Klopp en Madrid y todos nos hemos visto acorralados y sin respuestas como en esa derrota 3-0 ante el Brighton en enero de 2023.
Las peores despedidas son en las que no sabes que te estás despidiendo, por eso al menos Klopp nos ha dado eso, como un último servicio. Ahora, para los aficionados del Liverpool, la felicidad siempre será un poco triste igualmente que en cada derrota con Klopp la tristeza era un poco feliz. Sabían que volverían. Ahora en los malos momentos resonarán los ecos de la juventud perdida, cuando creías que todo era posible.
Se llora no por lo que has sido, sino por lo que nunca más volverás a ser.
Este texto no tiene título, más allá del nombre de su protagonista, porque nueve años dan para mucho y cada cual tendrá su rinconcito en la memoria que relaciona con Jürgen Klopp y que se le vendrá a la mente cuando le pregunten por lo que ese alemán logró en Anfield.
En la rueda de prensa que convocó tras anunciar su adiós, Klopp se permitió el privilegio de balbucear desde el estrado un último imposible que solo en su boca cobra sentido: «En mi mente, los mejores momentos aún están por llegar«. Siempre se recuerda más el final del viaje que el camino.
El ser humano está condenado a querer vivir hacia atrás, idealizando el pasado y recordándolo constantemente. Muchos preguntan, ¿si eres feliz para qué te vas? Bueno, no hay nada más infravalorado que saber irse a tiempo de los sitios. Hasta ahí Jürgen ha medido el timing a la perfección.
Volviendo a la rueda de prensa del día de su presentación, otra frase que pronunció Klopp fue: «No es importante lo que la gente piense de ti cuando llegues, sino lo que la gente piensa cuando te vas». Comparando a Klopp con Bill Shankly, porque hay que compararlo pues es su heredero natural -circula estos días por la red la reacción genuina de tristeza de los aficionados del Liverpool de aquel entonces enterándose del adiós de Shankly, muy similar a la situación ahora con Klopp- en las afueras de Anfield se encuentra una estatua reservada para el mítico exentrenador que reza el siguiente lema: «Hizo feliz a la gente«. Comparando las dos narrativas se obtiene la respuesta al sentimiento que deja Jürgen en la afición del Liverpool.
Somos lo que somos no por las personas que hemos conocido, sino por las que hemos dejado atrás.