«Cuando empieza a jugar el equipo, la verdad, da gusto»
Lionel Scaloni, en la conferencia de prensa posterior a Argentina-Uruguay.
El fútbol de selecciones es apasionante, pero es cierto que resulta realmente difícil ver equipos que fluyan con naturalidad. En general, sobre todo en los grandes, se suele tratar de combinados con exceso de talento individual, pero que a causa del insuficiente tiempo de trabajo no suelen practicar un fútbol que alcance el nivel de los mejores clubes del mundo. Son contadas con los dedos de una mano las selecciones capaces de compaginar el talento que llevan en sus filas con un rendimiento destacado en materia de relaciones entre los jugadores, fluidez con balón y capacidad para comprender los momentos de los partidos, sin descuidar el deber de ser equipos prácticos y que consigan resultados con el objetivo de mantener proyectos, siempre pensando en los grandes torneos. Y es todavía menor el porcentaje de combinados nacionales capaces de agregar una cuota de felicidad a su fútbol, mostrando jugadores que derrochan emociones positivas en sus gestos corporales al pasarse la pelota. Muy pocas juegan como en el barrio.
Con Lionel Scaloni, precisamente en esta etapa posterior al título de la Copa América, la selección argentina ha conseguido sumarse a la lista de las mejores. Se trata de un equipo campeón —detalle no menor— que ha crecido de sobremanera luego de la conquista del trofeo, estimulado por el envión anímico que representa el título, potenciando el rendimiento de sus intérpretes y produciendo un fútbol atrapante, que reúne peculiaridades de la esencia sudamericana y que es capaz de adaptarse a distintos contextos, mostrando una flexibilidad que le permite sacar lo mejor de sus hombres y acoplarlos en un sistema favorable a ellos. ¿Habría sido posible imaginarnos, años atrás, que los jugadores del seleccionado argentino lo hiciesen mejor cuando se encuentran, de vez en cuando, en el combinado nacional que en el día a día de sus clubes? Tal vez no. Y en la gran mayoría de los casos, está sucediendo.
Cuando se habla de Argentina, se debe primero ser consciente de que se comenta acerca de un plantel de jugadores que ha enterrado un pasado gris y lo ha coloreado para tornarlo alegre y vivo. La Albiceleste era una selección golpeada, cohibida y decaída, sentimientos que compartían con los hinchas argentinos. El triunfo en el Maracaná representó una sanación para: 1) el grupo de jugadores que se mantenía de la camada anterior (entre ellos un capitán, Messi, que fue el comandante del barco); 2) para los nuevos —para quienes también significó una responsabilidad—; 3) para el entrenador, que arribó por la puerta trasera y encabezó la renovación más difícil para el fútbol argentino en los últimos años, siendo capaz de encajar piezas adaptándose a sus características y mostrando una grandiosa capacidad para resistir, entendiendo quizás que era más importante afianzar un colectivo mientras se conquistaban los resultados que —considerando la falta de tiempo de trabajo y la dificultad que implica guiar un combinado nacional— hallar el nivel de juego que una selección como la argentina exige, por historia y gloria; y 4) para el público, que ha recuperado la sonrisa luego de tantos años sin hallar un aliciente que fuese más allá de la presencia del número diez para asistir alegre a las presentaciones del seleccionado, y que tras el triunfo por penales ante la selección colombiana en las semifinales de la Copa América construyó un vínculo inflexible con un plantel de futbolistas que lo representa.
Argentina ganó el clásico del Río de La Plata ante Uruguay. Lo hizo por tres goles de diferencia —pudieron ser muchos más, de no ser por fallas mínimas y por las extraordinarias intervenciones de Fernando Muslera—, manteniendo su meta en cero y mostrando un nivel de juego sin precedentes en la selección los últimos años. Relaciones entre los jugadores en todos los sectores de la cancha, nivel de convicción supremo en cada una de sus acciones individuales (gambetas, conducciones, gestos técnicos) y colectivas (salidas bajo presión rival, combinaciones cortas con poca ventaja, momentos de repliegue, momentos de acoso intenso, interpretación de los espacios disponibles para atacar) y capacidad para plasmar una superioridad avasallante en el juego con ocasiones de peligro, la cual venía siendo uno de sus déficits. Messi, De Paul, Paredes y Lo Celso hicieron arte del fútbol juntándose por dentro y batallando ante el mar de piernas que los uruguayos establecieron en el carril central. Fue una exhibición de fútbol basada en las sociedades entre los futbolistas, juntando ingenio, paciencia, creatividad e inteligencia, desesperando al oponente (¡la Uruguay de Tabárez!) sin piedad y mostrando a once hombres que se llevan bien, se entienden y, sobre todo, se sienten felices haciendo lo que hacen. Que juegan con el placer del barrio, casi olvidándose de que representan a uno de los equipos más importantes del mundo. ¿Imaginaba alguien cercano a los últimos años de la selección argentina una situación similar, luego de tantas dolorosas caídas? Probablemente no. Pero llegó.
Argentina mira a Qatar con muchas ganas, y quizá se lamenta de que el campeonato más potente a nivel de equipos nacionales no inicie la semana próxima. Le resta, conforme sigue ganándose una reputación positiva en Sudamérica, medirse a los compilados europeos más fuertes y consolidados. Será un auténtico reto para cuerpo técnico y futbolistas. Por mientras, volverá a coincidir con su gente en el Estadio Monumental, ante la sedienta de puntos y siempre compleja selección de Perú, el próximo jueves. Otra oportunidad para sumar minutos, trabajar la confianza aprovechando el estado de ánimo y seguir consolidando la comunión con la gente.
«Lo de la gente es impresionante, cada vez más lindo poder vivir y disfrutar esto. La comunión entre el equipo y la gente hace que nos ayude, que nos lleve cuando las cosas van mal. Ahora por suerte vienen las cosas de cara y es más fácil, con el envión»
Lionel Messi, capitán de la selección argentina, tras el triunfo 3-0 ante Uruguay.