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Iba a ocurrir, pero se desconocía el momento. Nadie esperaba, eso sí, que fuera tan inmediato. Tan de repente. Después del susto vía burofax del verano pasado, la presencia de Messi en la 21/22 parecía lógica. Pero la vida es caprichosa y nadie es dueño absoluto de su destino. Por mucho que el gran poema de Henley lo asegura. Ni el mejor jugador del planeta decide dónde estar. Y así pasó. Messi ya no está más. Y con Lio ya en París, el Barça pierde de golpe a su jugador más importante, su emblema más rentable (y no solo referido al jugador) y a toda una leyenda. A la altura de Gamper, Samitier, Kubala, Cruyff o Guardiola, seguro. Quién sabe si por encima.

Y en estas estamos cuando arranca una nueva temporada. A estas alturas del año, en pretemporada, lo normal es que la ilusión sea fuerte. El verano y el mercado de fichajes suele renovar la esperanza del aficionado que se convence de que la próxima será una gran repleta de éxitos. Por muy mal que haya ido la anterior, cuando llega agosto-septiembre todo aficionado se envalentona. En Barcelona, por ejemplo, siempre fue tradición la manida consigna del: “Aquest any, sí!” (Este año, sí). Sin embargo, con el culé descubriendo a diario las penurias económicas y de luto por ver a su héroe con un Ici c’est Paris plasmado en la camiseta, la cuestión de la ilusión está más enfriada.

Y quien más frío debió quedar es el principal perjudicado de este adiós: el responsable del funcionamiento y rendimiento del equipo. Porque su puesto de trabajo depende del éxito del del equipo. Y un equipo sin Messi, es peor. ¿Se puede ganar sin Messi? Obvio. El fútbol (y el Barça) existió antes del 10. Y hubo tantos campeones como competiciones. Pero en el presente, Ronald Koeman, de repente, se quedó sin la figura que le permitía ganar de manera más sencilla. Sin el explorador que más rápido encontraba el atajo al gol. Goles que se traducían en victorias, que aumentaban el tiempo de vida. 

¡Ay, el tiempo! Sin duda, el bien más preciado de la vida, aunque algunos tengan otras prioridades. Y, por supuesto, el tiempo también es vital para los técnicos. Porque los proyectos requieren de semanas y meses de trabajo. Y eso es precisamente lo que un entrenador no suele disponer. Y menos en el fútbol de élite. Y menos jugando cada tres días, donde los entrenamientos son mayoritariamente sesiones de recuperación y no sesiones enfocadas a mejorar realmente el juego del equipo. Y menos en tiempo de COVID donde no hay lámina de almanaque sin un partido previsto. Podrán comprar jugadores de 100 millones de €, pero no asegurarse su puesto de manera indefinida. En definitiva, sin el rosarino, Koeman pierde tiempo. El tiempo que Messi a veces parecía detener y que permitía ganar.

Por eso la papeleta de Koeman es morrocotuda. Le ha tocado ser el primer entrenador del Barcelona de la era post Messi. No tendrá al gran silenciador de carencias estructurales. Los partidos mal jugados o planteados serán más difíciles de ganar. Y en los que el plan sea bueno, también. Pero también es estimulante, pues el abanico de opciones es casi infinito. No se puede decir que Messi limita un Modelo de Juego (más bien lo potencia), pero sí lo condiciona más que otros nombres. Ahora, su idea de fútbol (aunque pida a la secretaría técnica algunas piezas que no tiene del nivel que pretende) tendrá menos asteriscos. Ya no hay que construir nada teniendo en cuenta la variable: “Porque con Messi…”. El Barça será más terrenal. Y sus problemas y soluciones serán más mundanas. Por lo que, más que la idea de juego elegida (si se presiona arriba por pares, si los laterales son los que dan amplitud arriba, si el sistema contempla carrileros, cuatro delanteros o doble pivote, etc.), lo importante es que Koeman encuentre el modo de ser reconocible y ganar lo más rápido posible. Mejor en noviembre que en marzo. Aunque esto, en el Can Barça actual, es más complicado que durante los últimos lustros.

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Rafa Medel
Entrenador y periodista

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