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El impacto visual nunca puede estar sobrevalorado. No debería. Hablamos de lo que nuestra inocente mirada capta en primera instancia, la primera vez. El cine y la literatura, (el mal cine y la mala literatura), han terminado por corromper el verdadero significado de “la primera vez”, transformando algo que es precioso y verdadero en un cliché gastado. Por suerte hay personas, en este caso jugadores, que nos reconcilian con la primera mirada. Pablo Páez Gavira (Los Palacios, 2004) es un tributo a la primera impresión. 

Lo más complejo en el fútbol es descifrar lo casual de lo eminentemente buscado. En cada partido hay centenares de pases, controles, regates, movimientos que se suceden a demasiada velocidad como para que el espectador se percate de su sentido. Al final nos acostumbramos. Sabemos qué puede o qué no puede hacer un futbolista, establecemos un límite, unos bordes para dotar de sentido y poder ver el partido con un mayor grado de tranquilidad. Pequeñas trampas que hacemos en cada apartado de nuestras vidas. La aparición de Gavi no se debe entender como una rareza, porque eso sería faltar a una parte de la historia, la más importante. El FC Barcelona está muy probablemente en el momento de más dudas de sus últimos 15 años, un punto frágil y pantanoso que amenaza con carcomer toda certeza. Que Gavi juegue como lo está haciendo es extraño, pero no que haya llegado. Esto es lo normal. No quedaba otra

En Gavi hay dos o tres futbolistas unidos por hilos invisibles en un baile medido pero alocado. A sus 17 años recién cumplidos (nacido en agosto del 2004), su forma de jugar es adulta pero bisoña, en un compás que lucha por abrirse paso de forma medida, coherente, aunque desde fuera parezca caótica. Gavi compite como si llevase un centenar de partidos en la élite pero con la convicción de que el esfuerzo lleva a la victoria, algo que esperemos que el tiempo no elimine, sino que premie. Veo competir a Gavi y se me viene a la mente Gabi, el capitán del Atlético de Madrid, que dijo en 2014 aquello de “cómo vamos a estar cansados si estamos en el mejor momento de nuestras vidas. Hay algo de Gabi en Gavi, por mucho que el segundo juegue de una forma completamente opuesta al ya retirado capitán del Atleti. Gavira juega de puntillas, pero unas que repiquetean como si fuesen de hierro, y allá por donde pasa deja claro a quien le intimida que él golpea el doble. 

Gavi analizando antes de recibir y generando la ventaja con el cuerpo y conducci´ón

Me contaba Franc Artiga, ex entrenador de Gavi en el Juvenil A del FC Barcelona, que “es un animal competitivo. Juega al 200% en los entrenamientos y muchas veces teníamos que calmarlo. Quería ganar siempre. Le daba igual el contexto”. Se tendría que leer esta frase mientras se ve al menudo y adolescente Gavi tumbar a Goretzka en dos ocasiones o robarle la cartera al poderoso Marcos Llorente tras chocar con él. “A menudo los mejores futbolistas de La Masia son aquellos que tienes que convencer para que defiendan, para que cierren su costado… con Gavi no. Él era el primero”. Es un elegido con la autopercepción de un currante, o mejor dicho, con el convencimiento que el talento no es más que una herramienta para el éxito, y no su totalidad. Y esto es lo mejor que podía pensar Gavi a su edad.

Probablemente Gavi sea el mayor talento en el centro del campo nacido en La Masia desde el de Andrés Iniesta. Y lo escribo con apenas un puñado de minutos jugados. Pero recordad, nunca se debe sobrevalorar la primera impresión. Si la analizamos en su totalidad, allí está el secreto. Bastan unos minutos para intuir el contorno todavía tierno de un jugador que es especial, técnicamente delicioso. Lo que primero capta nuestra mirada es su control orientado, su giro en espacios reducidos, casi como si fuese una peonza descontrolada. La diferencia es que él no solo lo hace, sino que sabe el por qué lo hace antes que su par. Domina ambas piernas, tiene recursos infinitos para salir de presiones y situaciones de inferioridad: sombreros, pisaditas, amagos, fintas, elásticas. Todo en Gavi parece discutirse entre la escuela y el instinto, entre lo aprendido y lo que se lleva de serie. Es un talento latente y en evolución.

El FC Barcelona está ante una herida que le exige una sanación. Pero no es una herida cualquiera, sino una que le exige mirarse constantemente para poder recuperarse. Y es que no hay otro club como el Barça en cuanto a la relación del mismo con su propia historia e identidad. Hay mucho egoísmo en las apariciones de jugadores de La Masia en el FC Barcelona, porque no son solo percibidos como oportunidades de futuro, sino sobre todo como reductos de un debate eterno. Como si el canterano fuese una pauta que dictase un debate y llevase el centro de atención al «ADN», el «Estilo». Gavi, como ha pasado siempre con los muy buenos, trasciende el debate porque su talento es plural, no entiende de moldes sino que los quiere para divertirse. Y ahí, el entorno culé no puede echarle el diente salvo para contemplarlo como algo exótico.

La única duda es en qué se convertirá Gavi. Quizás la que más preocupe a la gente, pero desde luego la menos relevante a estas alturas. Porque más que qué puede ser cuando tenga 24 años, importa lo que es con 17, que es hasta donde nos alcanza la mirada. Es muy divertido jugar a hablar de jugadores que no existen, sino que se proyectan en un futuro. Pero se corre el riesgo de confundir el jugador «que puede ser» con el que es. Lo mejor en Gavi es parte anula este juego, porque el jugador que tenemos hoy es mucho más de lo que todos imaginaban hace apenas medio año. Y recordad; el impacto visual, el primer contacto, nunca está sobrevalorado.

Albert Blaya
Albert Blaya
Periodista. Escribo sobre fútbol y leo mucho.